Nuestro personaje era Cachito Corazón los viernes a la noche, el resto de la semana tenía otro nombre que se perdió en la memoria colectiva de las ciudades cordobesas de Villa Nueva, donde nació y cantaba, y Villa María, donde cantaba
Escribe Fernando Musa (*)
En el intermedio del cine Alhambra de Villa María, alrededor de 1953, había un “número vivo”, ya que recientemente se había promulgado una ley que obligaba a los cines de más de 800 butacas a tener un artista en el intervalo. Las presentaciones eran cortas y Cachito interpretaba algunos tangos de Gardel, con guitarras y todo.
Cachito tenía labio leporino, y le producía un efecto similar a los gangosos, sin serlo, porque los gangosos son los que tienen una lesión en el sistema nervioso y lo de Cachito era mecánico, él tenía una pequeña abertura en el labio superior y se ocupaba con empeño de aclararlo a todo aquel que lo llamara gangoso. Al cantar se le notaba menos, pero era inevitable esbozar una sonrisa al escucharlo.
Peinado a la gomina que le disimulaba una incipiente pelada, a pesar de su juventud, pantalón y saco blanco, camisa negra, y un clavel al tono con el pañuelo que sobresalía del bolsillo; entraba caminando con sus dos guitarristas entre el público para subir al pequeño escenario y entonar tres tangos a viva voz.
Mientras la gente entraba y salía para ir a comprar o ir a los baños, entre los vendedores uniformados, que te ofrecían maní con chocolate, caramelos y turrones… entre todo ese movimiento Cachito empezaba con “Volver”, seguía con “Por una cabeza” y concluía con “Palomita Blanca”.
Entre el barullo, sin micrófono, Cachito sonaba distante.
Cachito no era pendenciero, pero se sabía hacer respetar, si bien entonaba y era melodioso, algunas frases parecían sólo vocales, y el gangoso aparecía despertando risas y tentaciones, que algunos intentaban disimular, otros no podían y los menos se burlaban escondidos entre el público. Cachito había desarrollado la habilidad de cantar y mirar al público con mucha atención para descubrir a los que se burlaban. A veces era un chiflido, o repetían una frase en voz alta “anca alomita” y el consiguiente eco de las risas, para algún forastero desprevenido seguro habría entendido que se trataba de un número cómico, pero a veces era patético también.
Cachito escudriñaba desde el escenario, y al descubrir al infractor, mientras las guitarras seguían, el gritaba un:
-Te caché culiau…
Y continuaba con la letra mientras las guitarras se acomodaban a su de “…olando umbo a la casita onde está mi amor…”.
Algunas palabras, a fuerza de tanto cantarlas, le salían bien, pero las canciones parecían una sucesión de vocales, era como si entonara solamente las vocales en desorden. Cachito, el de los viernes, era aplaudido al final casi por compromiso, y ya era parte del inventario de la rutina de nuestra pequeña ciudad de Villa María y de su natal y vecina Villa Nueva, al otro lado del río Tercero, aún más pequeña.
El “Te caché culiau” se transformó en una frase recurrente que se usaba en la ciudad como algo “nuestro”; había un sentimiento de pertenencia, en los bares, en los asados, las peluquerías, se buscaba la manera de darle sentido al “Te caché culiau” e indefectiblemente despertaba una sonrisa.
Algunos cuentan que el vasco S. encontró a su mujer con un viajante, y lo primero que dijo fue “Te caché culiau” y que la mujer de los nervios empezó a reír y en la confusión el viajante logró salir de la casa, y fue una anécdota jocosa y no trágica, gracias a Cachito.
Un día nuestro personaje no apareció en el intermedio, y al viernes siguiente lo remplazó un grupo de folclore, con número de boleadoras. No era lo mismo ir al cine sin Cachito, y se rumoreaba que estaba internado en Córdoba, pero no se sabía dónde ni por qué. Algunos dicen que se operó para dejar de ser “gangoso”, lo cierto es que yo no supe más de él y siempre tuve la esperanza de volverlo a ver. Yo terminé la secundaria y cerca de los setenta me fui a estudiar a la Universidad, en la ciudad de Córdoba y ya habían pasado algunos años, pero en mí estaba ese recuerdo de Cachito. Una tarde escuché Palomita Blanca a lo lejos, con guitarra, en la peatonal, me fui acercando, vi un traje blanco, un acompañante y pensé “te caché culiau”… pero al verlo de frente no… “no lo caché”, y Cachito seguía extraviado en el recuerdo.
Cuando volvía a mi ciudad preguntaba, pero nada, era como si a la gente no le importara, y la frase se fue extinguiendo en el tiempo, y si alguien la decía no tenía la misma connotación de antaño; es extraño las cosas que suceden con la memoria, yo me acordaba de aquel cine por Cachito. En mi época de facultad en la Docta, fue naciendo el cuarteto, y fueron apareciendo los ídolos: Heraldo Bosio, Carlitos Rolán, y la joven “la Mona” Jiménez. Córdoba era una usina musical de un ritmo propio, que se fue propagando por el país con los estudiantes, que se lo llevaban como polemizando de alegría por toda la Argentina; el cuarteto viajó por San Luis, La Rioja, San Juan, Chaco, Formosa…
Fue hace poco, uno de mis amigos de aquella época cumplió 50, y decidí comprarle un regalo que nos recordara nuestra juventud. Fui a una de las viejas disquerías a buscar los clásicos del cuarteto de los setenta y hojeando las bateas pase por los “long Play” del Cuarteto Leo, Carlitos “Pueblo” Rolán, Rubén Ortiz, “la Mona”… volví a Rubén Ortiz, su saco blanco me hizo pensar en un momento en Cachito, seguí por Heraldo Bosio… pero me quede viendo sin ver, pasando caratulas hasta que volví a Rubén Ortiz… saco blanco, entretejido, bigote ancho. Esbocé una sonrisa, y pensé…
– Te caché culiau…
(*) Villamariense, director de cine, radicado en Buenos Aires