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Te parto el astrolabio

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Te parto el astrolabio

Astrolabio

Por El Peregrino Impertinente

Se creen mucho los marineros actuales, que ponen el GPS a andar y mientras el barco sigue el rumbo deseado, se echan en los camarotes a ver Temperley-Olimpo de Bahía Blanca por la TV Pública, en una experiencia más deprimente que ir a tomar mate al Parque Pereira y Domínguez un domingo a las siete y media de la tarde.

En cambio, los viajeros del ayer (o mejor dicho, del anteayer), debían hacer uso de toda una serie de instrumentos de medición a los fines de no caerse de esa descomunal esfera de agua sostenida por cuatro elefantes a lomos de una tortuga que era el mundo.

En ese sentido, uno de los aparejos de navegación más importantes entre el siglo XV y el XVII era el astrolabio (foto). Singular elemento que servía para calcular la altura y posición de los astros. “Maradona, 1,67, Nápoles”, rezaba el aparato, y los marinos tiraban chilenitas.

Así, conociendo la ubicación exacta de las estrellas en el mantel celeste, los bienaventurados podían seguir la ruta estipulada sin temor a perderse. ¿Complejo el asunto? Nada de eso. Más difícil es entender que Macri pueda decir tranquila y textualmente: “Los independentistas deberían tener angustia de tomar la decisión, querido rey, de separarse de España”, y que nadie se prenda fuego a lo bonzo en Plaza de Mayo.

Vale destacar que el astrolabio también era utilizado por los musulmanes para sus prácticas religiosas (determinar el comienzo del Ramadán, por ejemplo). Así fue desde que su uso se volvió popular en el mundo árabe, alrededor del siglo IX. Aunque en realidad, se presume que el invento nació mucho antes, alrededor del siglo II y de las griegas manos de Ptolomeo. “Eureka”, gritó entonces el astrónomo, antes de que el fantasma de Arquímedes, verdadero autor de la célebre expresión, le partiera el parietal derecho con un telescopio. Siempre fue bastante mala leche ese viejo.