Por el Peregrino Impertinente
El samba es un género musical nacido en Brasil, considerado justamente como uno de los pilares de la cultura de aquel país. Una nación que aparte de ser muy bonita y cobijar un encanto envidiable, se jacta de ganarnos al fútbol el 97% de las veces: “Brasil, decime qué se siente”, gritan los hinchas argentinos. “Un placer orgásmico primero, y ganas de prender un pucho y la tele inmediatamente después”, responden los vecinos del norte.
De orígenes africanos, el samba se popularizó en Río de Janeiro durante la primera parte del Siglo XX. Aunque las bases vienen del “Samba da roda”, un estilo creado en la zona de Bahía por esclavos llegados desde el continente negro. Castigadas gentes que paliaban los sufrimientos del día a día con ritmos pegajosos y alegres, que los remontaban a su tierra natal en un mágico juego de la imaginación: “¡Mirá N´Gondo, una jirafa!”, le decía Olembe a su amigo en pleno baile, señalando un poste de luz, ¡Sí, y mira allá, un hipopótamo que se comió a un león!, le retrucaba el otro, malicioso, apuntando a la novia de Olembe.
Lo cierto es que desde entonces el samba ha ido creciendo como cuenta bancaria de Niembro, y hoy reparte felicidad en base a subgéneros como el samba cancao (de letras románticas, más lenta que la tradicional), el samba enredo (la que tocan las “escolas” durante los célebres carnavales brasileños) y el pagode (una variedad aparecida en los 80, actualmente lo más popular que hay en el hermano país después de Neymar, Lula y el narcotráfico).
“Bueno, vamos a ver si nos acompañan, a ustedes que les gusta tanto esta música maravillosa: ‘Zamba, de mi esperanza, amanecida como un quereeeeer…’” cantan enfundados en ponchos y confusión y en plena playa de Ipanema los integrantes del grupo “Amanecer Campestre y Patriota”, y los brasileños que por allí pasan tiran chilenitas.