Durante el transcurso de dos semanas, un montañista aficionado villamariense anduvo por el Himalaya, realizando trekking en altura y ascendiendo a dos de sus picos, en una de las cordilleras más atrapantes del mundo
El Himalaya es la principal cordillera del planeta, a pesar de tener menos extensión que otras. En su cordón cuenta con los picos montañosos más elevados del globo, que generan un magnetismo inigualable a los amantes del montañismo y el trekking en altura.
Cuenta con una región denominada “ochomil” donde se encuentran ocho de las 14 cumbres que están por encima de los 8 mil metros sobre el nivel del mar. El vocablo “ochomil” (en la terminología alpinista), designa a la elevación de terreno más importante del planeta. Todas estas cumbres se encuentran en las cordilleras del Himalaya y del Karakórum, ambas en Asia.
Es el Himalaya la que provoca el mayor embrujo a los amantes del montañismo. Son muchos los que anualmente la visitan, intentando escalar algunos de estos picos y unos pocos se atreven a conquistar al imponente Everest, el más elevado con 8.848 metros.
Para un escalador, llegar al Himalaya es la ilusión máxima y (si se permite la comparación) llegar al Everest, se asemeja al basquetbolista que juega una final de la NBA. Otros montañistas se conforman con desafíos que, aunque menores, son de alta exigencia como son los cerros, de diferentes alturas y rigurosidad técnica, que integran ese cordón asiático, donde hay cerca de 200 picos de más de 6 mil metros.
Aventurero y villamariense
Juan Olcese, villamariense, profesional, de 57 años, es “montañista aficionado”, como le gusta denominarse, un apasionado del trekking en altura, que en los últimos años ha desafiado distintos cerros en nuestro país. Ha participado de diferentes aventuras, en picos argentinos como el Domuyo, Lanín, el Chaltén o el Aconcagua.
En diálogo con EL DIARIO, cuenta: “Estuve en el Himalaya, pero no fui al Everest. Para subirlo hay que estar preparado técnicamente, se necesita mucho tiempo y presupuesto elevado. Nosotros llegamos a 5.600. Mi idea era hacer trekking de altura, no fui con la idea de subir esos montes más altos. Estuve en el Himalaya 13 días y 12 noches, con un promedio de cinco a nueve horas por día de caminata y en una altura promedio de 5.000 metros. Todos los refugios y bases fueron en esa altura. Llegar al campamento base del Everest demandó siete días. Hay que ir aclimatándose para evitar distintos problemas”, cuenta Olcese.
El villamariense sigue contando: “En mi caso fui solo, estuve en el Himalaya entre el 13 y el 20 de octubre y volví a Argentina el 2 de noviembre. Me preparé con un compañero que, finalmente, por temas privados tuvo que desistir del intento y no pudo viajar. Allá tenía contratado un prestador de servicio. Uno tiene que llevar muchas cosas y tiene que contratar un porteador de nombre Sundeep, de la raza sherpa, son tipos de baja talla y fuertes, y los cargadores habituales de todas las expediciones que se realizan anualmente”, comenta.
Katmandú, la capital
Olcese cuenta: “Salí de Buenos Aires y el viaje fue terrible. Hice escalas en Brasil, Qatar, Nueva Delhi, hasta llegar a Katmandú. Fue mortal, más de 30 horas, que en definitiva es anecdótico”.
“Llegué a Katmandú, una ciudad que está a 1.300 metros de altura. Es grande y pobre, y todavía está afectada por el terremoto. En Nepal hay un centenar de etnias que conviven pacíficamente con sus tradiciones, vestimentas, colores y tradiciones. Estuve ahí los dos días cuando llegue y otros dos, antes de volverme. En esos días disfrute de presentaciones y festivales que ellos tienen. Una de las etnias festejaba el año nuevo, otros hindúes que viven en el país tenían otra celebración y se paralizó todo porque son muy religiosos. De todos modos, es como entrar a los cuentos de “Las mil y una noches”. Toda la gente usa vestimentas largas, sombreros raros, casquetes, hay razas de distintos colores. Todos los días había una celebración distinta, en la que visten sus casas con flores”.
“Tengo un amigo de Facebook que es de Katmandú, cuando se enteró que estaba allá me vino a buscar al hotel y me llevó a su casa, en moto. Hay miles de motos, bocinazos, es un caos el tránsito. Cené en su casa, ellos comen con la mano. Es una experiencia riquísima. Como están acostumbrados al turismo casi todos hablan inglés. Y participé de la ceremonia donde recibían a Lakshmi, una diosa de las riquezas y prosperidad. Fue una experiencia impresionante y desde lo cultural muy rica. Luego estuve con los vecinos, que se juntan para dar serenatas, para ayudar a la diosa para que venga”.
