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“La literatura es un oficio, la poesía un don”

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“La literatura es un oficio, la poesía un don”

Escribe Franco Gerarduzzi ESPECIAL PARA EL DIARIO

Trabajar diez o doce horas por día, si no te destruye, te construye. Creo que es necesario para las personas que hacen arte estar bien metidas en el barro de la vida”, me dice el poeta Alejandro Schmidt mientras recuerda sus distintos trabajos en la adolescencia y juventud: vendedor callejero, peón de albañil, distribuidor de repuestos, preceptor.

“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”, comienza el poema «Un lector» (Elogio de la sombra, 1969) de Jorge Luis Borges. Schmidt fuma y a sus espaldas una biblioteca sin fin se erige como sólo una pequeña parte de los aproximadamente treinta mil libros que leyó. Borges también dice en el cuento «La biblioteca de Babel» (Ficciones, 1944): “Basta que un libro sea posible para que exista”, haciendo referencia al “libro total” que está en algún anaquel del Universo y al que Schmidt contribuye con cerca de setenta (alrededor de treinta inéditos).

Autor de libros como «Serie americana» (1988), «En un puño oscuro» (1998), «Mamá» (2007), «Videla» (2009) y «Otros rayos» (2016), el poeta habla sobre los poetas: “No me gusta ponerlos en esos lugares de profetas ni de descifradores de nada. No veo que haya más sentido en la vida de un albañil que en la vida de un poeta. En potencia, todos somos iguales, todos somos parte de algo”.

“No escribir más/ podré?/ me encontrará la fórmula?// qué alivio/ qué descanso/ entonces/ parecerá vacío el mundo y las palabras llenas.”, escribe en uno de sus poemas. No es necesario buscar una respuesta. En sus ojos hay energía, luz. Hay otras tormentas, otros rayos. Hay poesía.

 

Su ciudad

En Villa María no se ejerce el pensamiento. Cuando digo esto me refiero al conjunto de la ciudad, al consenso. ¿Qué nombres relevantes de la cultura ha dado Villa María en ciento cincuenta años? ¿Qué pintores han trascendido a la escena nacional? ¿Qué escritores? Edith Vera, de quien edité la mitad de su obra, es la única figura cultural que, además, trascendió a nivel de Latinoamérica.

Es una ciudad comercial, de tránsito. Es una ciudad sin identidad o, más bien, cuya identidad es el caretaje y el dinero. Está en la raíz de Villa María porque la ciudad se funda en un escritorio en Buenos Aires cuando Anselmo Ocampo hace un negocio con el ferrocarril. Nace de un negociado. Sin embargo, eso no tiene nada que ver con el cariño que le pueda tener.

Villa María está asentada sobre un pozo magnético que chupa todo hasta el fondo.

 

Sus lecturas

En los últimos años me he dedicado mucho a lo que se llama Romanticismo alemán y a todo el período del idealismo alemán (siglo XIX).

La poesía que me gusta, en el plano local, es la de Gustavo Borga, Carina Sedevich y Marcelo Dughetti. En esos tres poetas creo que hay mucho talento, mucha belleza y mucho oficio. Son los que puedo nombrar que leo, releo y me interesan. En el ámbito de la poesía de Córdoba, está Silvio Mattoni (de quien publiqué su primer poema en una revista que se llamaba «El gran dragón rojo y la mujer vestida de sol»). De mi generación me gusta la poesía de Susana Cabuchi y Julio Castellanos. De los poetas más jóvenes, me gusta mucho lo de Laura García del Castaño, Elena Anníbali y Leticia Ressia. Y en el orden del país me gusta mucho lo que hace Luis Benítez, Jorge Fondebrider, Jorge Aulicino y muchos momentos de la poesía de Arturo Carrera.

Hay mucha poesía en Villa María. Creo que es una vacuna de la ciudad y podemos estar orgullosos.

 

Escribir, escribir, escribir

Mi hermano, que tiene dos años más que yo y vive en España desde hace cuarenta años, era muy lector. El me pasaba libros.

Soy de una generación donde se gesta el rock argentino con sus grandes autores y temas. Recuerdo a Manal, Pappo, Spinetta. Entro mucho por la música. Se comienzan a escuchar canciones en nuestra lengua porque antes se lo hacía en inglés. Eso me llevó mucho a escribir, desde los doce, pequeñas canciones que de alguna manera son una forma bastante primaria de la poesía.

