Perdida en el corazón de la provincia mesopotámica, la ciudad despierta querencias con su arquitectura neoclásica y su alma campera y guaraní. El legado de héroes populares como el Gauchito Gil, y el salvaje entorno natural capitaneado por los cercanos Esteros del Iberá
Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO
Mercedes es una delicia. Lo dice fuerte y claro el viajero, orgulloso del descubrimiento. Una ciudad de la que, vaya pecado, ni se escucha y que sin embargo ostenta múltiples razones como para ser visitada y disfrutada de veras. Su inventario está bien lejos de la escasez: arquitectura neoclásica por doquier, encanto tradicional y campero en su seno y en los alrededores, perfumes históricos en sus ladrillos estoicos, sangre guaraní en sus venas, naturaleza salvaje en el entorno, redención a héroes idos pero presentes en cada suspiro… bien argumentada queda la tesis del principio.
Experiencia vital es caminarla, contemplar las casonas y edificios antiguos que en Corrientes viven de a montones. Más aún en una localidad que es corazón de la provincia mesopotámica, en lo geográfico (750 kilómetros al noreste de Villa María) y en lo metafísico. Si hasta pareciera salida del chamamé mismo, el que se adivina en el tono cantor y enrevesado de los locales (la lengua es castellana, el ritmo guaraní), en esa raigambre gaucha que tumba cualquier preconcepto.
Obras con aires
europeos
Aquello se resume clarito en la plaza 25 de Mayo. Preciosa explanada que hace a las entrañas de Mercedes, muy telúrica en pobladores y recuerdos no dichos de los caracarás (primeros habitantes de la región) y casi colonial en los gestos de las construcciones.
Al respecto, susurran la multiplicidad de inmuebles que lindan con la plaza, y varios de los que se reparten en el resto del mapa. Será cuestión de presentarlos, a ellos y a las pinceladas francesas, italianas e ibéricas que los barnizan: la antigua Sociedad Española de Socorros Mutuos, el Teatro Cervantes, la Escuela 83 (declarada Monumento Histórico Nacional), la actual sede del Banco Nación, el Palacio Municipal, la Casa de la Cultura (que cobija a la Escuela Municipal de Arte, la Biblioteca, el Museo Municipal Histórico, Colonial y de Bellas Artes y el Museo de Ciencias Naturales Regional Mesopotámico), la Sociedad Italiana Belgrano, la Iglesia Nuestra Señora de la Merced (que incluye al Museo de Arte Sacro), la Estación de Policía y, cómo no, la nostálgica Estación de Trenes.
Son sólo algunos de los tesoros arquitectónicos de Mercedes, que se suman a cantidad de obras anónimas donde asimismo respiran los zaguanes, las rejas, los detalles de hierro, piedra, madera y vidrio.
Antes de salir a explorar el rededor habrá que conocer el Parque Mitre (que homenajea, al igual que otros espacios silenciosos, a próceres locales de la época de las guerras de la confederación), el Parque Municipal, el Bosque de los Artistas y la ribera del Arroyo Paiubre.
Riqueza natural y cultural
Después, a unos ocho kilómetros del centro, toca absorber el aura mística que desprende el Santuario del Gauchito Gil (nacido en la zona y asesinado justo donde se emplaza el “monumento”, el cual es visitado por miles de fieles durante todo el año, en especial cada 8 de enero).
También, ensancharse el alma con el campo de ribetes salvajes, decorado de hospedajes rurales (algunos exresidencias de jesuitas), monumentos que rinden tributo al legado guaraní (destacan el de Itá Pucú, el de Itatí Rincón y el de la Batalla de Caá Guazú) y el talante ganadero del que aún goza la médula de Corrientes.
La despedida viene con añoranzas, pero también con una inmensa alegría: el próximo destino serán los Esteros del Iberá, cuyo ingreso principal se ubica a sólo 120 kilómetros al noreste del municipio, camino de ripio mediante. Uno de los humedales más grandes del mundo, paraíso de diversidad natural sin parangón. Hermano de Mercedes y de su poesía.