En estos días leí las manifestaciones que vertieron a este medio los excombatientes Mario Ponce y Sergio Calderó́n, a quienes les tengo un profundo respeto y mi má́ximo reconocimiento al valor mostrado en combate por la defensa de nuestra integridad territorial. Pero en el campo de las ideas no estoy de acuerdo con todo lo manifestado.
En primer orden, nos une el sentimiento y la vocación de querer el mismo fín: la recuperación de las Islas Malvinas. Pero quizáś no estoy de acuerdo en los caminos a seguir y en las posturas o visiones que sostienen los veteranos.
Frente a un tema que los argentinos recordamos una vez al añ̃o y donde no existe el ánimo de debatir la problemática ni reconocemos la realidad actual de la Argentina de cara a la posición de Estado del Reino Unido, patinamos frente a cualquier cosa que digamos.
Argentina perdió́ una guerra y su rendición fue sin condiciones, por lo que el statu quo actual es que los británicos poseen el territorio despué́s de la acción bé́lica y lo que hagan allí es el resultado de lo dicho. ¿Cómo impedimos los ejercicios militares? ¿Qué hizo nuestro país en 30 años? ¿Mejoró su situació́n de desarrollo? ¿Gravita de manera seria en los mercados y en el contexto internacional? ¿Posee un avance operativo moderno y disuasivo en lo militar? Creo que la respuesta es muy fácil. Por lo tanto, con lo único que podemos contentarnos es con la protesta formal y anual ante el Comité́ de Descolonizació́n de las Naciones Unidas y hacer un reclamo formal de desagravio por los ejercicios castrenses, nada má́s.
Ahora bien, ¿qué propuesta hubo en 30 años de política democrá́tica? No creo que Malcorra deba cargar con la historia de la polí́tica de Cancillería en este tema.
Como dijera el excanciller Dante Caputo, creo que para que los reclamos por la soberaní́a de las Islas no se conviertan en nuevas frustraciones o en quimeras, Argentina debe evitar los errores políticos del pasado y propiciar alternativas no exploradas hasta el momento.
Cuando en 1989 se abandonó́ la polí́tica de presionar y aislar al Reino Unido a través de las votaciones de la Asamblea General de la ONU, se cerró́ la ú́ltima puerta que podía llevar a un comienzo de solució́n del tema. El Reino Unido estaba aislado y sus reiteradas negativas a negociar tenían un costo creciente. En los 90, el fin de la Guerra Fría destrabó́ la mayoría de las tensiones y los litigios regionales.
Para entonces, el nuevo Gobierno argentino privilegió́ la reanudación de las relaciones diplomá́ticas con Gran Bretanña y retiró de la agenda de la Asamblea General la cuestió́n Malvinas. Así fue que el tema perdió tensió́n y el mantenimiento del statu quo dejó de representar costos políticos para el Reino Unido y el apoyo activo de muchos paí́ses a la posició́n argentina desapareció́. Se bajaron los pilares sobre los que se trabajaba en la ONU, a tal punto que hoy sería impracticable un retorno a la estrategia multilateral.
Hasta ahora se tomaron dos caminos: en la gestión Menem (10 añ̃os), la seducció́n de los habitantes de las Islas y en la gestió́n Kirchner (12 añ̃os), una diplomacia oral basada en un lenguaje duro, patriotero y exaltado. Ninguno de esos mé́todos movió́ el amperí́metro, lo cual para nuestros intereses fue un fracaso, y convivir con eso nos condujo a celebrar la ceremonia del reclamo, clamar por el territorio ocupado e ignorar nuestra impericia para alterar la situació́n. Seguimos penosamente a la deriva, imaginando futuros inexistentes y sin metas claras.
El interé́s en la cuestió́n Malvinas no debería ser só́lo territorial, no podemos quejarnos de supuestas instalaciones de empresas británicas en las Islas y tenemos casi tres millones de kiló́metros cuadrados mal administrados y las Islas no cambiarí́an gran cosa en ese sentido. Tendrí́amos má́s territorio mal administrado. Por lo que insistir en los caminos transitados transformaría nuestros sueñ̃os en frustraciones. Lo sabemos pero no queremos pensarlo: el Reino Unido no cambiará de posició́n; la Argentina no tiene capacidad de presión diplomá́tica y los habitantes de las Islas no poseen interés en ser parte de un país que exhibe la historia que hemos vivido.
