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Bonino, el explorador psíquico

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Bonino, el explorador psíquico

“Los empresarios no me pagaban; entonces yo dormía gratis en escena y tenía sueños en público”. Jorge Bonino

Escribe Normand Argarate
¿Por qué insistir con Jorge Bonino? ¿Por qué seguir tras el rastro de un actor cuya existencia por momentos parece improbable? ¿Por qué consultar otra vez los testimonios dispersos y fragmentarios de aquellos que parecieron alcanzados por un misterio que conserva los rasgos de una historia legendaria? Quizás, porque su sombra sigue iluminando un sentido que aún no terminamos de comprender, un punto de fuga vital cuya desmesura nos sobrepasa y en alguna forma se vuelve inalcanzable.

Volvamos a la historia, una vez más

Jorge Bonino, fue quizás el artista de mayor proyección que ha tenido nuestra ciudad. Inventor de un lenguaje único e irrepetible, una neolengua expresiva hasta la provocación y cuya particularidad consistió en la construcción de sonidos, que de acuerdo al énfasis recuperaban sentido. Sus espectáculos adquirían la vigencia del instante pleno. En la inmediatez del gesto Bonino recuperaba el candor de lo esencial. Según el profesor y periodista Dino Calvo: “En escena parecía un heladero, un payaso o un cirujano decididamente excéntrico. El traje blanco con las mangas demasiado cortas, la etiqueta del precio a la vista. De pie frente a un mapa y un pizarrón gigantesco, el payaso-heladero explicaba la historia del mundo. O predecía el azaroso devenir de la humanidad. Y lo hacía en un idioma inventado por él”.

En este sentido, la obra de Jorge Bonino es de una complejidad tal, ya que está atravesada por diversos niveles de significación. Utilizaba la ironía disolvente de la lengua para desarmar los lugares comunes, insinuaba una ideología crítica desde cierta inocencia y proponía una alegría liberadora, a partir de revertir la lógica del lenguaje y provocar una incomodidad metafísica en el espectador; “una crítica al mundo sin ningún punto de vista” dice el propio artista.

A la distancia de aquellos años, podemos reconstruir la fascinación de espectáculos que reproducían espacios psíquicos de comunicación y experimentaban con el alcance de la representación. Cada puesta en escena era una exploración por la psiquis propia y la de los espectadores. Asimismo es fundamental contextualizar estos planteos artísticos en una época de intensas búsquedas espirituales y sociales. Bonino educado en un ambiente religioso, comprendió rápidamente el carácter representativo de la liturgia, y fue desde allí donde comenzó a ejercitar un arte inclasificable. Muchos amigos recuerdan histriónicamente preparaba una pizza como si precisamente se tratara de una misa en escena.

Los años locos

La obra de Bonino se presenta en el corazón mismo de la década del 60, década por cierto de profundas transformaciones sociales. Durante esos años el discurso intelectual, imantado por lo político, buscaba potenciar los instintos vitales de las multitudes y la lucha por el espacio público multiplicaba las ideologías. El encuentro entre obreros y estudiantes en mayo de 1969 ilustra esa felicidad de recuperar las calles, de imprimirle un sentido nuevo a la historia. Durante aquellos años “la protesta revolucionaria transformaba una multitud de soledades urbanas en un pueblo y reclamaba las calles para la vida humana”. Es en esa atmósfera cultural, más precisamente en 1965, cuando Jorge Bonino presenta en el teatro El Juglar de la ciudad de Córdoba, el espectáculo “Bonino aclara ciertas dudas”.

Del garabato al gesto

“Comencé en la creación por medio del dibujo -la primera manifestación del hombre es el dibujo- pero luego fui a la arquitectura, que es un punto donde se encuentra el dibujo con el espacio. Cuando me cansé de jugar con el espacio cerrado de la arquitectura, me dediqué a hacer jardines, que es trabajar con el espacio abierto. Fue ahí cuando se me ocurrió hacer teatro ya que me di cuenta de que en él existe el más puro de los espacios, el espacio de las ideas”, aclara Bonino, para quien tenga dudas.

