Desde su despensa con patio de comidas en barrio Ctalamochita, Estela Maris Arias se ha convertido en “la cocinera de la ruta 2”. Y es que los camioneros de Buenos Aires, Rosario y Brasil tienen su parada obligada en el “boliche” de Los Fresnos como en los tiempos del Martín Fierro. Allí, según dicen, se comen “los mejores lomitos del Mercosur”
No. Estela Maris nunca quiso poner una “pulpería” y acaso jamás haya pronunciado esa palabra, salvo en algún acto del colegio. Sin embargo, su “despensa con patio de comidas” guarda un fabuloso parentesco con aquellos boliches rurales del Martín Fierro. Allí la carne siempre se está cocinando y el cruce de caminos favorece el encuentro. Y mientras en la noche un cliente busca yerba, pan, fósforos y dulce de membrillo, los trabajadores de la “Nestlé” piden seis lomos (la especialidad de la casa, cada uno del largo de un ladrillo hueco), dos hamburguesas caseras y dos tortillas de papas. Y su dueña, desdoblándose tras el mostrador y entre las hornallas, les trae los pedidos con sus manos llenas de dones como si fuera un pulpo (posible origen de la palabra “pulpería”, dicho sea de paso).
“Lo de la Estela”, como dicen en el barrio, está abierto de 7.30 de la mañana a 11 de la noche de manera ininterrumpida. Y en verano, las luces de su casita, como las del cartel, jamás se apagan antes de las 12. Y ese modo de concebir la rotisería, no sólo como lugar de paso, sino también -y sobre todo- como “la casa donde existir”, la emparenta con los ancestrales drugstores de la llanura. Pero mejor escuchemos a la propia Estela contar la génesis de su emprendimiento.
“Me vine al barrio hace cuatro años. Fue apenas murió mi papá y luego de subdividir la casa con mis hermanos. Yo venía de Villa María, de estar siete años en bulevar Vélez Sarsfield con la rotisería y ocho en el quiosco de Mitre y Mendoza. Necesitaba estar tranquila y acá había una paz increíble. ¡Con decirte que se escuchaban los pájaros! Así que abrí el primero de enero de 2012 con un cartel que decía “bebidas frías, carbón y, próximamente, rotisería”. ¿Y sabés lo que pasó? ¡Al mediodía tenía todo el frente lleno de máquinas amarillas! Eran los chicos que estaban haciendo las calles del barrio Las Rosas y que venían a pedirme lomitos. ¡Les tuve que explicar que todavía no hacía sándwiches, que el cartel de afuera decía “próximamente”! (risas).
Por ese entonces no tenía habilitada ni las canillas ni el gas, pero todas las noches era la misma historia: no paraban de pedirme lomitos y hamburguesas. Así que, a la semana, puse las estanterías y arranqué con la despensa, porque los clientes me obligaron a poner lo que necesitaban. Y al mes y medio arranqué con la cocina. Hacía lomitos, hamburguesas y sándwiches de milanesa. Después puse el horno y ya preparaba carne con papas, pollos, empanadas y lechón por encargo”.
Una luz en medio de la noche
–En muy poco tiempo tu “boliche” se volvió parada obligada para los camioneros.
-¡Sí! Son muchachos de los pueblos, pero también están los que se quedan a comer y te piden el menú. Esos son de Santa Fe, Rosario, Buenos Aires y también hay brasileros. Pero no sólo hay camioneros, también vienen pintores, albañiles y yesistas que trabajan en el country. Lo curioso es que nunca hice publicidad; todo fue de boca en boca.
–¿Y cuál es el secreto de tus lomitos y hamburguesas?
-¡Que son ciento por ciento caseros! A los lomitos los fileteo y los martillo yo sola y después los condimento. A las hamburguesas las hago a mano, con especias y pan rallado. Y nunca te vas a quedar con hambre porque son inmensas. Un brasileño me dijo una vez “estos son los mejores lomitos del Mercosur”, ja, ja. Pero los camioneros piden siempre el menú. Si no tenés carne al horno, se te van. Y siempre te preguntan “¿qué hiciste de postre?”, ¡quieren budín de pan casero, pero a veces no hago tiempo! Así que los arreglo con un pedazo de dulce de membrillo y queso (risas).
–Tu rotisería es la única en varios kilómetros a la redonda, ¿no es así?
-Sí, no hay ninguna rotisería en el barrio ni en la Reserva ni en el Golf. Mucho menos en el country. Si acá está cerrado, para comerte un sándwich casero tenés que irte hasta Villa Nueva.
–El tema es que vos nunca tenés cerrado.
-No, ¡y no cierro porque el cliente no me deja! ¡Abro a las 7 y media de la mañana y cierro a las 11 de la noche! ¡Y en verano, a las 12 o a la 1 por el movimiento de las quintas! Hace dos años intenté cerrar el lunes, pero me volvían loca con el timbre y el teléfono. Uno me dijo: “Yo entiendo, Estela, que vos tenés que descansar, ¡pero yo tengo un hambre que me muero y eso es mucho más grave!”, (risas). Yo no tengo problemas porque me debo a mis clientes. Gracias a ellos me he podido ampliar la casita y siempre he tenido trabajo.
Cae la noche y tras las fotos con los platos principales de su cocina. Estela se saca el delantal y se apronta a cerrar. Son más de las 11 cuando apaga la luz, pero en ese preciso instante llegan dos muchachos. “¡Estela, por favor, hacenos dos lomitos que en la heladera de casa no dejaron nada!”. Y entonces, bajo el canto de las lechuzas que sobrevuelan el Ctalamochita, Estela vuelve a encender las hornallas y también el cartel que dice “Despensa”. Y una vez más hay un punto luminoso en torno al cual girar en la noche. Como el farol de una pulpería del pasado a la vera del viejo Camino Real.
Iván Wielikosielek