Una cosa es que no aceptemos en nuestras tesis jurí́dicas la voluntad de los habitantes de las Islas y otra es que esa voluntad no exista. Existe y cuenta para el Reino Unido. Si alguien no entiende la diferencia entre una posició́n doctrinaria de orden jurídico y la realidad, decididamente la polí́tica no debería ser su campo de trabajo (menos aún la internacional).
Creo firmemente que hay que apartar los argumentos jurí́dicos, ya que esta estrategia no tiene relació́n con el derecho internacional, por la simple razó́n de que aun si tuviéramos toda la razó́n, de nada servirí́a. Malvinas no es un tema de justicia, es una cuestió́n de intereses, poder y oportunidades. Creo que lo que intenta hacer Malcorra no es relacionado a lo que es justo, sino a lo que es alcanzable y, a la vez, deseable para nuestro país. Por ello es exagerado considerarla traidora a la Patria. Insinuar la idea de un cambio en la estrategia no es malo. ¿Cuá́l serí́a el problema en lograr un acuerdo por el cual se congelaran las posiciones sobre soberaní́a por ambas partes durante 20 añ̃os? Estoy seguro que a un ritmo rápido, con sentido de oportunidad y prudencia, se abrirí́a el intercambio de personas y mercancías entre las Islas y el territorio continental.
Toda actividad que pueda ser realizada por un extranjero con residencia deberí́a poder ser hecha por un habitante de las Islas. La amplitud y normas que rijan esta apertura serían discutidas por ambas partes, pero el objetivo es que los habitantes de las Islas puedan residir el tiempo que lo deseen en nuestro país, realizar las actividades sin que exista -en principio- limitación alguna. Comercio, atenció́n médica, enseñ̃anza de todos los niveles, son ejemplos de actividades y servicios a los que tendrían acceso. Que no se requiera otro documento que el equivalente del DNI.
De inicio serían pocos los isleñ̃os que prueben el continente, sencillamente porque hay temores e historias inquietantes en el pasado, pero también hay nuevas generaciones. Este es un ejercicio de dos décadas durante las cuales nuestro paí́s darí́a inicio a un nuevo tiempo de su vida. Lógicamente, si seguimos viviendo nuestras aventuras pendulares, populismos exaltados y conservadurismos incapaces de dar un salto en el desarrollo nacional, la Argentina no será atractiva para los isleñ̃os ni para la mayoría de las personas sensatas que habitan este planeta. Pero si se inaugurara un historia diferente, si poco a poco comenzá́ramos a transformar nuestro paí́s en un lugar donde se desenvuelve una vida estable, moderna y previsible, si los grandes trazos externos del desarrollo se vieran, la relació́n con los habitantes de las Islas se alterarí́a fundamentalmente.
Si este camino se recorriera con razonable é́xito, dentro de 20 añ̃os podrí́amos comenzar una discusió́n distinta entre Argentina y Reino Unido porque sencillamente habremos cambiado la percepció́n de los kelpers y tambié́n cambiarí́an las alternativas a discutirse con el Reino Unido. No hay que seducir a nadie, como en los 90, sino mostrar un país que se trasforma y se torna atractivo. Por cierto, este ejercicio deberí́a estar amparado en el paraguas de soberaní́a, por el cual nada de lo que se dijera u ocurriera durante su desarrollo podría ser utilizado como un reconocimiento o un título en el reclamo de soberaní́a.
Mi idea no es la confrontación, sino un debate serio y maduro sobre el tema. Si lo intentá́ramos, estarí́amos apostando a nosotros mismos, a nuestra capacidad y nuestro orgullo, para hacer que nuestra Nació́n sea un país de vanguardia, movilizado con su porvenir y unido por los sueñ̃os alcanzados.
Juan Romeo Benzo