Escritor de literatura infantil y juvenil, guionista de cine, historietista y especialista en “terror”, Luciano Saracino pasó por Villa María. Habló de Lovecraft, de Borges, de los cuentos de aparecidos y del sentimiento “más poderoso y antiguo de la humanidad”
En el año 2010 me regalaron un fabuloso librito en formato Patoruzú. Se llamaba “Vampiros clásicos” y en él aparecían reseñadas más de 200 películas: desde el “Nosferatu” de F. W. Murnau (Alemania, 1922) hasta “La noche de los vampiros” de Tobe Hooper (USA, 1979, basada en la fabulosa “Salem’s Lot” de Stephen King). Más de medio siglo de cine sangrante en un precioso compendio de bolsillo. Pensé que la persona que se había tomado semejante trabajo era una especie de santo, un poeta en tiempos prosaicos, un melancólico de los castillos de cartón, las leyendas y la niñez perdida. Cuando supe que Luciano Saracino pasaba por el Villa María vive y siente, no dudé un segundo en entrevistarlo. Y aunque sus talleres en la Medioteca se enmarcaron en el cómic (“Minifestival de Historieta”) supe que mi entrevista se enfocaría definitivamente en el miedo, “una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad”, según el norteamericano H. P. Lovecraft.
La entrevista tuvo lugar, precisamente, en el aula silenciosa del Taller de literatura y cine de terror que se dicta en la Medioteca. Y la primera pregunta fue directo al grano.
-¿Cómo llegás al terror, Luciano?
-Como nací en Buenos Aires en el 78, te diría que fue al revés, que el terror llegó a mí. Porque ya se había instalado y no hacía ni falta salir a buscarlo. Mis viejos vigilaban la puerta todo el día y el miedo no era la oscuridad, sino la luz. Porque cuando el pasillo se encendía, era por el ascensor. Y eso significaba que podían estar viniendo por vos. Así que de chico me enfrenté a todo eso, cuidando la puerta para que no entrara “el monstruo”. Hasta que un día todo cambió.
-¿Qué pasó?
-Vi en la tele una película de vampiros donde Christopher Lee con sus colmillos se convertía en niebla. Y entonces pasaba por abajo de la puerta. Pensé en poner un ventilador en la ranura para impedirlo, pero enseguida supe que era inútil, que no podía disipar la niebla porque las partículas volvían a unirse. En síntesis, no había modo de escaparle al monstruo porque tarde o temprano entraría y no tendría piedad para conmigo, así se llamara Astiz o Christopher Lee. Desde entonces, el miedo no me soltó jamás.
-¿Y cómo lo conjuraste?
-Con una frase de Chesterton que dice que “los cuentos de hadas son verdaderos no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que a los dragones se los puede vencer”. Y por eso existe el cuento de miedo. Porque nos explica que la muerte, el cáncer o la soledad no van a dejar de existir, pero hay modos de vencerlos. Y la literatura quizás sea el conjuro más poderoso; pero también la imaginación y la risa.
-Explicame mejor eso de la risa…
-Cuando escribo cuentos de terror para chicos intento jugar con un arma muy propia de Woody Allen: hacer que toda situación dramática se vuelva cómica. O sea, que aprendí a reírme del “monstruo”. Es una forma muy buena de enfrentarlo.
-Acaba de aparecer en la última “Fierro” una novela gráfica tuya sobre el “Petiso Orejudo” ilustrada por Nico Brondo. ¿En qué trabajás ahora?
-Acabamos de terminar una película con Ricardo Romero; “Necronomicón”. Es una historia fascinante que reúne a Lovecraft y Borges. Resulta que un día, un amigo le preguntó a Lovecraft por ese “libro maldito” que aparece en sus cuentos; escrito por el árabe loco Abdul Alhazred. Y él nunca dijo que lo había inventado. Incluso trazó una genealogía del libro diciendo cuándo habría sido escrito, quién lo habría traducido, dónde se lo habría destruido… Y al final escribe que sólo quedan tres copias en el mundo; en Miskatonik, en París y la tercera en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.
-Y aquí aparece Borges, ¿no es así?
-Claro. Gran admirador de Lovecraft, Borges trabajaba allí y escribió una ficha apócrifa de “Necronomicón”, que luego mezcló con las demás. Cuando Horacio González, el exdirector de la biblioteca, encontró esa ficha, nos llamó a Ricardo y a mí. Y entonces empezamos a rodar.
Un fantasma en la escalera
-¿Es distinto escribir terror para chicos que para grandes?
