Escribe: Servicio de Educación Temprana
INSTITUTO ESPECIAL DEL ROSARIO
Desde el Servicio de Educación Temprana, y desde nuestra labor esencialmente preventiva, consideramos fundamental hacer referencia a la diada que forman la madre y el hijo, y con ello su grupo familiar.
El vínculo entre el bebé y su mamá se inicia en el embarazo. Ya en el vientre materno se establece una estrecha relación a través del cordón umbilical y una fluida comunicación que le transmitirán tranquilidad, seguridad y la percepción de “ser querido”.
El nacimiento de un niño rompe este equilibrio y lo sitúa en una situación de desprotección, y que sólo los adultos, y en especial la mamá, pueden ayudarlo a restablecer.
Un recién nacido percibe un extremo miedo al cambiar el cálido y protector útero materno, por un ambiente externo plagado de estímulos nuevos y desconocidos para él: ruidos, olores, temperatura ambiental, sensaciones táctiles, luces. Al ser atendido, y calmado en sus necesidades, siente la alegría de ser confortado, experimentando también emociones placenteras y la sensación de calma, que vendrá en mano de los cuidados maternos recibidos.
La capacidad de manejar las emociones y con ello los estados de angustia dependerá de las relaciones vinculares establecidas con los adultos significativos.
El sostén que la mamá brinda en el momento de amamantar a su hijo, las palabras, los mimos, las caricias y todo el contacto corporal que se establece entre ellos, le proporcionarán las condiciones necesarias para que desarrolle sentimientos propicios que lo ayudarán a crecer.
En familia el niño amplía este vínculo original y aprende a tratar a los demás, a conocer, a respetar, a compartir con otros, a los que irá integrando progresivamente a su mundo.
La capacidad de jugar, la posibilidad de elaborar situaciones penosas y repetir las agradables se desarrolla desde pequeños y con los padres. Por ello es fundamental, el rol de los mismos pueda ser desempeñado en un ambiente de amor y comprensión, entendiendo que para ello, la mamá necesita de la colaboración paterna, presencia fundante en la constitución psíquica de un niño.