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Nuevas masculinidades: reconstruyendo la hombría

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Nuevas masculinidades: reconstruyendo la hombría
Compartir las labores domésticas y el cuidado de los hijos e hijas es una de las cualidades de los varones que ahora se valoran más

Desde el momento en que nacemos se nos asignan expectativas, valores y normas de acuerdo al sexo al que pertenecemos, es decir, aprendemos la forma en que debemos actuar, pensar y sentir según nuestra condición de hombres o mujeres

 

Compartir las labores domésticas y el cuidado de los hijos e hijas es una de las cualidades de los varones que ahora se valoran más

En los hombres, estas expectativas van directamente ligadas a la masculinidad, la cual se define como el conjunto de atributos, valores, comportamientos y conductas que son características de ser hombre en una sociedad y tiempo determinados.

Sin embargo, señala el autor Héctor Pizarro, es importante notar que las normas que cada sociedad asigna a lo masculino varían de acuerdo al contexto social en el que nos ubiquemos. No es lo mismo ser un hombre de la ciudad, de un poblado, o de una región u otra de una Nación. Incluso dentro de una ciudad hay diferencias por barrio, ya que las condiciones diferentes en las que cada hombre vive le van dando matices diferentes a las características de la masculinidad.

De acuerdo con diferentes autores, no existe una sola forma de ser hombre, pues aunque existen conductas generalizadas, cada individuo va adquiriendo su propias conductas, por lo que no se puede hablar de masculinidad, sino de masculinidades.

 

Elementos que conforman el modelo tradicional masculino

El modelo tradicional de masculinidad se apoya en cuatro elementos esenciales:

Restricción emocional: consiste en no hablar acerca de los propios sentimientos, especialmente con otros hombres.

Obsesión por los logros y el éxito: la socialización masculina, es decir, la forma en que los hombres aprenden a relacionarse con otras personas, se apoya en el mito del ganador. Esto implica estar en un permanente estado de alerta y competencia, ejerciendo un autocontrol represivo que regula la exteriorización del dolor, la tristeza, el placer, el temor, etcétera; es decir, de aquellos sentimientos generalmente asociados con la debilidad.

Ser fuerte como un roble: lo que hace a un hombre es que sea confiable durante una crisis, que parezca un objeto inanimado, una roca, un árbol, algo completamente estable que jamás demuestre sus sentimientos.

Ser atrevido: tener siempre un aura de atrevimiento, agresión, toma de riesgos y vivir al borde del precipicio.

Estos cuatro elementos básicos se traducen en un estilo de relación con el mundo caracterizado por un comportamiento afectivo limitado, por una conducta sexual restringida, por actitudes basadas en modelos de control, poder y competencia, así como en una dificultad para el cuidado de la salud.

Para Elisabeth Badinter, filósofa y experta en temas de género, la identidad masculina se adquiere por oposición, negando el lado femenino, es decir, el hombre debe convencer a los demás de tres cosas: que no es una mujer, que no es un bebé y que no es homosexual.

Según la doctora Nancy Chadorow, el origen de la identidad masculina sería más negativo que positivo, pues pone el acento en la diferenciación, en la distancia que establece con respecto a las demás personas y en la carencia de una relación afectiva.

 

Fragilidad masculina y violencia

Ante la necesidad de «demostrar» la masculinidad, ésta debe apoyarse en ciertos ejes considerados fundamentales: heterosexualidad, éxito en actividades claves (trabajo, deporte u otra), autoridad en el hogar u otros lugares y no ser femenino.

El “fracaso” en alguno o todos estos aspectos puede ser muy dañino para el hombre, de ahí la fragilidad de la identidad masculina tradicional. Para muchos hombres el enfrentarse a la “fragilidad” de su masculinidad es profundamente atemorizante, por lo que pueden reaccionar con violencia, hacia sí mismos o hacia otras personas.

De aquí que los hombres se vuelvan violentos porque:

El medio (familia, amigos, etcétera) los impulsa a ser violentos. “No dejarse” implica priorizar el enfrentamiento sobre el dialogo.

No se les enseña a enfrentar sus temores e inseguridades, sino a “huir atacando”.

El hombre que se rehúsa a pelear y enfrentar, que no es brusco o dominante, es “pendejo”, “marica”, “poco hombre”, sujeto de abuso por otros hombres.

 

¿Cómo construir nuevas masculinidades?

Robert Bly aboga por un rescate de las características positivas de la masculinidad, sobre todo de aquellas que le permitan al hombre mantener la confianza y seguridad en sí mismo, y aboga por que ese cambio hacia una personalidad más pacífica, abierta y receptiva no anule o disminuya su energía masculina.

Por ello, los nuevos modelos de masculinidad deberían estar basados en las siguientes premisas:

Aceptar su propia vulnerabilidad;

Aprender a expresar emociones y sentimientos (miedo, tristeza, etcétera);

Aprender a pedir ayuda y apoyo;

Aprender métodos no violentos para resolver los conflictos;

Aprender y aceptar actitudes y comportamientos tradicionalmente etiquetados como femeninos, como elementos necesarios para un desarrollo humano integral.

Se trata de modelos de masculinidad basados en una concepción igualitaria y no jerárquica, cuyo sentido se mida “no en sus éxitos personales, sino en la manera en que su labor revierta en la mejora de la sociedad a la que se sienta responsablemente vinculado”. Unas masculinidades nuevas, antisexistas, antirracistas, antihomofóbicas, promotoras de una vivencia de la masculinidad amplia y diversificada, plural y abierta.

La autora Angels Carabí propone un concepto denominado nuevas masculinidades positivas, el cual implica no sólo una nueva masculinidad antisexista y antihomofóbica, sino también antirracista y anticlasista por parte de los varones.

Algunas de las cualidades de estas nuevas masculinidades incluyen:

Compartir el control de la realidad con las mujeres;

No utilizar el poder para imponerse sobre otros/as;

Luchar por disfrutar de su trabajo y de su hogar por igual;

Compartir las labores domésticas y el cuidado de los hijos e hijas;

Agruparse con otros varones para plantear cambios en sus actitudes convencionales;

Promover la no violencia en sus hijas e hijos y en otros hombres;

Oponerse al machismo, reconocer las consecuencias negativas que éste ha traído a sus relaciones interpersonales;

No ver amenazada su masculinidad por compartir sus puntos de vista con las mujeres;

No considerar la homosexualidad como un peligro para su masculinidad;

Ser contrario a una educación sexista y homofóbica para los hijos e hijas;

Estar de acuerdo con que la madre participe en el proceso de hacer al hijo un hombre, buscar que el hijo, desde temprano, no desarrolle una identidad masculina agresiva ni egocéntrica

En suma, conocer las limitaciones y peligros del modelo tradicional de masculinidad nos ayuda a entender la urgencia del cambio cultural y la necesidad de redefinir la hombría, con miras a construir una sociedad mucho más igualitaria y libre de violencia contra las mujeres.

Fuente: Gobierno Digital, México