Escribe Jesús Chirino
José María «Pancho» Aricó, 1931-1991, intelectual villamariense, recorrió el mundo editando obras fundamentales de pensadores y realizando importantes desarrollos teóricos dentro del pensamiento socialista poniéndose como norte aportar para la construcción de algo mejor que la sociedad en la que vivimos pero, a la vez, animándose a escapar de recetas e incluso enfrentar el desafío de repensar autores clásicos. Su largo camino intelectual tuvo su inicio en las primeras lecturas en Villa María.
Encuentros fundamentales
En su infancia, a los 6 años, comenzó a descifrar qué decían los libros. Entre sus primeras lecturas infantiles estuvo «Alí Babá y los cuarenta ladrones», luego vendría la literatura de viaje y posteriormente las obras de Florentino Ameghino y Julio Verne. Recorrió su niñez en un cálido ambiente familiar del cual participaban sus tías, solteras, quienes mimaron al niño José, un apasionado por la lectura de las historietas del «Mono Pancho». De allí le quedó el apodo «Pancho», que lo acompañaría toda su vida.
Un lenguaje hasta entonces desconocido para él, lo atrapó a poco de iniciar sus estudios en la escuela de Nivel Medio. El vehículo en el cual le llegó todo ese universo de conceptos nuevos como «materialismo», «dialéctica», «clases sociales», fue el semanario «Orientación», editado por el Partido Comunista. Ese trascendental encuentro con la literatura de izquierda, Aricó lo tiene en el marco del movimiento estudiantil, y en la escuela guiada por otro importante intelectual villamariense como lo fue el radical Antonio Sobral. Allí se vivía un clima de respeto por la libertad de pensamiento. Más adelante «Pancho» se ocuparía de la biblioteca del partido, donde accedería a la literatura comunista clásica.
La prensa partidaria, materializada en el semanario «Orientación», jugó otro rol importante en los primeros pasos de la formación intelectual de Aricó pues mediante ella tuvo el primer encuentro con el autor italiano, Antonio Gramsci, que lo sedujo por representar una conjunción del militante político con el intelectual. Aricó era un hombre muy preocupado por la reflexión, por la lectura de los libros y por toda la tradición teórica del pensamiento socialista, pero además era un militante político y, según sus propias palabras, «no encontraba ni en los intelectuales ni en los políticos esa doble funcionalidad». A partir de su decisión de leer a un autor no muy bien visto por los militantes comunistas fue construyendo un campo de lectura que era difícil compartir con todos sus compañeros.
Fue el propio Aricó quien en «Opinión Cultural» -el 1 de setiembre de 1974- señaló que sus primeros contactos con Gramsci las tuvo a través de «Orientación, que publicó el prólogo que Gregorio Bermann escribió para la edición en español de las Cartas de la prisión, publicadas por Editorial Lautaro, en 1950. Luego, la misma editorial, Lautaro, publicó tres tomos más (El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Literatura y vida nacional, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado nacional)». De estos libros de Antonio Gramsci, que menciona Aricó, los dos últimos terminaron siendo traducidos por él.
Persecución, cárcel y lecturas
Integrado a la vida política de su partido en Villa María, en la sede del mismo, tuvo contacto con una realidad que le permitiría advertir la importancia que el militante comunista otorgaba al saber, al estudio de las ideas que pueden ayudar a entender la dinámica social. De esa experiencia en el partido diría: «Era interesante ver a plomeros, hojalateros, albañiles, electricistas, carpinteros, algún abogado por allí, un ingeniero, discutir sobre las leyes de la herencia… Entonces, digo, ver la ingenuidad, pero además la pasión con que se discutía sobre temas de los cuales no se conocía absolutamente nada, es un hecho apasionante porque está mostrando en realidad, de manera disfrazada, grotesca, otro tipo de cosa. El papel que desempeñaba la cultura y el saber en la formación de un militante comunista».
Otro ámbito que marcaría a Aricó, en relación a sus lecturas, fue la cárcel. Antes de iniciar sus estudios en la ciudad de Córdoba, cae preso varias veces en Villa María junto a sus compañeros de militancia y su propio padre. Aquellos fueron tiempos difíciles para quienes profesaban las ideas comunistas, el peronismo cordobés era bastante puntilloso en su persecución. Sobre este período «Pancho» dijo: «Surgió la figura del desacato al presidente que permitía hacer un proceso judicial en contra de las personas. El peronismo abusó del estado de sitio. La detención estaba a cargo del Poder Ejecutivo, sin proceso. Pero, por lo general, el peronismo se ajustaba al Código de Faltas…». No era raro que lo llevaran a prisión poniendo como excusa hechos triviales como el orinar en la vía pública. Cuando cumplían la pena volvían a meterlos presos. Aricó lo describió diciendo: «Te esperaban en la esquina, te llevaban de nuevo y te detenían otros veinte días así, yo pasé como ciento setenta días detenido en un solo año. Me acuerdo que una vez acababa de salir de la prisión, me pegué un baño, me puse un sobretodo nuevo que tenía, fui a la casa de unos compañeros del partido, del secretario del partido en Villa María, cae la Policía y allí me enchufaron otros treinta días más».
En relación a las lecturas en la cárcel supo decir que, de última, fueron circunstancias «útiles» porque le «enseñaron cierto rigor y aceptación de disposiciones y normas de trabajo solidario. Fue tan importante como para que, a veces, ocurriera el hecho curioso de que, cuando salías de la cárcel, luego seguías soñando con la cárcel. Hasta, quizás, en algunos rincones de tu cabeza, deseando que te metieran en cana de nuevo para poder reanudar ese diálogo interrumpido con los viejos compañeros».
Su actitud docente se puso de manifiesto en esos períodos entre rejas, convirtiendo las celdas villamarienses en espacios de descubrimientos. Alguna vez Aricó llevó «Vida de Juan Facundo Quiroga», de Sarmiento, a la cárcel, los compañeros de encierro siguieron con pasión una lectura que de otra manera quizás nunca hubieran realizado. Esas experiencias compartidas, influyeron mucho en el padre de «Pancho». Sobre el particular el hijo supo decir: «Mi padre empezó a leer en esas detenciones. Como era un hombre muy optimista, vivaz y exuberante en la calle, se convertía en el eje de la reunión. Un hombre chistoso y además… eran días de jolgorio y de lectura».
Poco después, cuando en Villa María, durante 1952, el peronismo intervino la Biblioteca Bernardino Rivadavia y sus instituciones educativas por considerar que allí actuaban «radicales comunisantes», Aricó partió a la localidad mendocina de San Rafael, lugar donde cumpliría con el Servicio Militar Obligatorio. En aquel insospechado ámbito, una dependencia del Ejército, ayudado con un diccionario tradujo «Las notas sobre Maquiavelo», de Gramsci. Había iniciado su camino intelectual que lo llevaría a escudriñar, de manera profunda, del pensamiento, entre otros, de Mariátegui, Juan B. Justo y Antonio Gramsci. Luego de zambullirse en esos estudios Aricó realizaría aportes para ayudar a entender la realidad latinoamericana.