Hoy más que nunca es necesario cultivar un pensamiento abierto al otro, quienquiera que sea, y establecer puentes de diálogo.
Con razón, el secretario General de la ONU, ha recordado recientemente al mundo, que la orden ejecutiva firmada por el presidente Donald Trump, que prohíbe temporalmente la entrada de nacionales de siete Estados musulmanes y suspende el programa de admisión de refugiados, no es la forma adecuada de proteger a Estados Unidos.
Esto, realmente, lo que genera es indignación, con la consabida fuente de conflictos, que nos deja sin aliento, en un estado de ansiedad y preocupación por esta manera de actuar a golpe de necedad, de cerrojos, alimentando odios y venganzas raciales, religiosas, políticas y culturales.
Deberíamos repensar nuestra historia humana y no dejarnos llevar por presiones y prejuicios ideológicos.
Indudablemente, los que amasan el terror intentan dividirnos, crear alarmas sociales, pero la solución no son medidas que nos enjaulen a todos, y mucho menos pueden ser discriminatorias por nacionalidad, religión u origen étnico.
El mundo se ha globalizado para bien o para mal, pero está ahí, y la cuestión es entenderse. No se puede estigmatizar a nadie.
Ojalá fuésemos capaces de ponernos en el lugar del otro, para redescubrir los fundamentos de armonización entre todas las culturas. De lo contrario, seguiremos haciéndoles el juego a los propagadores del miedo.
Con el cambio de época, los oportunistas andan al acecho, de ahí que sea necesario profundizar, reflexionar en colectivo, para hacer emerger un nuevo horizonte en el que todos quepamos, los de un lado y los del otro, de manera que cuanto más unidos estemos, mejor será para todos.
No podemos gobernar a impulsos, irresponsablemente, se requiere altura de miras y no eliminar, de un plumazo, principios básicos de concordia ya establecidos en nuestro caminar histórico.
Detrás de todos estos desgobiernos cohabita una crisis ética y antropológica como jamás hubo. La moral tiene que volver a nuestro diario de vida, a nuestras relaciones humanas, a nuestro modo de ser.
Un gobernante que piensa más en el poder que en servir a su pueblo, mejor se va de recogimiento, a llevar una vida tranquila y sosegada con una retirada a tiempo.
En lo que debemos recapacitar, o si quieren madurar, si acaso cada uno desde su misión, es en trabajar por un mundo más humano, más de todos y de nadie, donde los que gobiernen actúen desde la humildad y con mucho amor; mientras los gobernados han de procurar acertar en participar, sobre todo con su colaboración en la construcción de la familia humana. Unicef acaba de pedirnos auxilio para atender a millones de niños, carentes de agua potable, educación, vacunas y alimentos.
Si la solidaridad es un bien para todos, es un bien común, su luz debe lucir a diario, máxime en un momento de tantas desigualdades e injusticias, que nos destruye como gentes de corazón.
Debemos regresar a ser ciudadanos de alma, individuos con espíritu batallador y solidario.
Cuando la humanidad se apaga, se corre el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten y, apenas, valgamos nada nadie.
Cada día son más los rincones del mundo que precisan sosiego, que llegue la paz y que comiencen las tareas de reconstrucción. Por tanto, es hora de pararse, de ensayar acercamientos, de comprenderse en definitiva. Cualquier gesto es bueno para poder avanzar. La Universidad Norheastern de Boston se unió este año a la iniciativa de la ONU “Impacto Académico” para auspiciar el Foro Global de Jóvenes, donde los delegados elaborarán planes de acción relacionados con la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible promovida por Naciones Unidas.
Asimismo, la ONU invita a jóvenes a concursar con un ensayo sobre el papel del multilingüismo en la ciudadanía global y el entendimiento entre las culturas. Sin duda, estas son buenas noticias. Estas realidades nos pueden ayudar a superar discrepancias, dando más importancia a los vínculos humanitarios.
En cualquier caso, no podemos permanecer indiferentes ante el cúmulo de despropósitos.
Hay que parar todas las guerras, pedir clemencia y activar la reconciliación de la especie humana, con un ejercicio de empatía perenne, escuchándonos mucho más; y, por ende, aprendiendo a darse uno a sí mismo en los demás.
Víctor Corcoba Herrero