-Es exactamente lo mismo, sólo cambian algunos detalles, como el hecho de no poder usar lo sexual en textos infantiles. Pero lo demás es idéntico. Para que te des una idea, a mi libro “La chica de las frutillas” lo escribí para chicos y para adultos. Se trata de una historia de las islas Canarias en que una chica se aparece en un pueblito. Lleva un canasto de frutillas y dice que está buscando a su papá. Y entonces explica adónde queda su casa y dice que al fondo hay un aljibe. Alguien le comunica que esa casa ya no existe, que al aljibe lo sacaron. Cuando le preguntan de dónde trajo las frutillas, dice que del campo. La bibliotecaria del pueblo investiga y ve que, efectivamente, hace 100 años no sólo existía la casa con el aljibe, sino que había frutillas en el campo de los alrededores. Y entiende que esa chica viene del pasado…
-¿Y eso funcionó con ambos públicos?
-¡Totalmente! Los nenes se identifican con la nena perdida, pero los adultos con la bibliotecaria. No hay diferencia a la hora de asimilar el terror en la niñez o en la madurez. Y a mí las cosas que me daban miedo de chico me siguen dando miedo todavía.
-¿Les contás cuentos de terror a tus hijos?
-A veces, sí. Pero lo que me aterra es cuando ellos me los cuentan a mí.
-¿Cómo es eso?
-Una noche, mi nena me llamó porque “había un fantasma en la escalera”. Y tuve que bajar y explicarle que los fantasmas no existen, que no hay duendes, que no hay vampiros, que no hay nada. Pero cuando subía con ella estaba recagado de miedo. Ella se durmió supertranquila, pero yo no pegué un ojo en toda la noche. ¿A mí quién me explicaba que no había fantasmas ni vampiros? ¿Quién me aseguraba que Christopher Lee no iba a entrar a mi pieza convertido en niebla?
Iván Wielikosielek
Letras sangrantes en las dos Villas
Aunque el cuento de terror no ha sido históricamente cultivado en esta ciudad ni en su vecina y hermana, a partir del nuevo milenio ha aparecido una buena y variada cantidad de “libros de miedo”. A las ya conocidas ediciones del CENMA (el secundario para adultos del IPET 322, en Villa Nueva) que compilaban “Leyendas urbanas” de las dos Villas, se suma una antología de reciente aparición a cargo del profesor y novelista Luis Luján, responsable del proyecto y del espacio literario de la escuela.
Luján, actual presidente de la SADE Villa María, había publicado en 2008 “El juego de la copa” por Editorial Dunken; una novela entre ficcional y autobiográfica que relataba los peligros de invocar a los espíritus.
En el año 2012, Villa María vio la primera “antología” de jóvenes narradores de terror: “No debiste entrar”, editada por el sello cordobés Llanto de Mudo. Eran 15 relatos producidos en el Taller de literatura de terror 2012 de la Medioteca, donde por primera vez aparecían los nombres de Valentín Aguzzi, Rodrigo Costantino, Mauro Guzmán, Elisa Masini, Julio Machado, Camilo Montes, Matías Prudencio, Julieta Ríos y Damián Schaad.
El año 2014 tuvo un pico de fabulosa calidad en la “ópera prima” de María Virginia Ventura: “Sangre”, una colección de 18 cuentos de vampiros, asesinatos y mentalidades alteradas. La escritora y docente villanovense es una referente del género no sólo como creadora, sino también como investigadora. Y además de especializarse en la obra de la norteamericana Anne Rice (“Entrevista con el vampiro”, “El príncipe Lestat”, “Cántico de sangre”) estudia el “Gótico rioplatense”.
Aunque aún no apareció oficialmente “Koalas amateurs”, Javier Páez es otro de los escritores fundamentales del “género”. Nacido en San Luis y radicado en Villa María, Javier viene de publicar un inquietante relato en la revista local “News”. Efectivamente, “Los aparecidos” narra lo que ocurre en un pueblito de la cuenca sojera tras una súbita plaga de zombies y el modo en que el único sobreviviente se refugia en el campanario de la iglesia para combatir a los “desmembrados”. Javier, además, es profesor de Literatura en el Rivadavia y Las Rosarinas.
Por si estos títulos no alcanzaran, hay que decir que tanto Stephanie Meyer (“Crepúsculo”, “Luna Nueva”) como Stephen King (“Misery”, “Carrie”, “En el umbral de la noche”) y Dan Brown (“El código Da Vinci”, “Angeles y demonios”, “Inferno”) figuran entre los autores más leídos por el público joven y adolescente de la ciudad, según datos suministrados por libreros y bibliotecas.