Tesoro desconocido para la mayoría de los argentinos que ponen rumbo a las playas gaúchas o catarinenses, el espacio protegido alucina al viajero con impresionantes cañones que destacan por sus verdores, aires casi subtropicales y caminatas que llevan a impresionantes precipicios y cascadas
Escribe Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
No lo vemos, no lo sentimos, ignoramos su existencia. Nos pasa cuando vamos para las playas del sur de Brasil y en el anhelo por llegar, dejamos de lado a una de las joyas naturales más espectaculares de esta parte del continente. Así de importante es el Parque Nacional da Serra Geral, un tesoro para nada escondido y que, sin embargo, pocos argentinos descubren.
Ubicado en el límite de los estados de Río Grande Do Sul y Santa Catarina, 100 kilómetros al noroeste de Torres y del litoral brasileño, este espacio natural protegido de 30 mil hectáreas de extensión alucina al viajero con su morfología única. Cañones son los que lo habitan, pero no de cualquier tipo: verdes, casi tropicales, exuberantes. Especies de selvas que se desparraman en precipicios y valles estrechísimos, los que definen un río que se aprecia en los fondos, cascadas en verdad imponentes y unos colosales paredones que solo en su parte más alta se sacan la vegetación de encima y dictan roca desnuda.
A todo lo vemos desde las alturas, sobre alfombras de pastizal, sin poder creer. Aquello, gracias a caminatas sencillas que nos llevan a balcones naturales y a la alegría de conocer un “país tropical” distinto, maravilloso, inexplorado, y paradójicamente tan a la mano.
Hacia la “Cachoeira”
Cambará Do Sul (125 kilómetros al noreste de Gramado), se presenta como el último centro de servicios antes del Parque. Son 20 los kilómetros que separan a ambos extremos (la mitad es asfalto, la otra ripio, o “estrada do chao”, que le dicen los hermanos del norte), y que dan tiempo para prepararse de cara a lo que se viene. En el mientras tanto, el amable camino deja ver granjas (las célebres “fazendas” gaúchas) y alguna que otra “pousada” rural, suaves contorneos, idea de montaña.
Después, un estacionamiento en el medio de los campos hace saber de la primera de las caminatas. Tiene una extensión de apenas 1.400 metros, y conecta en trechos de cielos diáfanos y algunos de intenso follaje, con la Cachoeira do Tigre Preto (Cascada del Tigre Negro). Angosto resulta el salto de agua, pero tan largo, tan largo, que incluso desde bordes distantes resulta imposible observarle el final, que se choca con el afluente. 400 metros de altura tiene. Notable.
Continuando la recorrida, la misma “trilha” regala todavía mejores panorámicas del cañón de Fortaleza, que se extiende a lo largo de 30 kilómetros, y cuya distancia de la base a la cima es de aproximadamente 1.000 metros. En esas van los ojos hasta legar a la Pedra do Segredo (Piedra del Secreto), punto final de la aventura inicial.
El Cañón Fortaleza
La segunda caminata, en tanto, entregará el premio mayor. Son 1,5 kilómetros que suben y suben, cada vez más bondadosos en panorámicas. El desenlace es realmente espectacular. El “mirante” natural pone a consideración de todo dios la parte más majestuosa del Fortaleza, e incluso, en días claros, el mar “gaúcho” (de Río Grande do Sul) y la planicie catarinense.
Se torna ancho el cañón, inmenso acaso como los que juegan con la Cordillera de Los Andes, pero muy diferente. Es el verde, señores, lo que lo destaca y le da un brillo especial. Los cóndores, que revolotean y vuelan libres y todopoderosos, parecieran asentir con la cabeza, dándole la razón al viajero.
La alternativa, es contratar un servicio privado en Cambará do Sul y con la ayuda de jeeps especiales y guías profesionales recorrer el cañón por dentro, con caminatas y chapuzones en el río. Otra opción es visitar el lindero Parque Nacional de Aparados da Serra, y conocer el Itaimbezhino, hermano menor (menor en virtudes y tamaño, aunque muy recomendable) del Fortaleza.