El pueblo vive pegado al precioso afluente y a las siluetas de las Sierras Chicas. Dueño de una de las costaneras más lindas del Valle de Punilla, ofrece asimismo singulares construcciones
ESPECIAL PARA EL DIARIO
Juan Bialet Massé fue un ingeniero español (o catalán, que en estos tiempos la aclaración no es en balde) que en tierras cordobesas ganó algo de fama por haber sido (junto a Carlos Cassaffousth) quien llevó a cabo la construcción del dique San Roque. En su honor, se bautizó al pueblo que el viajero se dispone descubrir hoy. Ese que vive cerca del lago en cuestión y que está preñado de agua. Culpable de ello no es el espejo generado por don Juan, sino el río Cosquín, alma y vida del sur del Valle de Punilla.
Prolijamente situado 190 kilómetros al norte de Villa María (40 desde Córdoba capital), el municipio y sus cinco mil y pico de despreocupados habitantes disfrutan el respirar en compañía de un entorno especial. Es el que brindan, por un lado, el ya citado afluente (que comparte nombre con la célebre y folclórica ciudad, distante a apenas seis kilómetros) y, por el otro, las amables y preciosas Sierras Chicas, tan pegadas al cuadro.
Obras de la naturaleza
El combo se aprecia a pleno en la costanera local, no muy lejana ella a la ruta nacional 38 (columna vertebral de la aldea y del valle). Allí, el agradecido visitante podrá aprovechar los silencios la mayor parte del año y siempre las sombras de cofrades arboledas, el pasto al ras, el paso quedo del Cosquín y las panorámicas de cerros cercanos y bellos. Cuando el clima lo permite, el chapuzón se torna obligatorio.
También en los vaivenes del paseo surgen espacios emblemáticos, como los balnearios municipal (con piscina natural), La Toma y Barrancas Coloradas. Este último es de lo más destacable de Bialet Massé, a partir de su escenario engrandecido por las mismas barrancas. Acantilados que parecieran desgranarse de entre las laderas montañosas. Paredones que vigilan playas de arena y agua cristalina.
Más alejados, merecen la visita asimismo rincones como el puente del arroyo Las Mojarras (donde algunos paisanos, sencillísimos, tiran la caña o el palo con tanza y anzuelo) y la cascada del arroyo Mallín.
Obras del hombre
Ya en terrenos que no son monopolizados por la naturaleza, Bialet Massé convida con distintas obras que hablan de la historia y por qué no de la idiosincrasia local. En ese sentido, hay que citar en primera lugar a la Capilla de San Placido, uno de los templos más singulares que pueblan el suelo argentino y que, así de pequeño como es, fue visitado nada menos que por el Papa Juan Pablo II, en el año 1982.
Se trata de una construcción de lo más llamativa (se erigió sobre un antiguo tanque de agua estilo “australiano”), en la que destaca su larga torre campanario, su cúpula ojival y su talante neogótico. Adentro, cautivan los mármoles de Carrara del piso, las maderas del altar y las bóvedas por las que ingresan rayos de luz con metáfora. El entorno general, como no podía ser de otra manera, es protagonizado por postales de las Sierras Chicas, la cadena hermanada con la localidad.
Menos celebres, aparecen también el Horno Histórico (levantado por el mismo Juan Bialet Massé en el desenlace del siglo XIX, a los fines de producir material para la construcción del San Roque), el museo (otrora casa de don Juan) y la gruta de la Rosa Mística (ubicada en las afueras), donde descansa una estatuilla de María y mucha aura espiritual.