Entre una casa y un hogar, hay un niño de distancia. Y Dolly Pagani es esa niña que todavía conserva la sonrisa y la inocencia de una infancia en la que, sin darse cuenta, jugar a ser maestra se convertiría en uno de los juegos de su vida
Autora de libros como «Vecino de Dios» (1990), «Repetición del fuego» (1993), «Memorias de la sangre» (1994) y de estudios críticos en revistas literarias del país y del exterior, la poeta ya tiene preparado para este año la publicación de «Cinco estudios de poetas de Villa María», donde incluye un abordaje de los poetas Bruno Ceballos, Horacio Roqué, Rosa Tejeda Vázquez de Theaux, Héctor Broggi Carranza y Geremías Monti.
“Me restituyo/ Esta es mi comarca verdadera/ Que aquí lo eterno es el instante/ la infinitud del canto de la piedra/ Lo demás…/ imposturas pasajeras”, escribe en «De la poesía» (La ambición de Prometeo). Y, más adelante, continúa: “Vidente (por sospecha) de lo oculto/ escucho los silencios/ de todo lo que dije/ y en el quicio de la voz/ -la oigo resistir- arde una hoguera/ No quiero violentar las cavaduras/ ni desnudar los despojos de la guerra/ Me queda aquí/ el poema/ último esplendor de la inocencia”. Aquí nos deja algunos de los silencios para que entendamos que en la palabra lo oculto se revela como la música cuando nos toma, de repente, de la mano.
Ante todo, madre
“El día cotidiano está sujeto a mi situación familiar. Vivo sola con mi hija, que es Down. Esto le da a la familia una estructura y un ritmo determinados. Hay que modificar muchas cosas, hay que adaptar muchas otras, hay que renunciar también a algunas y hay que cumplir con el deber de ser una buena madre. Entonces, desde que tengo a mi hija, mi vida se reparte entre esta vocación (poesía), que es demandante y que no la olvido nunca a pesar de los años, y mi rol de madre”.
La niñez y la lectura
“Fue una buena niñez en el pueblo. La niñez es un tesoro: los juegos, los campitos, hacer tortas y caramelos con amigos y leer. Tenía una mamá hermosa en este sentido porque cuidaba mucho las lecturas. Para los Reyes Magos recibíamos siempre libros. Como en el pueblo no había, iba a Bell Ville a comprarlos”.
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“Recuerdo los libros de aventura, la serie ‘Mujercitas’, de Louisa May Alcott; ‘Corazón’, de Edmundo de Amicis; ‘Las mil y unas noches’, ‘De los Apeninos a los Andes’, ‘Alí Babá y los 40 ladrones’”.
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“En las siestas leíamos junto a mis hermanas, pero mi mamá quería que durmiéramos. Entonces abríamos la puerta, dejábamos que entre un poquito de luz y leíamos. Tenía un hermano (el único varón) que leía la Biblia. Para leerla se subía a un sauce y nos decía: ‘Ustedes no pueden leer esto porque es misterioso. No es para mujeres’. El fue un hombre muy inteligente, muy lector, y escribía también”.
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“Mi mamá nos decía: ‘Cuéntenme lo que han leído’, porque quería asegurarse que hiciéramos las lecturas. Me acuerdo de que cuando cumplí 15 años me regalaron libros. Me había hecho famosa porque leía. Un señor que había ido a mi cumpleaños me regaló las obras completas de Bécquer, que todavía conservo, con una encuadernación de cuero preciosa. Siempre pienso qué pasaría si hoy le regalaran a una chica de 15 años las rimas de Bécquer”.
La juventud hoy
“Tengo 83 años; he vivido dos, tres, cuatro generaciones. Si me pongo a comparar, estas últimas generaciones han volado. No me quiero espantar porque estoy actualizada en todo, incluso también en las miradas: en cómo ver a esta generación y cómo juzgarla sin escandalizarme. Todo lo que pasa es lo que debe y tiene que pasar. Responde a una evolución natural y vertiginosa de todo. No solamente en relación a las modas, sino también en lo que atañe a las corrientes estéticas. Hay que acomodarse a esas decisiones que corresponden a una evolución inmediata”.
La mujer
“Tengo una visión de la mujer como un ser recoleto. Me parece que el pudor no hay que perderlo nunca. Pero, ¿qué se entiende hoy por pudor? Me parece que el amor tiene que ser concebido totalmente: lo sexual junto con lo espiritual”.
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“Me parece que en la mujer entregar el cuerpo es entregar su femeneidad y eso no puede pasar de moda. Y lo digo sin ser mojigata ni mucho menos. Me encanta la juventud, estar con ellos, que vengan a mi casa y que me hablen por teléfono para charlar de literatura. Me encanta porque sé conversar con ellos, sé entender lo que son y sé entender lo que hacen. Pero estoy por la otra parte, no como una vieja que censura todo porque no podría serlo como poeta tampoco”.