¿Cómo desplegar entonces un teatro de las ideas? Quizás bailando sobre un mapa de Sudamérica el ritmo de pueblos que buscan su destino o abriendo de repente una valija de la que extraía objetos curiosos como quien saca cosas de la propia vida o el alma y se sorprende ante sí mismo. Inventaba himnos y banderas con el público que asumía un rol activo en las puestas y que en la propuesta lúdica participaba y proponía colores y palabras como “montaña” , “ranchito”, “luna”, para luego engarzarlas unas con otras, rítmicamente, y producir una canción espontánea que recorría la sala y agrupaba al público en un coro entusiasta.

Generador de ambientes, de climas teatrales, Bonino se proponía llevar al espectador hasta el paroxismo mismo del espectáculo; por ejemplo se ponía a comer en escena o a hurgarse los pies de “un modo ritual y exasperante”, según recuerda Calvo y que dejaban al espectador en la ansiosa expectativa de un tiempo en el que aparentemente no sucedía nada. Esas misas escénicas, irrumpen el ámbito teatral con inusitada fuerza, y desde los claustros de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Córdoba se proyecta al Instituto Di Tella (de la mano de la actriz Marilú Marini), centro emblemático de la vanguardia artística argentina durante las décadas del 60 y 70. Luego vendrán las giras por Centroamérica, Nueva York, Alemania, Suecia y finalmente recala en París.

En la ciudad de las luces, tierra mítica de Marcel Marceau, Bonino despliega su teatro de ideas y la cosmogonía de su fantasía seduce de tal manera al público francés, que los titulares de la época lo bautizan como “el primer mimo sonoro del mundo”

Luces y sombras en París

Las obras del genial Bonino tienen tal repercusión en París, que la crítica especializada se regodea con interpretaciones de todo tipo sobre la propuesta teatral del villamariense. Tanto es así, que en 1968 el Congreso Internacional de Lingüistas, realizado en aquella ciudad, analiza la obra de Bonino a partir de la comunicación no verbal. Este hecho nos da la magnitud que alcanzan los espectáculos. Sin embargo las luces de París tienen sus sombras. Abrumado por el consumo de sustancias psicotrópicas, en cierta ocasión Bonino se presenta en un encuentro de esotéricos y establece un combate espiritual del que nunca se recuperaría del todo. Durante aquellos días las ciencias ocultas ocuparon un lugar creciente dentro de sus preocupaciones, cabe destacar que si se analiza detenidamente el recorrido de este artista se advierte el profundo sentido religioso que animaba al actor. Algunas personas que lo conocieron durante su juventud recuerdan que sus primeros ensayos teatrales eran el resultado de tiernas parodias sobre la forma de hablar de los misioneros extranjeros. Jorge Bonino tuvo una activa participación en la comunidad de la Iglesia Evangélica a la cual perteneció durante toda su vida. En este sentido la vinculación entre arte y religión en la obra de Bonino no ha sido lo suficientemente indagada.

A veintisiete años de su muerte “el encanto del teatro en estado salvaje” que propuso Bonino sigue insuperable. La vitalidad y la capacidad de maravillar, de transformar los espacios a través de lo lúdico, de propiciar el encuentro con el acto fundante de la palabra, siguen siendo gestos provocadores, que movilizan conciencias críticas. En el tedio y la apatía que marcan los rumbos de esta post-modernidad que parece consolidar el sentido individualista de los hombres, el teatro, espacio colectivo por excelencia, puede generar respuestas para desafiar la ­­­­siempre inquietante, noticias del futuro. Las crónicas policiales indican que Bonino se suicidó en abril de 1990 en la Colonia Psiquiátrica de Oliva, la nota realizada por Iván Wielikosielek, en este mismo diario durante el año 2013 desmiente esa hipótesis.