Por el Peregrino Impertinente
En Africa existen varios cientos de grupos étnicos bien distintos entre sí, pero pocos sobresalen tanto como los afrikáners. Será fundamentalmente por el color de su piel, que no es ni azul como la de los avatares ni verde como la de varios viejos que se sientan en los cafés villamarienses a contemplar la juventud. No, los tipos son bien blancos, “o sea, de los que no se embarazan para cobrar planes sociales”, comenta el periodista José Segre Gacionista, quien ya tuvo varias ofertas laborales de TN.
Ocurre que los bóeres, como también se los conoce, son descendientes de europeos, más precisamente de holandeses. Desde aquella nación llegaron los pioneros, instalándose en el occidente de lo que actualmente es Sudáfrica, allá por mediados del siglo XVII. Ya en aquella época les daban rienda suelta a sus célebres tradiciones, entre ellas comer boerewors (deliciosas salchichas artesanales hechas a la parrilla), hablar afrikáans (lengua pariente del holandés) y hacer migas con las cebras. “Aparentemente se llevaban muy bien con la fauna vernácula”, explica un descendiente, que tiene unas extrañas líneas negras y blancas en el rostro.
Hasta ahí todo muy lindo. El problema surgió cuando comenzaron los enfrentamientos con zulúes y otras colectividades de la región. “El panorama se les puso negro”, agrega con tono burlón Segre Gacionista, mientras guiña un ojo y alimenta los deseos del auditorio de que se lo monte un mandril.
Hoy, los afrikáners representan el 7% de la población de Sudáfrica, país donde históricamente han detentado el poder político. Fueron dirigentes de raigambre bóer, por ejemplo, quienes inventaron y desarrollaron hasta límites insospechados el infame proceso del apartheid. “‘Tá bien, ‘tá bien. Pero aparthe-id de eso nos portamos bastante bien”, salta un exfuncionario, otro chistoso al que le espera castigo animalmente divino.