Escribe: Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
En el corazón de los Andes, el pueblo se ve felizmente atrapado por montañas verdísimas, multiplicidad de cascadas, aguas termales y ambiente subtropical. Mucho deporte de aventura y la inolvidable experiencia de ver al volcán Tungurahua en erupción
as montañas, que escupen cascadas en plan edén, parecieran querer echarse encima de Baños.Un precioso pueblo que, en el corazón de los Andes y del Ecuador, se funde con cerros subtropicales y un paño repleto de rincones para visitar y actividades para hacer. Todo, ante la majestuosa presencia del volcán Tungurahua. El loco lindo que dos por tres anda con ganas de explotar, y que explota, en un espectáculo único que dejamos para el postre.
Antes de descubrir las virtudes que palpitan en el rededor de Baños (12.000 habitantes incluida la zona rural, ubicado 190 kilómetros al sur de Quito y 300 al noreste de las planicies de Guayaquil), vendrá bien deambular por el centro. Dichoso se siente el viajero ante la mirada vital y profunda de las laderas, pletóricas en vegetación, himno a las riquezas paisajísticas del país andino. Un par de placitas bien parecidas mechan el mapa de la localidad, que a diferencia de otros puntos de la Nación cuenta poco de raíces indígenas y costumbres ancestrales, y mucho de turismo, de turismo, de más turismo.
Lo malo: eso mismo, la falta de contacto explícito con la herencia cultural de unos pagos expertos en el tema. Lo bueno, la cantidad de alternativas surgidas de la cantidad de emprendimientos que ofrecen excursiones y servicios de todo tipo: rafting, canyoning (descenso con cuerdas por el interior de cascadas) canopy (parecido a la tirolesa), escalda, alquiler de bicicletas, de cuatriciclos y hasta de boogies. Muy bien pertrechada anda la aldea en tales menesteres. Acaso como ninguna otra en todo el Ecuador.
Al natural
Casualidad no es: Baños y su entorno están plagados de lugares para practicar las diversas disciplinas del deporte de aventura. En ese sentido, un universo de cascadas sale a convocar al viajero, a que se moje, a que contemple, a que se meta debajo, a que nade.
Para más embrujo, conviene alquilarse una bici y en rumbo este recorrer la asfaltada ruta 30 (es de destacar el excelente estado de las rutas ecuatorianas), parando aquí y allá para disfrutar de las decenas de saltos de agua que miman al camino. Incluso, hacer un alto en las varias bajadas al río Pastaza. Allí, puede redimirse uno con chapuzones gloriosos o llamar a la adrenalina y lanzarse en tirolesa o en bote por los rápidos (el famoso rafting). Continuando por la carretera, a unos 70 kilómetros, las montañas comienzan a acostarse, las aldeas de gente noble y campechana a dormirse, y la selva amazónica, otro gran tesoro nacional, a asomarse.
Más tranquilas resultan las caminatas en las adyacencias del pueblo (las hay por doquier, algunas conectando con las quebradas que se observan desde las plazas, otras con miradores, lagunas cautivantes, caseríos perdidos, y más, muchas más cascadas). A la hora de relajarse, llegan las aguas termales, que se lucen por toda la circunferencia del municipio e incluso en el área urbana (hay cinco emprendimientos privados “oficiales”), y que convidan con piletones donde el líquido reparador llega hasta los 55 grados de temperatura.
Todos los fuegos
Esos candores vienen de bien debajo de la tierra, de las entrañas del Tungurahua. La referencia obliga a dejar de lado lo demás, y hacer cita con el impresionante volcán y sus más de cinco mil metros de altura.
Entonces, habrá que cruzar la ruta y en taxi o caminando subir por un camino zigzagueante y asfaltado hasta llegar a un mirador que no dice nada, hasta que dice todo: es tremendo y amenazante el sonido que, al otro lado del estrecho valle, hace el Tungurahua en erupción. Durante el día, el asunto irá acompañado de pura humareda. Por las noches, lo que se ve es lava, furiosa e incandescente, brotando como un manantial. Fuegos de artificios no, fuegos reales, de la naturaleza. Un espectáculo único, pero único de verdad.