DESTINOS/Villa Yacanto de Calamuchita
Escribe Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
Vigilado por el cerro más alto de Córdoba, el pueblo es un canto a lo serrano. Bosques, ambiente rústico, amables paisanos y escapadas a preciosos ríos, playas y caseríos cercanos
Custodiado por las Sierras Grandes y el Champaquí, máximo referente montañoso de Córdoba (cuya cima materializa el punto más alto de la provincia: 2.790 metros sobre el nivel del mar), Villa Yacanto se extiende plácidamente en los fondos del Valle de Calamuchita, 210 kilómetros al noroeste de Villa María.
Desde allí, convida al viajero con una oferta que incluye caminatas por las laderas, encuentros con ríos cercanos y paseos por hermosos bosques. Todo respaldado en una infraestructura turística bastante completa, que incluye cantidad de complejos de cabañas, un par de hoteles y restaurantes y casas de té de rasgos artesanales y rústicos.
En ese marco, los que más disfrutan son los paisanos. Dichosas almas que viven el año entero acompañados de las postales que ofrecen los patios del valle. A casi 1.200 de altura sobre el nivel del mar, son ellos los que mejor aprovechan el paño, mezclándose los serranos de siempre con los serranos adoptivos, hombres y mujeres que jugaron fuerte en aquello del “cambio de hábito” y trocaron el cemento y la locura de las grandes ciudades argentinas por la paz y la armonía del pueblo.
Son los locales (alrededor de tres mil, bastante dispersos en el ejido “urbano”, bien dicho así, entre comillas) quienes acompañan de la mano al visitante por los embrujos del lugar. Amables, atentos, querendones, viven orgullosos de su patrimonio de naturaleza y callecitas de tierra.
A la hora de salir a dar vueltas, habrá que decir que son pocos los senderos marcados. Sin embargo, el forastero se las arregla bien buscando por cuenta propia, metiéndose por los bosques de pinares y quebrachos, husmeando por caminos que se apuntan en varias direcciones.
El Durazno, San Miguel de los Ríos y más
Así, encuentra pasadizos para ir internándose en el ecosistema y, con zancadas que pueden durar varias horas, llegar a sitios de ensueño como los vecinos El Durazno, Puente Blanco, Río Grande o San Miguel de los Ríos (todos accesibles también en auto, por ruta de ripio).
El primero surge unos ocho kilómetros al sur y regala una de las pinturas más bonitas de Córdoba. En su área estrella se luce el río bajando portentoso y helado, generando pequeñas cascadas y ollas entre las rocas, con cadena montañosa por doquier y unos bosques linderos para enamorarse. Cerquita reside la antigua Estancia La Florida (privada, pero abierta al público), Pinar de los Ríos y Capilla del Carmen, otros emblemas de la región.
En tanto, Puente Blanco (12 kilómetros al norte) y Río Grande (15 kilómetros al sur) ofrecen playas serranas al mil por ciento. Balnearios que en verano lejos están de la masividad de otros rincones de la provincia (con tranquilidad garantizada para toda la familia) y en invierno corporizan nichos de contemplación y hasta meditación.
Por su parte, San Miguel de los Ríos (ocho kilómetros al norte) presenta laderas de margaritas, el paso quedo e inspirador del río Tabaquillos, el sitio conocido como “Tres Cascadas” (bien parecido trío de breves saltos de agua) y espacios para la acampada y el picnic al lado de la correntada.
De regreso en Yacanto, quienes no se atrevan a o no puedan hacer el recorrido completo hasta la cúspide del cerro Champaquí desde Villa Alpina (alrededor de 10 horas, sólo de ida), podrán conformarse con llegar en auto hasta el techo del cerro Los Linderos (40 kilómetros de travesía) y desde allí marchar entre 40 minutos y una hora hasta la cúspide de la montaña más alta de Córdoba.
Una perlita que Villa Yacanto de Calamuchita ya no esconde, como tampoco esconde al resto de sus muchas preseas.
Cómo llegar
Desde Villa María, hay que dirigirse a Santa Rosa de Calamuchita (distante a 180 kilómetros) y sorteando el ejido urbano de la principal ciudad del valle (pasando por el célebre Puente de Hierro) buscar la asfaltada ruta 228 (otros 30 kilómetros hasta Yacanto).
Humor viajero: El Pucará y el Pity
Por el Peregrino Impertinente
“Buenos días, niña de Tilcara, estoy hace solo dos días aquí. Estaba por irme a Humahuaca
y sin querer te vi. Buenos días, niña de Tilcara, creo que te gusta mi guitarra.
Dejame tocar para vos”, canta el Pity Alvarez justo antes de romperle la frente al bajista con una garrafa, lanzarse de palomita arriba de la batería y prender fuego la sala de grabación, que al fin y al cabo eso es el rock.
Así, el Pity (quien a pesar de todo es un genio) le rinde homenaje a la localidad jujeña, la que en sus territorios aloja al famoso Pucará de Tilcara. Una joya arqueológica construida hace alrededor de 11 siglos, precisamente por los tilcaras. Pueblo nativo que a la postre sería conquistado por los incas, quienes allí repusieron su fama. “Eso: al final siempre hay alguien que nos la re pone”, reflexiona un paisano, tomando mate junto a un muro que reza “Cambiemos”.
En el lugar, de aproximadamente 12 hectáreas de extensión, sobresalen las casas de piedra, corrales, cementerio y área de ceremonias religiosas, donde se realizaban sacrificios de animales. Los mismos consistían en tomar una piedra filosa y abrir de punta a punta el pecho del bicho, para luego arrancarle la totalidad de órganos y tripas y dejarse bañar el rostro por un vergel de sangre. “Sí lo hago”, decía mintiendo un muy poco valeroso discípulo de sacerdote, poniendo cara de Chapulín Colorado.
Icono de la Quebrada de Humahuaca, el Pucará puede ser visitado todo el año. Eso siempre y cuando no ande el Pity deambulando y gritando “buenas noches, niña de Tilcara, no sé si esta noche podré dormir, a pesar de tomar tres clonazepam”. Crease o no, la letra del tema es esa.