La idea de sumar un nuevo integrante a mi vida no me entusiasmaba demasiado. En realidad, para nada.
“No está en mis planes.
No quiero tenerlo.
No es el momento.
No hay espacio suficiente.
No estoy preparada para tanta responsabilidad.
No estamos en casa durante unas cuantas horas.
No tengo tiempo de ocuparme de él.
No puedo sumarme otra obligación.
Bla, bla, bla (..)”
Pero cuando quise acordarme de la larga lista de “noes”, él ya estaba aquí.
Instalado en nuestro hogar. Mirándome con esos ojos tristones mezclados con algo de picardía.
Sé que es igual a todos, pero no.
Me rehúso a pensarlo igual, para mí es diferente; único.
El llegó a nuestras vidas para romper con toda estructura.
Es revoltoso, alborotado, despatarrado, torpe, la ansiedad le desborda así como la felicidad al vernos llegar.
No es un perro cualquiera…
Siempre listo para cada juego. Dispuesto para cada “vuelta del perro”. Atento a cada sonido y movimiento.
Conocedor de horarios cotidianos; es quien faltando 20 minutos para que llegue a casa comienza a esperarme; no quita su mirada minuto alguno de la puerta principal, a sabiendas que de un momento a otro se abrirá.
Y allí está mi “lista de noes” esperándome.
No es un perro cualquiera…
Es mi gran compañero, el “amigo fiel” que no se despega de mi lado.
La cama grande, el sillón, el patio, el cajón de medias y las vendas de fútbol son suyas.
No trabaja, no tiene que pagar cuentas, no tiene amigos ni se va de vacaciones.
No conoce de preocupaciones, excepto la de brindar cariño y la de mover la cola a toda velocidad cuando estoy de regreso.
Sólo espera…. Entrega amor…
No entiende de rencores…
Y cuando presiente que algo no anda bien, intenta remediar la situación buscando la pelota para jugar un rato y distraer la atención.
Cómo no elegirte mi lista de “noes”, mi perro leal.
Una y otra vez elaboraría esa lista de “noes” sólo para darme cuenta que no hay momento indicado ni obligaciones imposibles.
Sólo hay que cuidarte, amarte, darte de comer, el paseo del perro, algunas medias y la mitad de la cama grande.
Andrea Quinteros