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Camas revueltas en el hospital del alma

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Camas revueltas en el hospital del alma

Con 41 años y el diagnóstico de una enfermedad crónica, Eric Zandrino acaba de publicar su primer poemario, “Anatomía de una ausencia”. Se trata de un recorrido por la experiencia del dolor desde su profesión de psiquiatra, pero también de un “diario de a bordo” por las ciudades de Europa. Desde sus páginas, Eric revela poemas llenos de sensibilidad y asombro, pero, sobre todo, misericordia a los que sufren en este lugar de paso que es el mundo

Eric Zandrino acaba de publicar su primer  poemario
Eric Zandrino acaba de publicar su primer
poemario

En la historia de la literatura son frecuentes los casos de autores que han escrito desde algún padecimiento mental o, incluso, desde las mismísimas paredes de un hospital psiquiátrico. No es tan común esa práctica del otro lado del escritorio. Porque quienes han tratado de “guardar la razón” de sus pacientes, generalmente no se toman la molestia de la poesía. Pero hete aquí que Villa María cuenta con una fabulosa excepción. Se trata del doctor Eric Zandrino, quien ejerce como psiquiatra en el Hospital Pasteur desde 2011.

Nos encontramos una tarde de calor infernal en la Medioteca, donde Eric me contará del lanzamiento de su poemario y me mostrará la prueba de galera definitiva de “Anatomía de una ausencia”, esa que lleva a todos lados como el tesoro más preciado.

Y así, mientras el poeta va al mostrador en busca de un vaso de soda, abro al azar el libro. “Doctor, ¿esto se va?/ ¿Será para tanto?/ ¿Qué le pasa a mi hijo?/ Con media pastilla no me hace nada/ Me quiero morir/ Mi marido toma mucho/ No puedo dormir/ Me dan ganas de matarlo/ Me pega seguido/ ¿Cuánto tiempo tengo que tomar la medicación?/ Mi mamá se suicidó/ Estoy mejor, muchas gracias/ Se me hizo tarde/ El antidepresivo me cae mal al estómago/ Tengo cáncer/ Soy bipolar/ Ya tomé ese remedio y no me hizo nada/ ¿La ezquizofrenia se hereda?/ Lloro todo el día/ No aguanto más a los chicos/ ¿Se cura?/ Nadie me entiende/ ¿El tratamiento es para siempre?/ No tengo litio en la sangre/ Es un hijo de p…/ Estoy deprimido/ Felices fiestas, doctor/ Tengo fobias/ Me siento para la m…, perdón por el insulto/” (…).

“Ese poema entró al último -me dice su autor al llegar con el vaso-. Es una especie de collage con frases de los pacientes que tuve durante más de 10 años. Me las fui acordando y las escribí”.

-Sin embargo, la mayoría de los poemas ya tienen un tiempo, ¿no?

-Sí, el libro se fue escribiendo a lo largo de cuatro años, a partir de un viaje que hicimos a Europa con mi padre en 2011. De ahí surgieron no sólo los primeros poemas, sino mi intención de tomarme la escritura con seriedad, como un modo de encauzar mejor el impulso creativo que siempre tuve.

Tapa del poemario
Tapa del poemario

-Tu libro describe dos mundos, el de los “viajes de placer” con tu familia y el de un “viaje interno a la patria del dolor” de los demás.

-Sí, es así. Sin embargo, ambos viajes comparten lo efímero de la experiencia del ser humano. Se pretende que la felicidad o el dolor sean permanentes, pero en realidad son fugaces. El viaje es siempre una metáfora de la vida de cada uno. Por eso en la primera parte del libro, que se llama precisamente “Anatomía de una ausencia”, hay diferentes protagonistas con hondos sufrimientos, donde yo estoy involucrado, pero como médico. La segunda parte se llama “Lugar de paso” y es una suerte de road movie por diferentes ciudades del mundo con mi familia. El libro tuvo dos etapas de escritura, pero también dos etapas de publicación.

-¿Por qué?

