Gustavo Caleri no sólo es el librero que más autores villamarienses tiene en sus anaqueles, sino el único en organizar ciclos de lectura. Desde su local, que combina la librería con el café y el centro cultural, habló de la copiosa producción poética de la ciudad, que se contrapone a su escasa venta
Escribe Iván Wielikosielek
Especial para EL DIARIO
En el mismo estante que Pessoa y William Blake el amante de los versos podrá contabilizar, casi a vuelo de pájaro, a no menos de 20 poetas locales; algunos con varios títulos en su haber. Si se tiene en cuenta que la mayoría fueron publicados en los últimos cinco años, quizás se tenga una noción más cabal del boom poético por el que atraviesa Villa María en este incipiente Siglo XXI. Si el lector es tan amable, acompáñenos en este breve recorrido por los autores de ambas Villas expuestos en los anaqueles más líricos de la tienda.
Gustavo Borga (“Patitos degollados”, “Hermoso niño rubio”, “Para vos no” y “Un puntito negro”); Fabián Clementi (“Refractario”, “Spectrorum”, “El salto del dorado” y “Despojados de todo cielo); Marcelo Dughetti (“Los caballos de Isabel”); Silvina Mercadal (“Acuario de la morsa” y “Las aventuras de la piña monstruo”); Carlos Surghi (“Villa Olímpica” y “Regalo de bodas”); Ricardo Tell (“No atiendo a desconocidos”); Alejandro Schmidt (“Serie americana”, Mamá”, “Videla”, “Llegado así”, “Escuela industrial” y “Romper la vida -antología existencial-“); Darío Falconi (“Agua”); Sergio Vaudagnotto (“Los héroes viajan en colectivo”); Alvaro Monteodoro (“Ojos desteñidos”); Fernando de Zárate (“Brumario”); Magdalena Castro (“Es todo lo que ofrezco”); Carina Sedevich (“Escribió Dickinson” e “Incombustible”); Griselda Rulfo (“Masticar rabia”), Evangelina Sodero (“Palabras que caminan la cornisa”); Marcelo Silvera (“Monitor interior”); Marina Giménez (“Cáliz de arena”), Alicia Giordanino (“La rosa azul”) y el último autor ingresado al “catálogo de Librelibro”, Eric Zandrino (“Anatomía de una ausencia”).
Si a estos títulos se les suma la antología “Arremolina”, publicada por el Grupo Paco Urondo, se tendrán, además de los nombres ya citados, los de Fabiana León, Eduardo Cichy, María Elena Tolosa, Juan Ramón Seia, Susana Giraudo y Susana Zazzetti.
Aun teniendo en cuenta la tristísima (acaso inexcusable) falta de Edith Vera en la lista, es evidente que las publicaciones de poesía local se han multiplicado de forma exponencial y que esos autores han visto la luz tanto por editoriales locales (Eduvim y El Mensú) como por las de Córdoba (Alción, Recovecos, Llanto de Mudo, Nudista y Caballo Negro) y también la riocuartense Cartografías.
Pero, curiosamente y casi a contramano de esta realidad, el librero Gustavo Caleri comenta que “la poesía villamariense apenas si se vende. Casi no hay movimiento comercial de esos títulos y algunos, incluso, pueden pasar años sin ningún tipo de movimiento. A veces, cuando un libro sale reseñado en EL DIARIO o se ha presentado en sociedad, puede vender un par de ejemplares en una semana. Pero después se para completamente y el libro sigue en los estantes”.
Sin lírica en las vacaciones
–¿Quiénes compran los libros de poesía local?
-A la poesía local sólo la compran los demás poetas y también alguna gente de letras, como profesores o alumnos de la universidad. Fuera de eso, casi no hay mercado. Digamos que la poesía se mueve en un círculo cerrado, donde quienes la producen son los mismos que la consumen. Y otras veces ni eso.
–¿Cómo es eso?
-Quiero decir que muchas veces los autores regalan sus libros a sus colegas y cuando esto pasa, se quedan sin chances de vender. A la vez me parece justo que así sea, que los autores se regalen sus libros o mantengan algún tipo de camaradería.
–En los últimos años organizaste varios ciclos de lectura, ¿ayudaron a vender?
-¡Para nada! Pero debo decirte que este fenómeno no es local porque tampoco vendo a los grandes poetas del mundo. Al único que vendo con cierta frecuencia es a Girondo. Y a nadie más.
–¿Y Borges?
-A Borges lo vendo como narrador, pero un libro de poemas de Borges tampoco sale. Es tan duro como vender un autor de acá; y acaso un poco más.
–¿Y cuáles fueron los best sellers locales desde que tenés la librería?
-Recuerdo haber vendido muy bien “Incombustible”, de Carina Sedevich, el año pasado y también “Un puntito negro” de Gustavo Borga en 2013. Pero te estoy hablando de 8 ó 10 ejemplares en todo el año. Pero ese número para la poesía es enorme.
–¿La escasez de ventas tiene que ver con el precio?
-Para nada. Los libros de poesía cuestan entre 80 y 100 pesos y son de lo más barato que podés conseguir acá. Creo que la falta de ventas se debe a que la poesía es un género muy difícil, que te exige ciertas competencias previas y que nunca es una lectura pasatista. En tiempos en que lo que más sale es la novela histórica y los thrillers de verano, la poesía no puede competir. Y nadie se lleva a la pileta un poemario con un vaso de jugo o un fernet con Coca.