Escribe Fran Gerarduzzi
El músico, oriundo de Tío Pujio, se muestra desesperanzado por el presente del tango en la ciudad. Incluso confiesa que es muy probable que “Simplemente Tango”, conjunto del que forma parte desde hace veinte años, desaparezca
Cuando habla de su instrumento, el bandoneón, las manos son nostalgia. El movimiento de los dedos es preciso. Toca las notas de melodías que se alejan y pierden en los conciertos de su pasado donde, esos sonidos, son la anestesia del tiempo. Héctor Cánova habla con calma y su boca es un fuelle en el que una voz, como los recuerdos ante una marea nocturna, pelea contra el olvido. Una voz que resiste.
Nació en 1938 en Tío Pujio y, el 2 de marzo, cumplió 80 años. En ese pueblo desarrolló su infancia. A los diez años empezó a estudiar dactilografía en Villa María y logró recibirse. Dos años más tarde, sin embargo, la vida cambió cuando la música le tocó la puerta a ese niño que, ya desde hacía tiempo y quizá sin saberlo, descubría su vocación mientras escuchaba tangos, como “Rondando tu esquina”, del maestro Osvaldo Pugliese, en la radio de su hogar.
“Era medio turco. Le gustaba comprar y vender”, rememora sobre su padre. El primer instrumento que compró fue un violín, pero ni a Héctor ni a su hermano los convenció. Sin embargo, el destino propició otra aventura en la que el hombre adquirió un bandoneón Doble A en James Craik. “Me dijo que si quería tomara clases y así lo hice”. Al año siguiente, como era común en aquella época, su hermano menor debió seguir sus pasos.
Enrique Santos Discépolo, creador de famosísimas canciones como “Cambalache” y “Cafetín de Buenos Aires”, dijo que el tango es “un pensamiento triste que se baila”. Por su parte, Cánova sostiene: “Más bien es un sentimiento. Es muy profundo, tiene letras que hacen llorar. Pero para ello es necesario escucharlo, entenderlo y tener ciertas experiencias que permitan identificarte”. Y así, abre una carpeta con recortes de diarios; fragmentos de un pasado que sobrevive y que comparte para no dejar morir al 2×4.
Sus comienzos
Empecé a estudiar bandoneón con Juan Angel Calderón en Villa María y trabajábamos con los repertorios de, por ejemplo, Rubén Vanzetti y Eugenia Giordano. Fue un gran maestro. Estudié durante tres años y a los dieciséis entré en la orquesta de Raimond Gotier donde éramos cinco bandoneones.
En la orquesta de Raimond Gotier cantaba Hilario Moreno -padre del contrabajista de “A Puro Tango”- y Raúl Suárez. Estuve dos años con ellos. Después ingresé en la de Conrado Sánchez Rodríguez. Allí participé hasta los diecinueve, cuando debí hacer el servicio militar.
Luego regresé, empecé a trabajar como bancario y continué tocando hasta los veintinueve, momento en el que falleció el director, Conrado Eliseo Oroná. Se disolvió el conjunto y abandoné por diez años, aproximadamente. El tango, además, había decaído.
Continuamos por uno o dos meses más, pero no funcionó. No teníamos los contactos de Oroná y las demás orquestas ya estaban formadas. No se hizo nada nuevo y dejé de tocar hasta que un día el odontólogo Olmedo me propuso que formáramos una orquesta, un sexteto. En un inicio le respondí que no porque hacía más de diez años que no tocaba y no quería hacerlo más. Insistió y, finalmente, accedí.
Formamos “Séptimo Tango” junto a amigos como Jorge Ramos, el doctor Bonino, Olmedo, José García, José Medina, Tito Borghi, Pepe Pérez, y Juan González. Esto se dio durante fines de la década del 70. Fue una experiencia muy linda. Sin embargo, al poquito tiempo, fallecieron algunos de los músicos y, a los dos años, tuvimos que dejar.
Una nueva propuesta
En ese momento continué con otro conjunto que se denominó “Tango Trío”. Estaba compuesto por Cacho Jurado en piano, y por Jorge Ramos y yo en bandoneones. Tocábamos en vivo en televisión y en el Teatro, y acompañábamos a cantores. Fueron muchísimas las actuaciones. Luego falleció Ramos y seguí con Juan Carlos Guzmán en guitarra y Juan Carlos Bertorello en contrabajo. Hacíamos el trío o tocábamos los cuatro. Anduvimos juntos hasta, aproximadamente, 1997.
En 1995 toqué en una orquesta importante con Lorenzo Barbero en Córdoba. El ya estaba grande y duró poco tiempo; actuamos tres o cuatro veces, fuimos al Teatro Real y después dejamos.
Simplemente Tango
Dos años después, por iniciativa del cantor Edgard Pogetto, formamos “Simplemente Tango”, con la que llevamos veinte años. Actualmente tenemos muy pocas actuaciones. En enero tocamos en la explanada San Martín, pero no hay otra cosa. Además, si hay presentaciones a distancia no quiero ir. Me es complicado.