-Porque estaba pensado para salir publicado más adelante, pero cuando me enteré que estaba enfermo de cáncer, la edición se aceleró.

-¿Cambió tu concepción del libro a partir del diagnóstico?

-Muchísimo. A tal punto que hay poemas que ahora me interpelan directamente; como si los hubiera escrito para que yo mismo los leyera tras saber lo de mi enfermedad. El poema más largo de todos, ese que estabas leyendo, tiene un verso que dice “Tengo cáncer”. A eso me lo dijo un paciente y es una frase entre otras confesiones, pero ahora es mía. Soy yo quien es la parte sufriente de ese poema. Disculpá.

(Eric hace una pausa y apura su vaso de soda. No esquiva el tema de su enfermedad ni las agotadoras sesiones de quimio, pero tampoco es que quiera profundizar las descripciones. Aprovecho su breve lapsus para continuar la lectura del poema truncado).

“Ya vi a otros psiquiatras antes/ Dejé de venir porque me sentía bien/ No tengo trabajo/ Vine yo porque no pude traer a mi papá/ Dice que la gente lo persigue/ Estamos separados pero vivimos juntos/ No se me para, doctor/ Me quedé sin Alplax/ Se puso violento, tuvimos que llamar a la Policía/ No habla desde esta mañana/ Se tomó una caja entera de Rivotril/ Quiero que me internen/ No quiero venir más/ ¿Puedo venir la semana que viene?/ ¿Atiende por PAMI?/ Tengo pesadillas/” (…).

 

El arte de sanarse escribiendo versos

-Alguna vez me hablaste de un taller literario en el neuropsiquiátrico de Córdoba. ¿Esa experiencia marcó tu vocación?

-Esa experiencia me marcó muchísimo. Fue hace 10 años ya y fue muy bueno ver que lo que se escribía ahí nada tenía que ver con la narrativa médica, sino que involucraba al arte. Eran pacientes con enfermedades crónicas que cultivaban un aspecto sano, como es es la creatividad. En esos momentos nadie hablaba de patología, sino sólo de poesía. Y yo, que coordinaba el taller de música y aún no escribía, participé activamente. Ver a los pacientes en pleno furor creativo me movilizó tremendamente.

-Se dice que los pacientes de un psiquiátrico están mucho más cerca de la creatividad que las personas “normales”. ¿Es así?

-Las personas con padecimiento mental se encuentran en una instancia de mayor libertad expresiva que nosotros, los pretendidamente “normales”, sin las ataduras ni las obligaciones de quienes tenemos un trabajo, una familia, responsabilidades… sin embargo, estoy lejos de idealizar esas condiciones de producción. Justamente lo fabuloso de la experiencia creativa en los neuropsiquiátricos es que conecta a los pacientes con la parte sana y no con la parte enferma. Cuando eso pasa, sobreviene un alivio tremendo.

-¿Qué peso tuvo el Hospital Pasteur en tu poemario?

-Cuando yo estaba cerrando el libro, se produjo el cambio de edificio. Y esa una experiencia que nos sacudió a todos. Yo debo haber sido una de las últimas personas en irse del lugar. Pocas horas después de la mudanza, recorrí el hospital de punta a punta y saqué fotos. Algunas camas estaban todavía deshechas y con la botellita de agua en la mesa de luz, como si el paciente hubiera ido al baño. Pero ese paciente ya nunca más volvería ni esas camas serían ocupadas jamás. Una de esas fotos es la tapa que ilustra mi libro.

 

Un viaje personal

-Hablábamos de la vida como metáfora del viaje. ¿Los padecimientos mentales son un viaje sin fin?

-A veces sí y otras no. Pero la durabilidad del dolor no es sólo patrimonio de los padecimientos psíquicos, sino que a veces un duelo por la muerte de un ser querido puede ser más crónico que una enfermedad. Otras veces, una enfermedad puede ser vista como una oportunidad de cambio y obliga a las personas a pensarse a sí mismas para no repetir los mismos errores y mejorar.

-¿Fuiste testigo de esos cambios?

