“Start spreading the news, I’m leaving today. I want to be a part of it, New York, New York”, cantaba Frank Sinatra, más duro que pata de perro envenenado en el ártico. Lo importante es que cantaba, y de qué forma, esta oda a la ciudad emblema de Estados Unidos. La reina reech de las metrópolis, que alberga símbolos arquitectónicos de a montones.
Entre ellos, el Empire State. Una mega construcción de 102 pisos y 443 metros de altura que, merced a semejantes atributos, obtuvo el título de edificio más alto del mundo (lo fue entre 1931, año de su inauguración, y 1972). La medalla se la birló entonces el World Trade Center, al que ya por esas épocas Bin Laden contemplaba con el mismo rencor con el que Schiaretti mira a su peluquero, y le ladra: “Te dije flequillo fachero, será de Dios”.
El famosísimo rascacielos está ubicado en la intersección de la Quinta Avenida y West 34th Street, lo que claramente es muchísimo pero muchísimo más cool que decir “en la esquina de Alem y Buenos Aires, cerca de donde era Casa Tía”, por ejemplo. Desde allí, impacta con su diseño art decó, tan simétrico, coronado por una antena de más de 60 metros de extensión. La misma a la que se aferró King Kong mientras gritaba: “Vayan a laburar negros de m…”, “Acá se tendría que volver a escuchar el ruido de las botas“, “Se embarazan a propósito para cobrar planes” y otras frases célebres del gorila más grande del mundo.
Ajeno a todo, Frank sigue cantando: “If I can make it there, I’m gonna make it anywhere. It’s up to you, New York, New York!”, más dado vuelta que el Diego contra Nigeria.