A los dieciocho o diecinueve años empecé a escribir con una mayor conciencia. Y a los treinta comencé a estudiar las corrientes políticas y a historizar lo que era la poesía argentina y latinoamericana.

Hace cincuenta años que escribo y cuarenta que publico. Fue un camino bastante solitario, pero fue mío.

Escribo siempre. Escribo manuscritos con lápiz, con birome, en cuadernos, en papeles sueltos. Escribo en la computadora, en los bares, en mi casa, escuchando música, mirando televisión. Escribí en el trabajo. Anoto en libretas, en agendas. Escribo de todas las maneras. Tengo casi sesenta y dos años y llevo cincuenta escribiendo. Es como una respiración. Muchas veces estoy escribiendo mientras converso con alguien. No tengo ritos de escritura.

Una cosa es la poesía, otra los poemas y otra los poetas. Los últimos años, en esta brutalidad que impera sobre el país, se ha puesto mucho el acento en los poetas y después en los poemas. Pienso que el acento hay que ponerlo en la poesía. La poesía es una fuerza que sostiene al mundo. Siento que el poeta es un medium que es atravesado por esa energía y que se traduce en la palabra. Entonces, cuando digo que escribo todos los días, en realidad no lo hago yo. Todos los días me presto a esa fuerza que viene, que habla a través de mí y que controlo sólo en parte: una pequeña corrección, un criterio.

El hecho de escribir todos los días también pasa porque estoy escribiendo una obra, mientras salen mis libros, que ya tiene casi dos mil páginas y que se llama «Una sombra llena de perros». Ya han sido publicados dos tomos y ahora va a salir otro. Eso me permite escribir. Escribo mucho, pero porque me dejo también. No creo que uno deba ser muy crítico de lo que hace. Uno debe permitírselo y después razonar lo que hizo.

Se escribe de dos formas poesía: hay autores que dicen: «Voy a escribir sobre las naranjas», escriben quince poemas en un año y son sobre ese tema. Es de acuerdo a la estructura psíquica que tenga cada uno. Y hay autores (estoy en esa línea) que van escribiendo lo que les sale y a la hora de publicar un libro tratan de encontrar un tema, una música en común.

La emoción es mi motor. A la poesía la siento acá, en el pecho. Todavía me emociona escribir y me da la misma felicidad que a los trece años. Parece mentira, pero he escrito más de diez mil poemas.

Escribo mucho desde la Biblia. En la Biblia hay poesía, narrativa, consejos, iluminación. Todo lo que le hace falta a la criatura está en la Biblia. También está en Shakespeare, en Goethe y en el Quijote. Está todo.

La luz, el ángel, Dios, la soledad, la llanura y las piedras son temas recurrentes. Considero que hay muy pocos temas en la poesía y en el arte. Creo también que hay pocos temas en uno; hay obsesiones que vuelven con una máscara o con otra. Si hiciera cine, teatro o pintura, pienso que habría temas que permanecen: el estar arrojados en el mundo, el sentido de la vida humana, el dolor, la orfandad y Dios. Uno no descubre nada, sino que a lo sumo agrega algo al libro o a la película eterna. No hay originalidad. Hay distintas búsquedas, pero el camino es y siempre fue uno solo. 

 

El reino de la opinión

Si estuviera pendiente de lo que se opina a favor o en contra de mi poesía sería muy desgraciado y un esclavo de los demás. No me interesa. Lo que sí me interesa es que esa voz que viene llegue a los demás, porque si no no publicaría y tendría una obra privada. No vamos a ser incoherentes. Me interesa solamente en la medida de que eso llegue porque el juicio está en el tiempo. Los griegos decían: «El tiempo da la medida de todas las cosas». Y alguna vez yo escribí también que el tiempo quita la medida de todas las cosas.

Las cosas están en el tiempo y no en la anécdota o en el comentario de una época. A lo largo de cincuenta años en la literatura, lo que he visto es eso: hay momentos en que un poeta puede ser muy conocido y muy reconocido. Y después olvidado. Y luego rescatado nuevamente. Hay poetas que han pasado su vida en la oscuridad y con posterioridad han brillado espléndidamente. El más grande poeta argentino (según el canon y para mí también) es Juan L. Ortiz. A su última conferencia (que dio a los ochenta años) asistieron veinticuatro personas. Ni siquiera era valorado dentro de la poesía de Entre Ríos. ¿Qué pasó después? Es inevitable leerlo.

