El libro “Un cauce”, relata la historia de ese grupo de jóvenes trabajadores estatales que en diciembre de 1977, en plena dictadura, formó la agrupación “Anusate”. Entre ellos, había dos villamarienses que fueron cesanteados y perseguidos. Hoy,siguen siendo parte de la historia sindical de la ciudad. Ellos son Oscar Mengarelli y Osmar Zapata
Eran unos pibes muy jóvenes, empleados de la Fábrica Militar y dirigentes de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) de Villa María.
El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, extendió su manto de terror y muerte en todo el país. Cuando Oscar “Cacho” Mengarelli y Osmar “Gallo” Zapata se anoticiaron de ese golpe, era ya entrada la noche y decidieron huir. Para ello, utilizaron los únicos recursos que tenían: una “Cinzia” cada uno y lo que quedaba de plata en la Seccional, que eran unos pocos pesos con los que no podían llegar muy lejos.
La historia, anecdótica si se quiere, pinta de cuerpo entero a los protagonistas y se conoció porque está incluida en un libro de Marcelo Paredes titulado “Un cauce: orígenes de Anusate”, de ediciones CTA Autónoma.
Anusate (Agrupación Nacional Unidad y Solidaridad de ATE) fue fundada en 1977, es decir, en pleno reino del terror, donde estos jóvenes de ayer, junto a dirigentes como Víctor de Genaro y Germán Abdala, resistían el terror y la desocupación, dado que habían sido cesanteados de sus puestos de trabajo y recién reincorporados en 1984.
La huida
Pero volviendo a la historia de aquella madrugada, reproducimos el capítulo titulado “Operativo fuga en Villa María y los cuadros de Perón”.
“El 24 de marzo a las 4 de la mañana me viene a ver el Gallo Zapata para avisarme lo del golpe. Nosotros habíamos preparado un operativo de fuga que consistía sencillamente en escapar en bicicleta con los poquitos fondos que quedaban en la Seccional. Y así lo hicimos, pero después de estar dos horas pedaleando por las afueras de Villa María, nos dimos cuenta que no íbamos a ningún lado y decidimos volver al sindicato”, recuerda Cacho Mengarelli en un relato que bien podría ser el de una película del surrealismo italiano.
“A los 8 de la mañana salí a comprar bizcochitos y cuando vuelvo, los milicos y la cana tenían rodeado el gremio. En el fondo, ya habíamos quemado los libros y todos los papeles probablemente comprometidos. En esa época, un libro de Pinocho con tapa roja podía ser visto como subversivo. La cuestión es que el Gallo les abre la puerta lo más tranquilo y les ofrece un mate (NdR: en la “comitiva” estaba el director de la fábrica militar). Los milicos nos basureaban un poco, nos amedrentan, pero se van sin pasar del hall. Después, me fui a la CGT (a avisar) y otra vez caen los milicos. El que mandaba era el mismo que había ido a ATE y de ahí, también me sacó carpiendo. A la semana, vuelven al gremio y le piden a Osmar Zapata que retire el cuadro de Perón. El Gallo les contesta, con cara de nada, que los trabajadores lo habían puesto ahí y debía consultarlo con ellos, antes de retirarlo. El milico se fue a las puteadas, amenanzando con volver, pero al cuadrito nunca lo quitamos”, evoca un orgulloso Cacho en un cordobés exquisito.
Mengarelli y Zapata tuvieron que aprender distintos oficios para sobrevivir (entre ellos, el de albañil) durante los años de la dictadura. Cuando los reincorporaron a la Fábrica Militar, en 1984, siguieron con su compromiso gremial y social con incidencia en la política nacional de su sindicato.
Hasta hoy, siguen militando y se los puede ver en las calles cuando hay reclamos.
En lo que hace a su patrimonio, son esos hombres que se jubilan con el salario de la actividad que representaron desde que eran unos pibes y tuvieron la alocada idea de escapar de los represores a bordo de una “Cinzia”.