-Sí, y ahora lo estoy vivenciando en mí. Espero superar la enfermedad y poder ver qué es lo que hice mal. Hay un concepto en la psiquiatría que es la “resiliencia”, que significa el modo en que te acomodás después de una situación traumática o estresante. Pero la “resiliencia” plantea que de las crisis salís distinto a cuando entraste, es decir, siendo más fuerte. El arte enriquece mucho la vida de las personas y las mejora. Y yo quisiera, después de este libro, superar la enfermedad y ser testigo de mi nueva fortaleza.

-¿Es necesario aceptar la propia finitud para descubrir nuevas fortalezas?

-Hay gente que vive como si no fuera a morir jamás. A esa gente no le llega la poesía del dolor. Curiosamente, tampoco descubren la fuerza que hay detrás de muchas aparentes fragilidades. Cuando leo poemas sobre la finitud del ser humano, me llegan de otro modo ahora que estoy implicado. Una enfermedad te hace descubrir nuevas poéticas.

-Tu libro no se hizo solo. ¿Quiénes estuvieron detrás?

-Primero que nada mi amiga Cecilia Mandrile, que desde Estados Unidos ha leído el poemario y aportó fotografías de su serie Betweening. Su participación fue fabulosa y desinteresada, como también la de Susana Zazzetti, que me ayudó con la lectura y sugerencias poéticas. A ella, que siendo una autoridad literaria de la ciudad se tomó ese trabajo, le estoy muy agradecido. También me ayudó mi madre, Nora Baker; mi hermana, Cecilia Zandrino, y mi colega Néstor Ribota, con la lectura y la devolución. Y, por cierto, Darío Falconi, mi editor de El Mensú, que se jugó por el poemario. A todos ellos, mil gracias.

Y así, con el último silencio de Eric, puedo completar la lectura de su poema-collage, casi a vuelo de pájaro.

“Todo el mundo me mira/ ¿Se puede tomar alcohol?/ Yo no necesito tratamiento/ La gente lo único que sabe hacer es enojarse/ Quiero dejar la cocaína/ No veo ningún cambio/ Creo que me persiguen/ Ahora puedo dormir mejor/ Gracias a Dios/ Me escuchaban y no me decían nada/ No tiene más turnos/ Se me fue la angustia/ ¿Habló con mi psicóloga?/ Le traje el laboratorio que me pidió/ Quedé embarazada, por eso dejé la medicación/ Dejó una nota/ Extraño a mi hijo/ Queremos que cumpla con el tratamiento/ Acá le traje los remedios que no llegó a tomar/ Desearía poder abrazarlo de nuevo”.

Y me pregunto a quién desea abrazar de nuevo la persona de este último verso. ¿A una ausencia irrecuperable? ¿A un amor perdido? ¿A esa anatomía recuperada tras la experiencia del dolor?¿A papá? ¿A mamá? ¿A un amigo que ya no está? ¿A una mujer joven y hermosa que partió de este mundo y que (al decir de Poe) “es el tema poético por excelencia”? ¿O quizás se lo escribió Eric a sí mismo para el día de su resurrección?

Cuando barajo todas estas posibilidades, caminamos hacia la estación donde mi entrevistado me dice que le gustaría fotografiarse. “Me encantan los trenes”, confiesa. Y al retratarlo contra los muros estampados de grafitis, se termina esta nota. “Mil gracias, Eric querido”, le digo. Y él: “Gracias a vos por llamarme y por interesarte. Yo te quería pedir…. Bueno, que no sé si vale la pena que pongas lo de mi enfermedad…”. Le digo que “pondré lo justo y necesario” porque me parece demasiado importante, una parte indisoluble de este libro. “Está bien, manejalo vos”, me dice. Y en esa estación de trenes (que es, sobre todo, una estación de la existencia) le doy un abrazo al primer poeta villamariense de 2016. “Toda la suerte del mundo, viejo, en este lugar de paso que es el mundo”, le digo. Y cuando lo veo alejarse por la arboleda de la Medioteca, descubro que aquel último verso estaba escrito (indudablemente) para mí.

Iván Wielikosielek