En toda la historia de la opinión de los demás, de los críticos, de la prensa, de las academias, todo es como el viento. Algunos están en determinado momento, otros están después y, ¿qué es lo que queda? El poeta muere como todos los hombres y queda, o no, eso que recibió en la soledad del ser.

 

La poesía, el único camino

La poesía no es literatura. La literatura es un oficio, la poesía, un don.

El arte es un destino. Destino es anagrama de sentido. Sucede pese a uno mismo y está en nosotros seguirlo o no.

La poesía no es pensamiento, es iluminación. Se puede confundir con el pensamiento. La poesía es una sensación, al margen de que se revista de un lenguaje racional. Es por eso que me gusta tanto el romanticismo alemán. Ese movimiento cultural decía que todo es parte de todo, que es una cosa orgánica, que de lo que se ocupaba el poeta era de la eternidad, de Dios, de la energía del Universo.

 

Temores

En el orden de la poesía no tengo temores porque me parece que he escrito de más. Deben tener un fin las cosas. No le temo al bloqueo o a no poder escribir más porque me he permitido tanto que si un día no viene más, será porque ya está. Dejaremos de repetir. Todo está en el tiempo.

La cantidad no es calidad. De cada poeta quedan dos, tres, cinco poemas. Lo demás, tal vez fue el camino para llegar a eso.

En el orden de la vida tengo un temor que puede tener cualquier vecino. No me gustaría morirme sin ver un nieto. Es algo muy de la sangre. A lo demás no le tengo miedo porque he vivido con bastante coherencia. He sentido el amor y el odio en mí y en los demás, he sentido la belleza, he sentido. He sentido que todo lo que quise lo alcancé porque fueron cosas del orden espiritual y no del orden material. Vivo con bastante felicidad porque vivo muy cerca de mí. No vivo sin mirarme a los ojos.

 

Proyectos

Van a salir tres libros, dos en Córdoba y uno en Buenos Aires. «El ángel dijo sí» por la editorial «Buena Vista» (Córdoba), «La espina del faraón», por «Postales Japonesas» (Córdoba) y «Nombrar» por «Caleta Olivia» (Buenos Aires). Además se va a hacer una edición facsimilar de los dieciocho o diecinueve números que salieron de «Alguien llama», también por la editorial «Buena Vista».

En lo personal estoy muy contento porque voy a dar un seminario en el instituto Goethe en Córdoba, en abril, y otro de poesía argentina del siglo XX en un centro cultural de la misma ciudad. Y tal vez acá dicte, en las Rosarinas, un seminario sobre diez, doce poetas capitales del país, del siglo XX. También estoy enseñando en cátedras privadas y haciendo muchas clínicas.

 

En el espejo

No tengo pasado. Estoy siempre adelante. No soy nostalgioso. El pasado es una invención de la memoria que cambia día a día. Cuando uno habla de su pasado y sus recuerdos personales, hay capas y capas de construcciones y elaboraciones de la memoria. La memoria no es cierta, es una recreación. Uno no recuerda las cosas como fueron porque incluso no las puede ver. Estoy hecho de un pasado que no es fijo, sino que lo voy interpretando de distintas formas.

Me hubiera gustado ser artista plástico. Me gusta mucho la pintura. Ya mismo cambiaría, pero estoy muy hipotecado en la palabra. Me gusta mucho también el cine, la fotografía, la imagen. Miro todas las películas que puedo. Cuando digo que hubiera hecho pintura en vez de poesía, siento igualmente que no podría vivir sin leer. Podría vivir sin escribir, pero no sin leer porque soy muy curioso.

En el espejo vería a un hombre bajo la lluvia, subiendo una montaña. La montaña simbolizaría el sueño de la completud y la lluvia la inclemencia de vivir.

En «La impropiedad» (2013), Schmidt escribe: Escucho al crítico decir… Para la narrativa hace falta/ mucho más oficio que para la poesía/ y tiene razón// Para la poesía sólo hace falta/ todo lo demás”. «Sólo hace falta todo lo demás», repito. Está claro.

 

“La emoción es mi motor. A la poesía la siento acá, en el pecho. Todavía me emociona escribir y me da la misma felicidad que a los trece años. Parece mentira, pero he escrito más de diez mil poemas”.

“Soy de una generación donde se gesta el rock argentino con sus grandes autores y temas. Recuerdo a Manal, Pappo, Spinetta. Entro mucho por la música”.