Escribe Juliana Ricaldoni (*)
«Enfrentamos una situación de hipersexualización cuando los chicos están expuestos a experiencias que no son adecuadas a su nivel de madurez», explicó la psicopedagoga Mónica Coronado.
«Los parámetros de belleza, delgadez o la percepción del rostro que implica el maquillarse son experiencias que puede manejar una persona que ha consolidado su personalidad», agregó.
En este sentido, afirmó que en la hipersexualización está «el horizonte de querer agradar, ser linda y atractiva a través de determinados acondicionamientos físicos que tienen que ver con la seducción del otro».
Hay «corpiños con relleno para nenas de 10 años, depilación de cejas o cirugías», recordó.
Sostuvo que «el cuerpo -que para el niño es un instrumento para explorar el mundo, jugar o conectarse con el otro- de este otro modo se convierte en un objeto de culto, en objeto de exhibición», por lo que consideró que «tiene que ver con la mercantilización del cuerpo y con entrar en circuitos de consumo».
«Los chicos se ven presionados a medir su valor por cuánto les gustan a los demás o cuán populares son. Es una carrera destinada a perder», subrayó.
La profesional aseveró que «se da también en varones, por ejemplo al adjudicarles comportamientos que no tienen carácter sexual como decir que un chiquito de 4 años está de novio» y contó que «hay nenes a los que los visten como si fueran Iván de Pineda, con anteojos Ray Ban y todo».
A su vez, la psiquiatra infantojuvenil Andrea Esther Pellegrini que el concepto de hipersexualización infantil «fue creado para definir la representación del niño como una especie de adulto sexual en miniatura, por la presencia de patrones de comportamiento, expresiones, vestimentas o juegos, que no corresponden a su etapa madurativa». «Es un modo de violencia de género», advirtió.
«En la objetalización de un niño, no se le permite vivir libremente su infancia, pensar, desear, sentir. No se lo reconoce como ser diferente o sujeto autónomo; se lo convierte en un objeto de sus padres y de la sociedad de consumo», apuntó Pellegrini.
Evaluó que «el tema debe ser analizado desde múltiples factores: como disparador, puede situarse el mercado de consumo, en donde existen todo tipo de productos inadecuados dirigidos a la población infantil; la tendencia de los medios a la sobreestimulación sexual, juguetes, videojuegos y los líderes púberes que actúan como adultos oficiando de modelos para los niños».
«Modas que los niños ven, y desean, y los padres compran como el festejo de cumpleaños temáticos de belleza, o ‘Spa Day’, para chicas desde 8 a 12 años», agregó.
Pellegrini aclaró que «las niñas pueden jugar a ser modelos, mamás, o princesas, pero diferente es cuando deja de ser un juego y se convierte en un patrón de conducta con preocupaciones o intereses de un adulto, asumiendo valores que no corresponden a su edad y que las pueden perjudicar emocionalmente».
El médico psicoanalista Juan Carlos Volnovich consideró que «hay una prematura incorporación de los chicos en el lugar de ser objetos sexuales y eso es parte de la pornografía y de la estimulación semi-pornográfica que hay sobre todo en la televisión y en las redes sociales».
«Es una manera de instalar desde muy temprano esta condición de objetos sexuales, que circulan como mercancía por el flujo del mercado», dijo al advertir que «los padres están desesperados porque ven que hay un mercado laboral expulsivo: la situación de ganarse la vida es muy difícil y para las nuevas generaciones será casi imposible».
Volnovich subrayó que «ahí aparece toda la tiranía de los ideales estéticos y como ello es inalcanzable, aparece esta compulsión a las cirugías desde muy temprano, a pedir como regalo de 15 que le hagan las lolas o a ser regímenes alimenticios para tratar de aproximarse a un ideal que es imposible».
Para Pellegrini, los niños «incorporan la creencia que para triunfar y tener éxito en la sociedad deben ser sexualmente atractivos, portadores de una imagen perfecta, cuerpos extremadamente delgados y esbeltos como sinónimo de belleza. Lo superficial pasa a ser lo más importante, y dejan de lado otros valores y aspectos del desarrollo vitales en la infancia».
«No lograr cumplir con estos estereotipos impuestos por la sociedad, imposibles de alcanzar, los convierte en seres altamente vulnerables, los expone a todo tipo de abusos, los conduce a la frustración, a desórdenes alimentarios, trastornos depresivos, iniciación precoz de las relaciones sexuales, con grave afectación de la autoestima», aseguró.
Al respecto, la especialista dijo que los padres deben cumplir «la función de filtro de aquellos fenómenos de violencia sociocultural y del bombardeo del mercado de consumo evitando el efecto nocivo sobre éstos».
Coronado planteó que muchos padres «tienen deudas pendientes con su propia infancia y viven a través de los hijos revanchas de carencias que ellos tuvieron».
Frente a este fenómeno, apuntó que «la experiencia adolescente se reduce porque si la transgresión era que a los 13 años uno desafiaba a los padres mostrándoles las uñas o los labios pintados y eso ahora lo hacen a los 7 ¿qué queda por experimentar o qué regla van a desafiar?», agregó.
«Es muy pobre el mensaje de que lo único importante es gustar o verse lindo. Nunca el ser humano alcanza los estándares de belleza porque Claudia Schiffer está muy lejos del común de la gente. Los chicos se enfrentan a un modelo inalcanzable», aseguró.
Remarcó que «después hay chicas de 17 años llorando y que no quieren salir de la casa porque les dijeron ‘gordas’. Están poniéndole demasiado poder en manos de los demás en esto de enseñarles a caer bien, agradar, resultar atractivos a los demás. Y eso los condena a no tener libertad para vivir y decidir cómo moverse».
«Pintarse las uñas o maquillarse, para las niñas, es parte de un juego. Pero cuando a eso se le añade toda una actitud de vida, donde el sentido del cuerpo es una mercancía y lo más importante es vivir cuidando la estética para agradar a los demás, hay una distorsión importante», puntualizó Coronado.
(*) Agencia Télam