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Balcones en la bruma

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Balcones en la bruma
Balcón en Villa Nueva, calle Marcos Juárez 474

Escribe: Iván Wielikosielek ESPECIAL PARA EL DIARIO

Balcón en Villa Nueva, calle Marcos Juárez 474
Balcón en Villa Nueva, calle Marcos Juárez 474

Caminar por Villa Nueva un domingo con niebla es emprender una expedición al pasado.

Más aún si es temprano y las calles están silenciadas de autos y de hombres. Entonces, emergiendo de una neblina ancestral, las casonas se recortan nítidas contra el presente. Y pareciera que ya no hay grietas en sus paredones ni yuyos en sus techos; que las molduras no se han empezado a caer como una dentadura podrida y aún sonríen desde una altura de vértigo.

Veo el edificio de una estancia sobre calle Soldado Ferreyra rumbo al cementerio; y lo que veo no es una casona rosa lavada por los lustros sino un casco escarlata con galería de cenefas. Y me imagino a los dos primos suicidas de las tumbas paradas caminando hace más de un siglo por ese camino y viendo el mismo paisaje, la misma estancia lejana en la bruma borrosa como un presagio.

p13f2 otra perspectiva del balcónUna vez en el centro, las casonas devenidas en conventillos destacan su fachada de mansión. El instituto Inmaculada Concepción es una pequeño Oxford de columnas de ladrillos y Nuestra Señora del Rosario remata el microcentro con su cúpula de Vaticano. Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención en la mañana ha sido una casona sobre calle Marcos Juárez con un cartel de “se vende”, borroneado por el vapor ambiente.

A sólo media cuadra de la plaza, aquel inmueble exhibe dos balcones con molduras absolutamente inhallables en estas latitudes. Como si el simple hecho de mirar por la ventana fuese un acontecimiento aristocrático y estético de importancia crucial para aquella familia. Allí, en cada ventana, tres rosetones con una flor de lis ponen lucernas a su balaustrada; refinada repostería secular hecha de arena y de tiempo. Al detenerme frente a la casa y aspirar el perfume de los siglos, me he preguntado qué muchacha de la nobleza se asomaba a ese balcón cuando por calle Marcos Juárez pasaba una carreta.

A quién habrá esperado con ansias en helados amaneceres como éste o en tórridos atardeceres de verano con un abanico y un libro. ¿Cuándo fue desposada? ¿Por qué partió? ¿A dónde se fue a vivir? ¿Era una anciana cuando aquellos balcones ya empezaban a venirse abajo? Me lo pregunto cuando, por algún capricho de mi percepción o algún efecto de la niebla, la casa pareciera haber recuperado su esplendor perdido.

Entonces escucho unos pasos y me acerco a la ventana. Quisiera creer que es la muchacha que viene y que pronto se asomará a la calle. Pero de la bruma surge la silueta de una anciana con una bolsa. Seguro irá al súper de los chinos, pienso; cuando sin esperarlo me dice al pasar “buen día, joven”. Yo le retribuyo el saludo y me pregunto si la señora no habrá sido repentinamente “poseída” por el espíritu de aquella muchacha del mil ochocientos. Acaso para decirme lo mismo que le decía al hombre de la carreta en las mañanas; a ese “joven” infinitamente ansiado desde un balcón de una ciudad más parecida a la Verona del siglo XII que a la Villa Nueva del presente.

Pero repentinamente se ha disuelto la bruma y ahora puedo leer con toda nitidez “se vende” sobre una puerta cerrada hacia todos los posibles pasados. En ese instante la anciana entra al súper con su bolsa de hacer los mandados y se pierde de vista para siempre.