Emblema de la Patagonia, la ciudad cordillerana tiene tantos atributos que cualquier inventario le queda chico. Un entorno natural único, para recorrerlo con tiempo y con los ojos bien abiertos
Escribe Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Es tanto lo que hay para hacer en Bariloche, que cualquier espacio se antoja corto. Un clásico que el viajero no termina de descubrir nunca, merced a la infinidad de atractivos que guarda bajo ninguna llave. Y es que la mayoría son abiertos a todo el mundo, dispuestos en la naturaleza. Allí, se revelan algunas de las postales más loadas del noroeste de la Patagonia. Están los bosques, están los cerros, está el lago Nahuel Huapi dominando la escena… Incluso está el casco urbano, que es probablemente lo menos espectacular de la propuesta y que sin embargo ya deja a cualquiera contento.
Por esa parte del mapa empezamos, insertándonos de lleno en la onda local, disfrutando de íconos inconfundibles como el edificio del Centro Cívico (con esa traza europea que nos recuerda al de Villa General Belgrano) y la neogótica Catedral, los museos de la Patagonia Francisco P. Moreno y el Paleontológico.
También, la caminata por el centro sirve para probar la cerveza artesanal o los deliciosos chocolates locales (ambos productos se manufacturan en la zona, en fábricas que pueden ser visitadas). Todo, en los bordes del majestuoso Nahuel Huapi, cuyo paseo costanero empieza a transportarnos hacia tierra prometida.
La esencia de Bariloche
Comienza entonces a descubrirse la esencia de Bariloche. Municipio ubicado en los extremos occidentales de la provincia de Río Negro (1.500 kilómetros al suroeste de Villa María), que vive justamente de las maravillas que le dio la creación. Así lo sienten sus habitantes, muy duchos en eso de calzarse las zapatillas y la mochila y salir a palparles la intriga a las montañas que se acercan por doquier.
En ese sentido, surge generoso el menú de caminatas, que en su inmensa mayoría se recuestan dentro de lo que es el Parque Nacional Nahuel Huapi. Otra vez habrá problemas con el inventario, teniendo en cuenta la cantidad de opciones a la mano: largas (de varios días), cortas (una o dos horas), de baja dificultad, de alta dificultad, concurridas, aisladas… Resumiremos el portfolio citando los circuitos más célebres, que los locales suelen asociar en el nombre con los distintos refugios que allí prestan servicio a los andariegos. Por ejemplo, el Refugio Berghof (Cerro Otto, entre dos y tres horas de marcha ida y vuelta), el Refugio Neumeyer (en el Valle del Challhuaco, incluye al Valle de los Perdidos, a la laguna Verde y al mirador Pedregoso), el Refugio Frey (en el Cerro Catedral, entre cuatro y seis horas), el Refugio San Martín (que conecta con la laguna Jakob, entre cinco y siete horas), el Refugio López y el Refugio Otto Meiling (ubicado en el Monte Tronador).
En todos los casos, el regalo que se llevan los aventureros viene en forma de bosques de cohiues y cipreses, de lagos, lagunas y ríos e impresionantes vistas de montañas. Tesoros escondidos que realmente vale la pena conocer.
Más propuestas
Más cerquita del centro, otro paseo que convida con fantásticas vistas es el que lleva al Cerro Campanario (se puede ascender con aerosilla). Lo mismo hacen los senderos alternativos que comunican con el ya citado Cerro Catedral (con su muy bien pertrechado centro de esquí), al Cerro López (en cuya base descansa el pueblo de Colonia Suiza) y el más lejano y exigente Cerro Tronador, repleto de glaciares.
Después, se puede conocer la zona lacustre del Hotel Llao Llao o desde Puerto Pañuelo (frente al complejo) salir a dar una vuelta en catamarán y recorrer el Nahuel Huapi y sus espejos de agua hermanos visitando Isla Victoria, el Bosque de Arrayanes, el Brazo de la Tristeza y las cascadas del Arroyo Fey y de los Cántaros, llegando incluso a Puerto Blest.
O si no, tomar otros rumbos y engolosinarse con las playas barnizadas de montañas de los lagos Gutiérrez, Guillelmo, Mascardi, el mismo Nahuel Huapi o el río Manso. O volver al barco para tutearse aún más con la Cordillera a través del paseo andino. O hacer buceo. O rafting en los ríos furiosos. O parapente. O kayak. O escalada. O cabalgatas. O excursiones en bicicleta. O pesca deportiva… Quedaron cortos los espacios nomás. Ya lo sabíamos desde el principio.