Escribe: Sergio Vaudagnotto
DE NUESTRA REDACCION
Esta clase de gente es fina. Ellos aterrizan, por ejemplo, en el aeropuerto Fiumicino y ya saben que cada 20 minutos parte un bus que por 5 euros los deja bien. Rápidamente toman la Metropolitana B hasta la estación Colosseo, en el centro de la ciudad, para asombrarse por el estado de conservación de ese anfiteatro construido en el siglo I dC.
Lo mismo cuando desde Barajas suben a un bondi que los deja debajo de la Plaza de Colón, y rápidamente caminan un par de cuadras por la Castellana hasta el Museo Del Prado para conmoverse con Las Meninas, porque Velázquez, porque el Siglo de Oro o porque quieren pertenecer a la familia de Felipe IV… En cambio, uno que mira más con el corazón, con el aroma de la carpintería del abuelo inyectado en las venas, cree que lo mejor que hay allí dentro es esa obra de Goya en la que los chicos se suben uno sobre otro para descolgar las naranjas de una planta. Apenas un cartón pintado para tapiz, pero todo un canto a la cooperación.
Esta gente de la cual les hablo va y viene asombrándose de cómo esa vieja Europa conserva su historia desde Lisboa a Moscú, porque si han llegado hasta las murallas del Kremlin, en plena Plaza Roja, para bajar al mausoleo que guarda a Lenin embalsamado en una caja de cristal, nos contarán que se hace en fila y de a uno, sin detenerse, sin sacar fotos…
Todo bien por allá afuera, dicen ellos. No sabés lo que es. Acá, en cambio, somos un desastre…
Lo cierto es que ni cerca del Coliseo, ni cerca del Prado, ni cerca del Louvre, ni cerca de la Catedral de San Basilio hay cocheras con uno, dos, diez o cien autos, regulando a la espera de su ticket o de abonar, haciendo temblar los vidrios y enviando el gas de sus tubos de escape hacia las pinturas. Pero acá, que no cuidamos nada, sí se puede.
Te lo explican ellos, que son gente de mundo y saben mucho. Van a romper muy poco, menos de lo que permite la ordenanza, inclusive, para hacer un estacionamiento al que se accede por dentro de la Casa España, donde a un tal Fernando Bonfiglioli se le ocurrió pintar la que tal vez sea la obra más importante con la que cuenta la ciudad.
¡Un estacionamiento! ¡Una cochera! No un teatro ni la recreación del cine Alhambra… Ni un espacio que puedan visitar nuestros hijos como alumnos de todas las instituciones educativas de la ciudad y la región (es decir, miles de estudiantes), pagando la módica cifra que se nos suele pedir cada vez que salen a realizar algún recorrido cultural. En fin…
Te dicen que hubo casonas históricas, como el viejo almacén de Benzo o el edificio del Colegio Belgrano de Rocchi, en los que el daño fue enorme. No abrieron la boca entonces para decir que “no”, pero devoran páginas ahora para decir que “sí”. Y los que opinamos en contra no sabemos nada, estamos confundidos, así se trate de la directora de la Escuela de Bellas Artes, la directora del Museo Fernando Bonfiglioli, los descendientes del extraordinario artista o el nieto de un carpintero. Nadie sabe más que ellos.
Desde una entidad social, sin ánimo de lucro, invocan la propiedad privada y amenazan con juicios a troche y moche. Mirá vos qué cosa.
Sería bueno conocer cuántos asociados de la Sociedad Española de Socorros Mutuos de Villa María y Villa Nueva votaron a favor de esta medida o si se trata de una idea personalísima, como la de vender la cancha de fútbol en el Prado para un loteo y, a cambio, construir el nuevo estadio cerca de la Fábrica de Pólvoras, hacia donde tendrán que pedalear los chicos o viajar en el asiento de atrás de la moto de papá o de mamá para ir a entrenar. Y no vaya a ser que aquel terreno sea lo suficientemente grande como para trasladar todas las instalaciones sociales, porque allá vamos… Además, lo bien que se verían aquí unas Torres a la orilla del lago, con canchas de tenis, pileta climatizada y todo… Unos me dicen que el futuro pasa por ahí, otros me dicen que eso es hacer futurología. El tiempo dirá. ¿Inmobiliaria or not inmobiliaria?, esa es la cuestión.
Y mientras nuestros legisladores (de la bancada que sean) sacan cuentas y se echan culpas, ellos avanzan. Cuidado, entonces, con esta gente tan empapada en la cultura como para envolvernos con argumentos muy bien decorados. Porque cuando decimos que avanzan, avanzan y arrasan como topadora (con perdón de las chicas), como hicieron con la arboleda que se hallaba en la ribera del lago. En su lugar nos obsequiaron una modernísima postal de chapa.
Nuestra Alhambra, la película
La película Nuestra Alhambra, de Carolina Segre y María Eugenia Fiorenza, será exhibida con entrada libre y gratuita el lunes próximo en el Salón de Usos Múltiples de EL DIARIO. Para todos aquellos que no conocen la obra, para quienes la conocen y desean contemplarla desde otra perspectiva… En defensa del patrimonio de una entidad local y de todos.