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Una gigante de modos dulces

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Una gigante de modos dulces

La cabecera del apasionante país andino sorprende con un plano que mezcla lo colonial con lo moderno, y lo urbano con lo natural. La gente y su cordialidad, un atractivo en sí mismo

Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

1 – Tesoro colonial. Bogotá está repleta de virtudes, y una de las que más destaca es su arquitectura. En ese aspecto, son las construcciones coloniales las que se llevan los laureles. Para convencerse de ello, alcanza con visitar el precioso barrio de La Candelaria. Un área de enorme belleza y valor histórico que en rigor hace las veces de centro de la ciudad, con todo el movimiento y colorido que aquello implica.

La fundación de Bogotá se remonta al año 1538. Fue justamente aquí, en La Candelaria, donde la gesta se llevó a cabo. Desde esos tiempos viene el estilo de la zona, de callejones adoquinados y casas de tejas y balcones, entre los que sobresalen referentes como la Plaza Bolívar (amplísima en su suelo de piedra), la Plaza del Chorro de Quevedo (“el” referente colonial, favorita de los jóvenes y la bohemia), el Congreso, la Catedral Primada, los Palacios Arzobispal y Liévano y la Casa de Nariño (sede de la Presidencia y residencia oficial del jefe de Estado).

 

2 – Amabilidad insólita. Resulta realmente llamativo que en una ciudad de 10 millones de habitantes (contando toda el área metropolitana), la gente sea tan pero tan amable. Marca registrada de Colombia (o al menos de la mayoría de las regiones de este país fantástico), el buen trato de los locales es una constante en la capital. Siempre (o casi) con el “gracias”, el “permiso”, el “por favor” y el acento dulce y pausado en la boca, los paisanos muestran su don de gente a cada momento.

La cordialidad brota incluso en el movimiento febril que se genera de día y de noche, con peatonales, plazas y placitas repletas de hombres, mujeres y niños. En el fenómeno, sin dudas, mucho tiene que ver el carácter alegre y relajado de la sociedad “cafetera”.

 

3 – El protagonismo de los cerros. Ubicado a 2.600 metros de altura sobre el nivel del mar, en el altiplano boyacense y de cara a la llamada “Cordillera Oriental de Los Andes”, Bogotá goza de un espectacular entorno montañoso.

Pero a diferencia de otras grandes capitales, aquí no hace falta alejarse demasiado para disfrutar del portento natural. En pleno centro, por ejemplo, los cerros se aprecian espléndidos, con sus verdores y sus vericuetos de roca. Uno de los más famosos es el Monserrate, que invita a subirlo caminando o en teleférico desde La Candelaria, y obtener en su cima (que aloja a la Basílica del Señor de Monserrate) impresionantes panorámicas de la metrópoli.

 

4 – Parques de primera. Abrir el plano es sorprenderse con la magnitud de Bogotá. Tanto cemento junto, tanta urbanidad. Pero también, tantos espacios de recreación. Lo dicen las inmensas manchas verdes del mapa: una cantidad de parques desplegados por doquier.

Son áreas desarrolladas con muy buen gusto arquitectónico, sumamente cuidadas y de mucho uso los fines de semana, y que incluyen una completa infraestructura (auditorios y recintos deportivos, por ejemplo) y en varios casos lagos, pequeños bosques y senderos guiados. Los parques más famosos son el Metropolitano Simón Bolívar, El Salitre, El Lago, el de la Ciudad Universitaria, el Parque Nacional Olaya Herrera y el Jardín Botánico José Celestino Mutis.

 

5 – Un museo que vale oro. Entre los muchos museos que hay en Bogotá, ninguno despierta tanto interés como el Museo del Oro. Un imponente y moderno edificio que llama la atención de viajeros de todo el planeta merced a los tesoros que alberga. Entre ellos, casi 35 mil piezas de oro de antiguos pueblos indígenas de Colombia, que juntas corporizan la colección de orfebrería prehispánica más grande del mundo.

También sorprenden los 25 mil objetos fabricados con piedra, hueso, tela y cerámica que usaban los nativos antes de la llegada de los españoles, lo que materializa un acopio histórico único en el continente. Acompañan a la exhibición diversidad de elementos tecnológicos que potencian lo entretenido del paseo, y unas instalaciones generales dignas de un museo de primer nivel mundial.

RUTA alternativa – Butanísimo
Por el Peregrino Impertinente

Bután es un pequeño país ubicado en la plenitud de los Himalayas, y que limita al sur con la India y al norte con China. “No nos hagas estornudar, eh”, le dicen los gigantescos vecinos a la diminuta nación, que se siente como un niño arrinconado entre la espada y el Bambino Veira.

Lo cierto es que este reino del sureste asiático disfruta de uno de los paisajes montañosos más espectaculares de la tierra. Culpables del majestuoso escenario son los ya citados Himalayas, esa cadena que domina los techos del mundo, planeta jodido si los hay. “Sobre esto último yo no tengo nada que ver”, suelta el Tío Sam, y sólo le cree la Reina de Inglaterra y Macri.

La mala noticia para el viajero, es que Bután no permite el libre ingreso de turistas. Para visitar el país de cerros majestuosos y espectaculares valles, hace falta contratar los servicios de una empresa autorizada, que es la que finalmente tramita la visa (se paga por día) “¿Y sale caro?” Pregunta el inocente aventurero, quien se da por respondido al ver que los que pasan por caja salen despeinados y rengueando.  

Otra de las experiencias que se pierde el extranjero seco y piringundín, es el de conocer una cultura extraordinaria. Es la que foguean unos 800 mil habitantes. Ochocientas mil almas que honran una filosofía completamente distinta a la occidental, ligada al budismo y a otros modos de vida que priorizan el cultivo del espíritu por sobre el afán material. “¿Pero con eso les alcanza para comprarse una F100?”, pregunta uno. Por irrespetuoso, no le vamos a avisar que la posta ahora son las Amarok.