Ubicado en una escarpada bahía que desciende hacia el mar, este coqueto pueblo se jacta de ser uno de los más bonitos de la costa chilena. Lo boscoso de los cerros, vida de playa y algunas escapadas
Escribe: Pepo Garay – Especial para El Diario
Un balcón de verdes y elegancia en matrimonio con el océano. Así podría definirse a Zapallar, pueblito bello y coqueto que, 70 kilómetros al norte de Viña del Mar y 1.010 al oeste de Villa María, regala algunas de las postales más fascinantes del litoral chileno.
Emblema de la alta alcurnia del país trasandino, este municipio de siete mil y pocos habitantes (en invierno parecerían muchísimos menos) conforma un destino de lo más atractivo. Se percata rápido el viajero, que en la ruta venía contemplando las poesías del Pacífico y los vaivenes de los cerros, continuum que lo deposita en la aldea.
Entonces, Zapallar hace su entrada con fórmula hipnótica: una bahía cerrada y vertical, como un precipicio buenudo, que no marea pero que sorprende. Claro que sorprende, tan particular esa fisonomía urbana, acomodada a las montañas con gracia y estilo propio.
Las calles van caracoleando y atravesando bosques de pinos, los que salen de las orillas y de los jardines de casonas y mansiones, “las mansas viviendas” diría un chileno de calle (que aquí también los hay, no se vaya a creer). Advierte uno algo de perfil europeo, con la madera de las cercas y espacios públicos, con las arboledas, los aires señoriales, el movimiento medido en verano, la paz total el resto del año. Incluso en rincones como la enana Plaza de Armas o en restaurantes y casas de comida que ofrecen unos mariscos deliciosos, marca registrada de Chile.
Con todo, lo que enamora es el mar. O mejor dicho, la combinación de todo lo antes expuesto con el mar. Porque hay que andar por las calles que descienden en curvas y contracurvas, aferradas a laderas verdes, y de fondo ver las olas. Un espectáculo.
Así hasta abajo, donde surge una playa de arenas blancas. Balneario custodiado por acantilados que lo aíslan del viento y de todo, en un microclima de deleite. Allí, lo de siempre: sol-baño-juegos-baño-sol-baño-sol. O el puro observar nomás, sobre todo al atardecer, cuando los cielos recitan versos.
Paseos por los alrededores
Nacido a finales del Siglo XIX, Zapallar es de esos sitios donde uno podría quedarse días enteros nada más que descansando y contemplando. Sin embargo, los alrededores dictan bastante para hacer, con buena oferta de paseos y excursiones cortas.
En ese sentido, destacan las escapadas a la Laguna de Zapallar (recostada en la desembocadura del Estero Catapilco, tiene su propia playa), la Laguna de Catapilco (de más entorno serrano y bosques de eucaliptus y pinos) y localidades vecinas de raigambre más “popular” como Papudo (con sus playas Grande y Chica), Maitencillo (dueño de una seductora línea de costa, de barquitos de pescadores y atmósfera bohemia) y Cachagua (su playa Las Cujas es una oda al hermoso Pacífico).
Frente a esta última aparece el Monumento Natural Isla Cachagua. Un pequeño cayo ubicado a menos de 100 metros de la costa del pueblo y habitado por pingüinos (Magallánico y Humboldt), pelícanos, patos y gaviotas. Desde Zapallar se puede contratar un paseo en barco, rodear la isla y agradecer el pacto eterno que las costas chilenas tienen con la naturaleza.