Cada jueves, desde hace ya muchos años, varias mujeres con pañuelos blancos en sus cabezas salen de la sede de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, se suben a una combi y hacen siempre el mismo trayecto.
Cuando el transporte llega a la histórica plaza, el chofer sube a la vereda y las acerca hasta pocos metros de la Pirámide para que el esfuerzo sea el menor posible. La mayoría ya pasó los 80 años y sus cuerpos cansados las obligan a caminar con paso lento y tomadas de una mano.
Allí las aguardan cientos de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, que jueves tras jueves las esperan ansiosos para marchar junto a ellas (con las que todavía pueden marchar) para hacer tres o cuatro rondas. Y cantan efusivamente. Y levantan sus pancartas con orgullo. Y gritan consignas de lucha como el primer día.
La indiscutida líder, Hebe de Bonafini, acapara miradas y fotos, justamente por ser un emblema del grupo desde hace décadas. Pero todas son aplaudidas y mimadas con indescriptible alegría. ¡Todas! Y los abrazos se multiplican. Y ellas se dejan abrazar, porque -dicen- es como si abrazaran a los seres queridos que ya no están. O mejor dicho, que les fueron arrancados durante la negra noche de la dictadura genocida.
Entre ellas, aparecen tímidamente la mendocina María Assof de Domínguez y la tucumana Sara Mrad, que son referentes de Madres en sus respectivas provincias y que esta semana viajaron especialmente a Buenos Aires porque hoy, 30 de abril, se conmemoran los 40 años de la primera concentración hecha por un grupo de mujeres en la Plaza de Mayo.
Charla de entrecasa
Al día siguiente de la marcha, nuevamente en la sede de Hipólito Yrigoyen al 1500, frente a la Plaza de los Dos Congresos, EL DIARIO pudo conversar con ambas como si estuvieran en la cocina de su propia casa.
María llega caminando despacito, porque sus rodillas la tienen a maltraer. En cambio Sara, 20 años más joven, se mueve erguida y con rapidez. A la hora de conversar, ambas lo hacen en forma pausada y sin perder las bellas tonadas de sus lugares de origen…
-Parece mentira, Sara, pero ya pasaron 40 años de aquel primer encuentro de las madres en Plaza de Mayo. ¿Cómo lo estás viviendo?
-Estos 40 años se resumen en una sola palabra, pero que es muy intensa: amor. Amor al hijo desaparecido, amor al pueblo, amor a la Patria. Es el amor lo que nos aglutina, lo que nos da fuerzas, lo que nos permite proyectar la esperanza. Porque, de verdad, si no tuviéramos amor no estaríamos militando, no recogeríamos el cariño y el afecto de tanta gente, que con esa fuerza que nos transmiten, nos acompañan y nos respetan. Si no fuera por el amor, esto no sería posible.
-¿Con eso alcanza para mitigar el enorme dolor por los amores ausentes?
-Mirá, durante muchos años las madres tuvimos discusiones y reflexionamos porque sentíamos que abandonábamos a nuestros hijos, hasta que decidimos socializar la maternidad. Nosotros no recuperamos a los hijos en forma física o personal, pero nos “crecieron” millones de hijos alrededor. Son todos los que hoy están peleando contra este sistema perverso que siembra hambre y miseria en la Argentina. Cuando llegó, la dictadura no vino porque eran unos “milicos malos” que simplemente querían reprimir. Quienes organizaron el golpe eran los grupos económicos y los civiles cómplices que querían concentrar riqueza a costa del pueblo. Hoy estamos en esa misma situación. Macri fue elegido por el voto, pero la decisión política de la pobreza en la mayoría la tiene el Gobierno. Todos los que nos acompañan en la plaza, los que aman a Cristina, los que recuerdan con tanto amor a Néstor, son nuestros hijos. Y en ellos, en sus abrazos, en sus manos, en sus ojos, encontramos a nuestros hijos.
-En su caso, no se trata de un hijo, ¿verdad?
-Así es: yo tengo a mi hermana Ana y a su marido Pedro desaparecidos. Ellos fueron secuestrados en el 75, durante el Operativo Independencia.