Comienza la aventura
“Desde Katmandú tomé un avión bimotor, de 12 asientos, y fui hasta Luckla, un aeropuerto que ayudó a construir Hillary. Dicen que es el aeropuerto más peligroso del mundo, y creo que es así. La pista está en el único espacio de 200 metros llanos que hay y está inclinada. Además es muy susceptible al cambio de tiempo. Apenas llueve no aterrizan ni despegan aeronaves. El día que salíamos demoró cinco horas en partir, porque en Luckla había mal tiempo”, relata aún impactado por la experiencia.
“Ahí comienza la caminata, arrancamos en 2.800 metros. Durante siete días caminamos hasta el campamento base. Cuando uno ingresa a ese parque nacional, sobre los 3.000 metros, se paga un abono y debe cumplir reglas similares a cualquier parque. Contrate un servicio que me buscó refugios, el porteador y demás cosas y me desentendí del resto; lo había arreglado en Katmandú, le mandé un dinero por correo desde Argentina y me cumplió con todo. Nunca buscaron sacar ventajas; allá no vi inseguridad, y eso que me metí en cada lugares…”, relata.
“En esa parte del viaje ya estaba con el porteador. Cargar la mochila a esa altura es terrible. Están marcados los senderos y muchas opciones de trekking y en dónde parar. En cada refugio te daban la cama, un baño común y comida, por lo que no había que llevar ni carpa ni comida, lo cual aliviaba el equipaje. En ese país, al que denominan país sherpa, en cada refugio hay un comedor, una salamandra al medio y a su alrededor como pupitres, donde te atienden. Ellos calientan la salamandra con bosta de yak (N. de la R.: el animal bóvido de pelo largo que hay allá). Es un animal de carga. A la bosta la pisan y hacen como un panqueque hasta secarlo y con eso calientan la salamandra. Lo prenden a la noche y a la mañana temprano”.
El segundo día fue el más corto, llegamos a un pueblito y posteriormente fuimos hasta Namche Bazaar, capital del país sherpa, a 3.400 metros. Se aconseja para que el cuerpo se acomode a la altura no subir más de 600 metros por día, por temas de salud. Allí estuve dos días”.
“Desde ahí demoramos cuatro días para llegar al campamento base. Nunca tenés oportunidad de aburrirte. Iba hablando con el porteador y te cruzás con gente permanentemente, algunos que viajaban en el avión estaban en varios refugios. Hasta había dos argentinos”, rememora.
Su relato continúa con detalles de esa experiencia inolvidable. “En ese pueblo que tiene 500 habitantes estuve dos días, aclimatándome, y de ahí me fui a un pueblo que se llama Khumjung, donde hay una escuela que fundó Edmund Hillary, en su ingreso hay un busto que lo recuerda. Hay fotos en el lugar de cuando se estaba construyendo la escuela. Fue por el año 1960 cuando se hizo una expedición grandísima buscando el yeti. Hillary recurrentemente visitó en forma solidaria al pueblo sherpa”.
Necesidades básicas
La pregunta inmediata es cómo se cumplen las necesidades básicas, como comer y descansar, a lo que Juan Olcese explica: “Si vas organizado podés ir en carpa, pero ellos tienen refugios por todos lados. En todos los refugios te venden agua mineral y a mayor altura es más cara. Mi porteador tomaba agua de los arroyos, yo no, para evitar posibles problemas estomacales. En los refugios hay paneles solares de energía por lo que se pueden cargar baterías. Te venden unas tarjetas para usar wifi, están actualizados. Tienen unas pantallas de aluminio, cóncavas, donde ponen recipientes que se calientan a los dos minutos. Ahí también hacen pan, guisos y hasta pizza. En casi todos los refugios hay gente calentando algo”, relata.
“Todo lo que transportan hasta ahí es a base de yak o de sherpas. He visto algunos porteadores cargar en sus espaldas un escritorio, camas, puertas, mochilas de 20 kilos y ni transpiran. Gente muy amable, me encantó esa parte”, añade Olcese.
“Yo llevaba un kit diario, con gel de energía, chocolates, barras, cosas saladas y dulces, que consumía en el día. Llevaba pastillas para potabilizar el agua. Igual no fue necesario, compraba dos litros. Más el té del desayuno, algún té en un refugio al paso y una sopa por la noche, era una buena hidratación. El desgaste te impone tomar más liquido”, comenta.