Vocación por la docencia
“Tengo una necesidad de comunicar todo lo que sé, que no es mucho. Uno siempre sabe que es poco lo que sabe”.
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“Fui maestra rural. Mis primeros años fueron en pleno campo, en un ranchito adonde iba con el título flamante de maestra normal nacional. Me llevaron para dar clases; no me llamaron desde la Secretaría de Educación ni mucho menos, no tenía un currículum ni había presentado nada. Los dueños de los campos de la zona de Cintra, donde nací, necesitaban maestras porque no podían llevar todos los días a los chicos a los pueblos cercanos”.
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“Un señor, amigo de mi papá, le dijo: ‘Su hija, ¿no iría a darnos clases?’. Estaba enloquecida y me pagaban no sólo la comisión cooperadora, sino también el sueldo que correspondía. Cuando cobré la primera vez pensé: ‘Yo soy la que tendría que pagarles a ellos en vez de que ellos me paguen a mí’. Estaba tan feliz”.
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“Llegaba en un ómnibus que me dejaba lejos de la escuela. Una chica iba a buscarme en un sulky. Subía y le decía: ‘Vamos rápido. No sea que los chicos ya estén’. Y ella me respondía: ‘Pero señorita, si la yegua no da más’. Cuando llegaba, atravesaba un alambrado. No tenía cancán, sino unas medias tres cuartos. El pasto estaba helado y lo cruzaba aterida, pero no me daba cuenta. No me voy a olvidar nunca. Es una historia que en mi vida tiene un valor enorme. Fue el punto de partida de mi vocación docente y lo que me permitió entender qué era enseñar, qué tenía que hacer con el que tomaba mi palabra y cómo debía emitir esa palabra para que sea bien recibida”.
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“Tenía cuatro grados en un ranchito con dos piezas separadas por una abertura que no era puerta. Así les enseñé a leer, escribir y rezar, porque tomaron la primera comunión. Les enseñé a amar a la Patria”.
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“La tierra dura y la helada de los inviernos me enseñaron a ser maestra y a superar todas las dificultades. No me daba cuenta del enorme sacrificio que estaba haciendo con 18 años”.
Edith Vera
La conocí desde siempre porque éramos vecinas; vivíamos al lado, por calle Catamarca. En aquella época ella empezaba a escribir, pero sin que se difundiera su obra. Esa es la diferencia que existe entre la gente que escribía en aquel momento (que guardaba lo suyo porque no encontraba cauce para la difusión) y la que escribe hoy”.
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“Era una mujer observadora e inteligente, y veía la poesía en todas partes, en cada insecto que volaba por el aire”.
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“Me recordaba a García Lorca. La poesía infantil de él es extraordinaria para chicos y grandes. Ella tenía un poco de eso. Era profesora de jardín de infantes y deslumbraba a los alumnos. Después, estando en la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), la invitaba siempre. Iba con mi hija, que era chiquita, y ella le llevaba una bolsita de almendras. Tenía esas delicadezas y un amor increíble. Tenía una ternura, una dulzura para hablar y un sentido crítico extraordinario”.
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“Estuvo cuestionada en la época de la dictadura. Creo que la detuvieron. Como era socia de la SADE, a nosotros nos preguntaron si habíamos descubierto algún tinte de izquierda en ella. Nosotros dijimos que no. Por supuesto que ella era de izquierda pero, ante todo, era una mujer sincera y no se iba a esconder de nada. Era capaz de entregarse. Ella no tenía reparos en nada y no le importaba defender y decir lo que pensaba. Además, tenía una dulzura que vos no sabías que estaba protestando. Era un ser especial”.
La poesía, un regalo divino
“Es un regalo que Dios le hace a ciertas personas. Es como la fe. Nadie tiene culpa de no tener fe porque Dios se la regala a sus elegidos. A la poesía también te la regala Dios, que es la gran fuente primera. A veces, cuando escribo, siento que alguien me toca”.
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“Cuando escribo, no pienso. Sin embargo, Juan Ramón Giménez dice en un poema: ‘Inteligencia, dadme el nombre exacto de las cosas, que mi palabra sea la cosa misma recreada por mi alma nuevamente’. Siempre me quedé pensando, ¿quién te da el nombre exacto de las cosas?”.
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“No tengo horas para escribir. Es un repentismo. Y me sucede que después de escribir, no creo haber escrito porque pienso que eso nunca estuvo en mí. Creo que alguien me dicta eso o que hay algo superior. Además, cuando me propongo escribir algo o elegir determinado tema, no escribo nada. No se puede seleccionar nunca el tema porque la poesía no tiene. Son unos poquitos temas o quizá es uno solo sobre el que se insiste permanentemente”.
