Escribe Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
Umbral de la Quebrada del Escoipe, el pintoresco pueblito reposa desde hace siglos entre montañas y un entorno natural privilegiado. Lo gaucho de la parada, de arquitectura colonial y mundos ajenos
La Quebrada del Escoipe es uno de los muchos tesoros montañosos con los que cuenta el corazón de la preciosa Salta. Allí, a modo de umbral del portento de verdores y laderas, se asienta Chicoana. Un delicioso tentempié que encuentra el andariego antes de continuar rumbo oeste y bailotear con la Quebrada del Obispo y el Parque Nacional Los Cardones, hasta descender en Cachi. Una especie de “pit stop”, que le llamarían los fierreros, aunque de lo último que queremos hablar en estos casos es de velocidad y asuntos de apuros.
Así lo entiende el singular pueblito, ejemplo de la paz y las bellezas que habitan en la norteña provincia, referente a nivel mundial cuando de paisajes alucinantes se trata. Recorremos el plano pues, sabedores de lo entrañable de la parada y de los beneficios del caso.
Las primeras impresiones son las buscadas. Una aldea de 3.500 habitantes con rasgos antiguos y modales suaves, como ellos, los 3.500. Lo mismo que la arquitectura, arrancada de siglos atrás. Algo de los nativos idos (quizás sólo los espíritus) vive en las construcciones (muy coloniales ellas). Resumen del encuentro de españoles e incas, allá por finales del siglo XVI. Y de la sabia de los jesuitas, quienes en el meridiano del siglo XVII también marcaron presencia. Al cuadro hay que sumarle el aporte trascendental de los criollos, la sangre gaucha aún latente en el andar de los paisanos.
Gusto a campo
De aquello se nutre la experiencia. De caminar por calles encantadoras plagadas de casonas antiguas y aromas norteños, telúricos, notables. Es disfrutar de los barcitos roídos con sillas remolonas, de los locales y su filosofía de vida tan ajena a la posmodernidad.
El resto, será trasladarse a pie por los recovecos de tierra que rodean Chicoana, el gusto a campo, la contemplación. La montaña está en todos lados, domesticando al Valle de Lerma. Los campesinos montan caballos, alimentan chanchos y gallinas, cosechan el tabaco (uno de los “motores económicos”, si se quiere, de la zona) y miran la roca sin verla. El viajero simplemente se llena de todo.
A la hora del esparcimiento más rotulado, surge la Quebrada de Tilian (a 5 kilómetros del municipio), que convida con variedad de senderos y arroyitos. Testigos son los cerros, y unos tremendos helechos que forman la cuasi selva de los extremos.
Otra opción es visitar el Complejo Truchas de Pulares (ubicada a más de 2.100 metros de altura sobre el nivel del mar). Destacan en el lugar dos represas de aguas impolutas, y el paso zigzagueante de sabrosas truchas arcoíris.
También recomendable resulta tocar el famoso Embalse Cabra Corral (unos 10 kilómetros al sudeste) y llenarse de agua y de más postales montañosas. O volver a la colorida y casi agitada Ruta Nacional 68 y con rumbo norte pasar por Cerrillos (viene a la mente el cantor: “Cómo olvidarte Cerrillos, si por tu culpa tengo mujer”) y luego acceder a las múltiples virtudes de Salta Capital. Mejor, incluso, quedarse en Chicoana. Los sentidos se la pasan muy bien en estos pagos.