Desde que en 1974 se descubriera que la capa de ozono que nos protege de los rayos ultravioleta (UV) está reduciéndose a causa de la acción del cloro contenido en los gases CFC emanados hacia la atmósfera por los procesos y productos industriales, la reversión de este problema ha sido prioritaria en la agenda de los gobiernos y organismos internacionales. Esto afecta directamente a los equipos de aire acondicionado, los cuales funcionan con gases refrigerantes.
Ante los nuevos condicionantes legislativos, planteados con un fin ambiental, de salud o social, los fabricantes se posicionan haciendo uso de su mejor herramienta: la I+D. La fuerza de la química y del diseño hace que podamos disfrutar de productos cada vez más sostenibles y funcionales a un precio competitivo. La sustitución en los años 90 de los gases CFC por compuestos menos impactantes como los HCFC supuso un primer paso. Los gases empleados como sustitutos más ecológicos en los equipos de aire acondicionado, como el R22, eran compuestos de transición y tenían fecha de caducidad y, aunque en menor medida, siguen conteniendo cloro que degrada el ozono.
No obstante, y pese a la prohibición, los aparatos de expansión directa que emplean este gas como refrigerante pueden seguir funcionando y se puede sustituir por otros compuestos gaseosos permitidos (como el R-32), pudiendo alargarse su vida útil, en caso de necesitar una nueva recarga. Aun así, al no poderse garantizar un rendimiento óptimo, para conseguir la misma temperatura el consumo energético será mayor.
En este sentido, y dependiendo de la antigüedad del aire acondicionado, los beneficios ambientales podrían ser cuestionables. Para productos adquiridos hace más de 12 años, las mejoras en eficiencia energética alcanzadas durante este tiempo hacen que tal vez sea una buena idea plantearse un cambio de aparato. Así lograremos reducir las emisiones de dióxido de carbono asociadas al consumo energético, pero no sólo eso. Gracias a la mejora en el diseño, los equipos han incrementado su hermeticidad, minimizando las pérdidas de gas refrigerante. De esta manera, los requerimientos del mismo han descendido hasta el 20%.
Si bien es cierto que el nuevo gas refrigerante sin cloro tiene un mayor impacto climático, las mejoras del diseño y un menor consumo energético pueden compensar las emisiones. De este modo, junto a una correcta gestión al final de su vida útil, podemos lograr reducir a casi nulo el impacto producido por los gases contenidos. Igual que ya ocurre con las heladeras, al llevarlas a un lugar autorizado cuando dejan de ser usadas, se les extraerán de manera segura los gases refrigerantes y se procederá a su reciclado.