Con 61 años de oficio ha sido testigo de todos los cambios que fue experimentando la actividad y uno de los pioneros de la “gran revolución L‘Oréal que hubo en la ciudad en el año 1965”
“Yo manejo la ciudad de Villa María, yo sé quién es quién”, asegura con una sonrisa pícara Luis Trento, el “Gringo” Trento, como lo conocen todos, uno de los dos peluqueros más veteranos de la ciudad.
“Por estos sillones pasó cada personaje…,” rememora y tira, como al descuido, como pelusas que se caen rodando al piso de su peluquería de la calle Mendoza, donde se instaló cuando él gastaba 20 años, en 1959, los nombres de Tito Suárez, Jorge Musa y otros que van surgiendo en su memoria que parece el disco rígido de una PC, hoy, a los 77 de edad y dueño de una energía y un humor envidiables.
Es que la peluquería es como el psicólogo; “es un lugar para socializar, para conversar y la gente se abre con el peluquero. Así nos enteramos de todo”, explica Trento, aclarando por qué afirma que él maneja la ciudad .
Por si fuera necesario, Hugo Salas, presidente del Centro de Peluqueros de Villa María, quien comparte la entrevista con el “Gringo”, asevera que “la de peluquero es la profesión más antigua del mundo, junto con la otra, que ya se sabe…”.
Entre anécdotas, recuerdos, chistes y reflexiones ambos van brindado detalles del oficio, viajando del pasado al presente sin escalas y con el pase libre que confieren los años de ejercicio ininterrumpido.
“La verdad es que ahora se trabaja mucho, muchísmo menos que antes y, desde luego, rinde mucho menos el trabajo”, reflexiona Trento y agrega: “Lo que pasa es que hace muchos años, cuando yo era joven, el hombre venía cada quince días a la peluquería, incluso, algunos lo hacían todas las semanas, a sacarse la pelusa. Eso ya no pasa. En aquellos años, se ganaba bien… Yo me la gastaba toda, total, al otro día la volvía a juntarla y así. En un momento, recuerdo que nos habíamos puesto de acuerdo todos y cobrábamos el corte el equivalente a tres kilos de lomo o tres bolsas de cemento. Si siguiéramos ese criterio, hoy estaríamos cobrando $450 el corte y en lugar de eso, estamos cobrando $150. Eso da una idea cabal de lo que rinde el oficio en la actualidad”, explica, ya más serio, Luis Trento, aunque sin perder el sentido del humor.
Trento es italiano, nacido en Venecia, propiamente, y llegó a la ciudad con toda la familia en noviembre de 1950, huyendo de las miserias de la posguerra, cuando tenía 12 años. Hijo de peluquero, aprendió el oficio y empezó a trabajar a los 14, “por necesidad, había que ganarse el pan. Sin embargo, estudié para cura, porque mi padre quería tener en la familia un obispo, un general y un doctor. Pero con cuatro años de estudio en el Seminario de Jesús María, el cura que nos tenía a cargo, me dijo: `Esto no es para vos, gringo`, y me volví.
Era 1954”.
Esos raros peinados nuevos
“La gran revolución de la actividad, en Villa María y el mundo, fue en la década de 1960, y vino de la mano de L‘Oréal. Ahí cambió, o empezó a cambiar todo, en 1965. En esa época vino un francés, representante de esa firma y cambió todo. Fueron los años del corte a navaja, del mousse, del spray y de las chicas en la peluquería; la manicura, el lavado del cabello. Todo era novedad. Hacíamos el atelier George en el chalé Scopinaro, con Jorge Gómez, Césere, y tantos, tantos… muy compañeros, amigos.
Atando cabos, o más apropiadamente sería decir, trenzando ideas y recuerdos, la charla deriva en que varios peluqueros conocidos de la ciudad son músicos: “Tucho” Olivera; “Pájaro” Bustos; Lucas Gómez; “Fregy” Gismondi… “Una actividad muy bohemia es esta”, dice el “Gringo” Trento. “¡Todos somos músicos!”.
Ante la mirada incrédula del cronista, desafía: “¿No me cree?”.
Silencio, no de radio, sino de prensa.
“Ah, no me cree”. El peluquero se levanta y desaparece tras una cortina para regresar a los pocos segundos tocando una gran armónica. Y tocando (efectivamente toca la armónica) se sienta en el sillón donde Salas le pone la capa para cubrirle los hombros y comienza a cortarle el cabello al ritmo de una chacarera ejecutada, sino con maestría, al menos con dignísima discreción.
Un auto por un salón
En un pasaje de la entrevista, aparece en la conversación el Salón de los Peluqueros, ubicado en la calle Estados Unidos 571, allá por la década de 1980.
Y como no podía ser de otra manera, Trento tiene estrecha relación con la conquista de ese espacio que sirve tanto para reuniones como para recreación.
“Me acuerdo que fui a verlo a Gómez y le dije que teníamos que rifar un auto para poder construirlo. Aunque sea un autito usado. `¿Y quién va a comprar un auto? ¿Con qué plata?,´me dijo. Yo fui y compré un Fiat 600 usado. Lo compré yo. Vendimos 1.000 números. ¡Un compañero vendió el solo 500, en distintos puntos de la zona y de la provincia! ¡Para el Salón de los Peluqueros de Villa María!”, recuerda Luis Trento sin ocultar la gracia que le despierta la remenbranza.
En relación a cómo funciona el Centro de Peluqueros de Villa María en la actualidad, su presidente, Hugo Salas, hace un paralelo con la época a la que hacía referencia Trento y se pone serio:
“Lo que pasa es que ha cambiado bastante todo hoy en relación con la actividad, y cuesta mucho que los peluqueros se integren al Centro, aunque la cuota social, que más que cuota es un bono contribución, sea simbólica: 40 pesos por mes, nada, poco más que un café, entonces, cuesta mucho regular la actividad. Imaginen que somos 120 socios y hay, sólo en Villa María y Villa Nueva, 1.000 peluqueros y digo sólo porque el Centro de Peluqueros es departamental. Debe haber como 2.000 peluqueros en el Departamento”, aporta Salas, quien no oculta cierta preocupación por esta suerte de “falta de interés y de compromiso de la gente que hace muy difícil poder regular la actividad”.
Beneficios
Por otra parte, Salas señala que “el Centro ofrece muchos beneficios a los asociados, tales como el uso del salón por la mitad del precio; los ateliers, que son con profesionales de primerísimo nivel internacional por un costo muy accesible; descuentos en los insumos, hoteles en Buenos Aires”, son algunos de los beneficios que brinda pertenecer a la entidad que podría regular mejor una actividad que está muy desregulada. Pero para lograrlo, insisten en que deben ser más los afiliados.