Sigue el recorrido
“La siguiente parada fue en Tengboche (4.000 metros), donde dormimos una noche. Ese poblado tiene un monasterio budista donde supuestamente hay un cráneo que dicen que es de un yeti. En ese lugar es donde se tiene la primera vista del Everest. ¡Ahí te morís!, soltás las primeras emociones”, rememora conmovido.
“De ahí la idea era ir a otro sitio, pero cuando llegamos no había lugar en el refugio, por lo que seguimos hasta otro, y desde ahí hasta el campamento base a los 5.400 metros. A mí la altura me afecta al principio, después ya no, a otros no le pasa nada. Ahí dormimos dos noches”, sigue contando.
“Todo el tiempo es ver un paisaje más lindo que otro, de todos lados tenés paisajes alucinantes. El Everest se ve a la distancia, a medida que uno se aproxima y está más alto los otros cerros dificultan su observación, dado que lo tapan. En el campamento base se ve el camino para hacer cumbre, el glaciar Khumbu que se desprende de la pared sur. Por ese glaciar suben las expediciones que hacen cumbre”.
Primer ascenso
En el tramo siguiente de su aventura, Olcese asciende a dos de los cerros de ese cordón montañoso. “Después subí al cerro Kala Patthar de 5.550 metros, desde donde se tiene la mejor vista del Everest. Al lado se ve el Pumori (7.161 metros), al frente el Nuptse (7.861 m) y también el Makalu (8.485 m). Estar ahí fue lo mejor, saqué mi bandera y tomé fotos, fue lo más alto que subí esta vez. Lo mejor fue ver eso”.
“Ellos ahora están en otoño, ingresando al invierno. Las expediciones al Everest son entre abril y junio, en primavera. En verano no se puede porque es muy lluvioso. Ahora es tranquilo, había escaladores de montañas menores, que no tienen exigencias de aproximación. No es fácil subir uno de esos principales nevados, el pase para entrar cuesta más de 50 mil dólares, tenés que ser acaudalado o tener sponsors. Además necesitás dos meses para estar allá”, cuenta.
Segundo pico
“Luego del Kala Patthar subí el Gokyo, que es de 5.500 metros y luego hicimos un paso llamado Cho-la, de 5.500 que es muy bravo. No fue con técnica, pero es de escalada difícil. Cuando llegás al paso hay un glaciar donde se usan crampones, es complicado. En esa altura hay unas vistas extraordinarias. Esos son los tres hitos que tuve, lo mejor del viaje”.
La idea fue no volver por el mismo lugar de la ida, por lo que luego del paso “bajamos en Namche Bazzar. Me quedé con ganas de hacer el Island Peak (6.189 mil metros), pero es necesario ir con equipos, sogas, con arneses, botas dobles, que se pueden alquilar. Era accesible. Tal vez será otra vez”.
El regreso
“De Namche Bazzar a Luckla lo hicimos en nueve horas de caminata. Estábamos cansados. Al día siguiente volamos a Katmandú donde estuve otros dos días. Ahí tomé el avión que hizo escala en Qatar donde estuve varias horas. De estar en un aeropuerto como el de Katmandú al que se le ven los ladrillos, llegué a otro que es todo un lujo, con negocios de marcas famosas, autos de alta gama, que parece un shopping de cinco estrellas, con lugares que te venden caviar a un precio de 100 dólares el plato. De ahí fueron 17 horas más, hasta San Pablo y luego en Argentina”.
Final de una aventura única, en solitario y con la sangre aún en ebullición por la experiencia vivida. Sueño cumplido para un “montañista aficionado”, que ya tiene la mochila lista para una próxima aventura.
La camiseta de Lio Messi
Olcese cuenta que “cuando uno habla con la gente y le dice que viene de Argentina, algunos ni saben dónde queda. Los menos, los futboleros, la relacionan con Messi. Yo llevaba banderitas, pines. En la escuela de Hillary un chico me señaló perfectamente dónde estaba en un mapa la Argentina y le regalé la camiseta de la selección con el 10 de Messi en la espalda”.
“Es gente muy buena, sufrida por la rigurosidad del clima, pero siempre sonriente. Viven en un lugar que no hay rutas, ni caminos. Allá se ven muchos helicópteros, que son de seguridad, para provisión de cosas y turismo”, acota.