-Y vos, María, ¿cuáles son las sensaciones por estos días? ¿Qué pasa por tu corazón?
-Mucha emoción… ¡muchísima! Durante mucho tiempo estuvimos acostumbradas a venir todos los 30 de abril para conmemorar aquella primera marcha de 1977, pero por razones de salud hace como dos o tres años que no podía venir. La pena es que hay
muchas madres que ya no están. Eso me entristece. También estamos impresionadas por la cantidad de gente que nos sigue acompañando. Ayer a la tarde (por el jueves) en la plaza, durante la marcha, y por la noche en el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, que funciona en la sede de la ex-ESMA), donde se hizo un reconocimiento a varias personas y después hubo un recital folclórico, vivimos momentos maravillosos. ¡Fue una hermosura! No podíamos caminar de la cantidad de gente que había… y eso nos da más fuerzas para seguir.
-¿Cómo se expresan las Madres, allá en Mendoza?
-Allá es mucho más chico, pero nosotras también marchamos en la plaza principal. En aquellos años de la dictadura no había teléfono. A mi hijo, Walter Hernán, y a su esposa, Gladys Cristina Castro, que estaba embarazada de seis meses, los secuestraron durante la madrugada del viernes 9 de diciembre de 1977. Con mi marido nos enteramos al día siguiente y no sabíamos qué hacer, a dónde ir, no entendíamos qué estaba pasando. Yo sabía que mi hijo y mi nuera militaban, además de trabajar y estudiar. ¡Pero no mataron a nadie!
-Y entonces, ¿cuál fue el “pecado” que cometieron?
-Iban a los barrios a ayudar a los más pobres, eso hacían… y tenían la ilusión de poder cambiar el mundo. El me decía “mirá, mamá, como está sufriendo la gente, pasando hambre”. Era un chico bueno, de familia, no hacía nada raro, no era violento y jamás lo vi con un arma. Yo creía que a mí sola me había pasado eso, pero después me enteré de que eran muchas las mujeres que estaban viviendo lo mismo en Mendoza. Después me dijeron que viniendo a Buenos Aires, podía conseguir alguna noticia de ellos. Yo no conocía esta ciudad, pero conseguí unos amigos mendocinos que vivían acá y entonces ellos me tuvieron en su casa porque no había dinero para pagar una pensión. Además era realmente muy peligroso andar por ahí.
-¿Qué edad tenías?
-En esa época, 47 años.
-¿Y ahora?
-85.
-¡Estás impecable!
-(Risas) Lástima que las rodillas me tienen mal… pero el corazón y las ganas siguen intactos.
Recuperó a su nieta
En otro pasaje de la charla, María cuenta que, producto de la incansable lucha de las Madres y las Abuelas, en agosto de 2015 pudo recuperar a aquella nieta que su nuera llevaba en las entrañas cuando la secuestraron. El abrazo con Claudia Domínguez Castro tardó 37 años, pero finalmente llegó. Fue la nieta recuperada Nº 117.
Claudia nació en cautiverio, en marzo de 1978. Siempre supo que era adoptada, vive en Mendoza y tiene tres hijos.
Se abre la puerta y la mujer que siempre acompaña a Hebe les avisa que está la mesa servida y que “la comida se enfría”. Un pollo al horno con ensalada las espera en la cocina de la sede.
Pero antes de despedirse, con un beso y un abrazo de madre, o de abuela si se quiere, Sara y María coinciden: “Nunca nos resignamos, jamás dejamos de buscar en nuestros seres queridos… las 24 horas del día pensamos en ellos”.
Hoy, al cumplirse 40 años de aquel primer encuentro en la Plaza de Mayo, las Madres volverán a reunirse como todos los jueves. Y será un domingo atípico, muy diferente a los habituales domingos porteños en los que la tranquilidad le gana la pulseada al frenético movimiento semanal.
Hoy, con sus cuerpos cansados y doloridos, pero firmes en sus convicciones, las Madres celebrarán 40 años de lucha. Y no es poco…
Raúl Olcelli y Daniel Rocha