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“La poesía es un afluente de todas las cosas que ocupan mi vida. Es un afluente de lo que tengo interiormente, de lo que tengo en lo profundo de mí misma y que tampoco lo conozco totalmente. Por eso digo que nace de una fuente que emana leche y miel”.
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“Antes creía que la palabra poética era la palabra ‘Suma’. Sigue siendo esa palabra, pero no depende de mí ni de todas las cosas de este mundo. Viene de otras fuentes, de otros cauces, a veces disfrazados, pero siempre legítimos”.
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“Cuando no tengo ganas de escribir, me quedo callada porque respeto ese mandato. Ahora me interesa sondearme más. Me pregunto: ‘¿Cómo pude escribir este poema si todavía no sabía esto de mí?’”.
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“No hay mala o buena poesía. Hay poesía o no hay. La gente que escribe teniendo en cuenta el acontecimiento, las ideas y los sentimientos, escribe, pero sin pensar en el cómo”.
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“Tengo un pacto secreto con las palabras. Las palabras delante mío se confabulan y hacen lo que yo hago. No creo ser una gran poeta. Además, no he dedicado mi vida a la poesía totalmente. He repartido mi vida entre otras cosas, algunas elegidas y otras impuestas. La menos elegida ha sido la poesía porque viene a través de las generaciones. Mi madre también era poeta, pero una que había hecho sólo cuarto grado. Tenía la cultura que le daba el amor a los hijos”.
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“Cuando hay poeticidad, hay poesía. La poeticidad es la que te conmueve, la que te sacude, la que te dice que estás frente a un poema. Te das cuenta porque te llega al alma. El poema tiene que estar hecho para que después de leerlo seas otro”.
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“Tengo un estilo musical. Escribo teniendo en cuenta el ritmo por sobre todas las cosas. Me encanta que las palabras se respeten entre sí y que no haya choque ni falencias lingüísticas como palabras mal colocadas. Es lo que decía Lorca: ‘El poema queda como él quiere estar’. Cuando el poema va tomando su condición de ser por sí mismo, te grita, te acusa”.
La poesía local
“En los últimos 20 años han surgido poetas buenos en Villa María y se advierte sobre todo en grupos como ‘Paco Urondo’ o ‘Mentiras que valen la pena’, del cual soy madrina. Hay también poetas más personalistas que no integran grupos, pero no importa, cada uno hace lo que quiere con su poesía y lleva su talento creativo adonde quiere. Esa es la libertad que te da la poesía y que se parece a la libertad de la fe. Es decir, en nombre de algo sos libre. Así lo siento”.
Miedos
“No tengo miedos porque tengo fe. Una cosa es consecuencia de la otra. Vivo sola en esta ciudad, pero confío en los amigos. La fe también tiene que ver con los años. A veces los desencantos del mundo te llevan a buscar algo que sea permanente, que te permita quedarte sin rencores y sin odios de ninguna naturaleza. No me gusta guardar cosas feas dentro de mí y por eso tengo a la poesía, que es lo bueno, lo bello y lo verdadero. ¿Por qué? Porque se desprende de lo divino”.
Dolly, desde dentro
“Veo a la que he sido siempre. Permanentemente me acuerdo de las distintas etapas de mi vida. Esto es una consecuencia de los años que tengo (porque no a todos les ocurre). Me doy cuenta que cuando era chica, era yo la hacía teatro, la que recitaba poemas y la que peleaba con mis hermanas”.
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“Quiero vivir en paz con el mundo. No soy guerrera y eso no significa que tenga miedo. Tengo mis verdades profundas y las defiendo, pero nunca con gritos. Las defiendo porque respeto al otro por sobre todas las cosas. Sé que el yo, la primera persona, no es persona si no está en relación con el otro, si no se inclina, si no le sirve de servicio. En ese sentido creo que terminamos en el otro. En el yo nos inflamos inútilmente y nunca somos felices. Somos felices dando. Siempre voy a encontrar el lado amable de las cosas, no porque no sepa discutir, pero una discusión puede ser poética también al igual que una conversación. Lo poético está en todas las cosas que existen.
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Tengo una concepción poética del mundo, de la vida, de la amistad y del amor. Para mí todo emana de una tierra de leche y miel. Con esto quiero decir que soy cristiana, católica, que le rindo culto a lo divino, y que en eso he encontrado el sentido de mi vida. El hombre es un buscador siempre: en lo que escribe, en lo que dice, en lo que habla, en el andar, en el peregrinaje. Yo creo que terminé de buscar porque encontré el sentido de mi vida.