Por el Peregrino Impertinente
Ni el fútbol, ni el asado, ni la costumbre de meterle un codazo en la trucha al prójimo y patearlo en el suelo con tal de incrementar las ganancias personales en un 0,001%: el verdadero emblema argentino es el malbec, tipo de vino hecho con la variedad de uvas homónimas.
“¿Homónimas? O sea, un horror el nombre que le pusieron, tipo, nada”, dice un gentil hombre de la alta sociedad, a quien para lo único que le sirvió la suerte de no “caer” en una escuela pública, fue el hecho de no tener que preocuparse de que los pobres le robaran la mochila marca “Joaquín Morales Solá” durante el recreo.
Nacida en el suroeste de Francia, la uva fue introducida en el país a mediados del siglo XIX, aparentemente por obra y gracia de Domingo Faustino Sarmiento “O sea, un horror si lo llegan a tomar los indios, que encima de salvajes son más fieros que tener una orgía con la primera de Alem, tipo, nada”, expuso el prócer, mientras apoyaba la copa amablemente sobre la espalda de un huarpe/mesa ratona.
Lo cierto es que desde entonces, la fabricación de brebajes hechos con malbec no ha parado de crecer en el territorio nacional, convirtiendo a la Argentina en el principal productor mundial de la variedad. Esencialmente se elabora en Mendoza (sobre todo en las zonas de Luján de Cuyo y Valle del Uco), aunque también hay bodegas que lo manufacturan en San Juan, La Rioja, Salta, Catamarca y hasta en nuestra Córdoba. “La verdad es que yo no se si el mío se hace con malbec o con Fluido Manchester. Lo importante es que te da vuelta como una media”, comenta al respecto un tal Don Ernesto.