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¿La culpa es de Trump?

La elección de Donald J. Trump como 45to. presidente de los Estados Unidos, habiendo iniciado su vida política y campaña electoral sólo a partir de 2015 y con un discurso provocativo en el que llamó a los inmigrantes mexicanos “criminales” o “violadores”, proponiendo prohibir el ingreso al país de todos los musulmanes en tanto se burlaba abiertamente de contendientes, periodistas, afroestadounidenses, asiáticos y personas discapacitadas, nos deja la versión inédita de todo un emergente político global.

Con la llegada de este ultranacionalista al primer lugar del poder mundial se han puesto en jaque mate todas las coordenadas ideológicas y de partidos políticos conocidas, proclamándose que, ahora sí, el siglo XXI -políticamente- había comenzado con todos sus interrogantes, amenazas y sombras.

Esta emergencia Trump nos apremia y exige en términos de diálogo, de paz, de innovación, productividad y mayor competitividad en pro de una nueva generación y gestión de políticas sociales, dado que esto último implica un urgente tema ético, político, económico, sindical, periodístico y, al mismo tiempo, de lucidez (o profecía) histórica.

Los Trump son también el resultado de una corrupción estructural, de la burocracia, de las élites y de los establishment amañados por sus nefastas prácticas prebendarias en el orden político, empresarial, sindical, parlamentario, judicial, pero centralmente de politólogos, economistas y periodistas “políticamente correctos” que sabían que mentían descaradamente cuando proponían o difundían (una y otra vez) modelos que jamás derramaron lo imprescindible a innegociables desarrollos humanos.

Igual, en términos de democracia moderna, resulta más importante la legitimidad de ejercicio que la de origen. Esto mismo tratándose del belicoso Mr. Trump asusta y justifica todo tipo de conjeturas y temores atento a las medidas adoptadas en sólo sus primeros 15 días de un goloso ejercicio del poder, en donde el futuro ya no es más lo que era ni el presente es lo que parece ser.

De tal manera, Mr. Trump emerge de demasiados reclamos sociales que no fueron escuchados, de elocuentes y contundentes advertencias a las élites no sólo estatales e institucionales, sino a todos esos susodichos políticamente correctos, tal cual sostiene Angus Deaton, actual Nobel de Economía.

Así pues se entiende en principio que la culpa no es de Donald Trump, sino que la misma deriva de una perspectiva (o tenacidad de lo imposible) necia, insensata, ciega y sorda a las viejas y nuevas advertencias populares.

Preconclusivamente, en la misma línea de este trabajo, nuestro pontífice Francisco -seguramente como se posicionó sabia, lucida (y si se me permite) mordazmente ante el brexit-, diría que los resultados tanto de ese histórico referendo como de la unción presidencial de Trump, deben ser respetados porque reflejan la voluntad popular.

Contrafácticamente, ¿alguien aún pretende que los ciudadanos reelijan a todos esos que antes que salvar vidas humanas (jubilados, aborígenes, excombatientes y tales) no titubearon en salvar bancos, megaempresas, compañías de seguros e inmobiliarias?

Sí, los mismos que nos dejaron un planeta internitizadamente aturdido, despersonalizado, desorientado, despojado y deshecho ecológicamente.

Finalmente, fueron tantos y tales los excrementos del establishment, que aunque fuera posible lo imposible de su limpieza, el mal olor perdurará por mucho tiempo hasta tanto se sanen, se curen, se liberen y exorcicen tanto malestar social, tantas injustas insatisfacciones humanas.

Roberto Fermín Bertossi

Investigador CIJS / UNC