Como orquesta es posible que desaparezca también. Si yo no puedo ir a tocar, queda el resto y, a veces, no es fácil remplazar a un músico. Estábamos con cuatro bandoneones, tres violines, piano, contrabajo, dos cantores y un locutor. Luego decidimos achicarla y dejamos un sexteto compuesto por dos bandoneones, dos violines, piano y contrabajo. Si abandono quedaría un solo bandoneón y, de ese modo, no sé si va a poder seguir adelante.
Recuerdos imborrables
Desde 2001 hasta 2008 viajamos a Chile donde representábamos a Villa María en el Festival Internacional “Valparatango”. Después tuvimos más propuestas, todas muy interesantes pero no pudimos. Algunos músicos querían participar solo si viajaban en avión y lo entiendo. Ir en ómnibus es cansador y arriesgado. Y el tiempo va pasando para nosotros también.
El tango decayó muchísimo porque no se baila como antes. Nosotros quedábamos admirados cuando íbamos a Chile. Allá, primeramente, se proyectaban películas argentinas de la décadas del 40 y del 50 y, luego, durante la tarde, en la plaza, se realizaban concursos de baile de tango que eran increíbles. Los ganadores iban al teatro.
Comparábamos lo que sucedía entre aquel país y el nuestro y el resultado era lamentable. ¡Con qué entusiasmo se bailaba en Chile! Se asemejaba a lo que sucedía acá durante los 50, 60 y 70.
En el año 2007 recibimos una invitación especial y participamos de la Orquesta Mundial de Tango de Granada. La dirigió Osvaldo Requena, un gran pianista y director de la orquesta Escuela de Tango de Buenos Aires. Se eligió a un músico de cada orquesta y, entre ellos, me nombraron a mí. Había integrantes de Italia, Alemania y otros de la Argentina. Tocamos cuatro temas con arreglos de Requena. Fue una cosa impresionante.
Pugliese, un referente ineludible
En las formaciones y conjuntos que estuve siempre hicimos tango con un estilo similar al de Osvaldo Pugliese. Me gustan sus acompañamientos, la forma, y el tango lento y bien marcado. Por otra parte, con “Simplemente Tango” hacemos algo que se asemeja más a lo hecho por Alfredo De Angelis y por eso gustó tanto en Chile. Uno también se adapta al gusto de la gente.
Ahora no sé si hay orquestas, han muerto todos los grandes directores de la historia. Sin embargo, en Buenos Aires hay mucha gente joven que tiene conjuntos nuevos y orquestas que suenan muy bien pero, quizás, no logran hacerse de un estilo propio. Antes, en cambio, todos eran creadores y exhibían su impronta. El tango de Pugliese se distinguía del que hacían Carlos Di Sarli, Héctor Varela y Aníbal Troilo.
Pugliese, por lo general, no hacía los arreglos, sino que cada músico trabajaba en lo propio y él les daba el visto bueno. Por ejemplo, así sucedía con Julián Plaza. ¿Por qué? Porque él quería mantener su estilo en la orquesta. Fue un gran director en todo sentido. Además pudo mantener, durante 60 años, al conjunto unido y eso es muy importante.
Astor Piazzolla
Cuando estábamos en pleno apogeo del tango, él no me gustaba porque no se relacionaba con nuestra música. No era como la de los bandoneones de Leopoldo Federico y cuántos otros grandes que hubo en el país. El hacía otra cosa y no dejo de reconocer que fue un gran creador. Tiene más de dos mil composiciones, sin contabilizar las realizadas para películas. La gente joven hace Piazzolla porque tiene una escritura que le permite a cualquiera que no haya tenido experiencia en una orquesta, tocar. Con él se aprende mucha música y a dominar el instrumento.
Un panorama desolador
Cuando era chico, tocar el bandoneón era sentir el cielo en las manos. Ahora es muy difícil que la gente lo estudie. Veo que a la juventud no le interesa. A mis hijos y nietos les di instrumentos para que toquen, pero no quieren. Y pensar que, durante la época en la que tocaba, de acuerdo a lo que tengo anotado, había más de sesenta bandoneonistas en Villa María y más de veinte orquestas típicas. También había muchos pianistas y violinistas. Ahora los hay, pero no se dedican al tango.
Villa María fue la cuna del tango y, por ello, al igual que Renato Sansinanea, considero que podría haber sido la capital de este género. Para mí, incluso, éramos mejores que Córdoba.
Las orquestas se prenden a determinados estilos de acuerdo a la zona. El tango porteño se distinguía del de Córdoba, por ejemplo, donde Jorge Arduh era uno de los referentes. Villa María estaba en el medio y acá se hacía algo que se asemejaba más a lo de Buenos Aires porque todos los directores de orquesta recibían instrumentaciones por medio de las editoriales de Buenos Aires. Todos los meses nos enviaban los últimos tangos y arreglos hechos por los mejores.
Las décadas del 40 y del 50, fueron las mejores del tango. Asimismo, en los años previos, se tocó con dúos, tríos y cuartetos porque no había equipos y los conjuntos apenas actuaban en los cines en las películas mudas.
En 1929, con la aparición del cine sonoro, se les termina el trabajo a los conjuntos chicos y se comienzan a formar las orquestas más grandes porque también surge la radio y se pueden hacer los programas en vivo. Esas orquestas logran ser cada vez más importantes, con mejor instrumentación y con más arreglos.
Quizá la culpa de que el tango decaiga haya sido de nuestros músicos; logran un determinado nivel, se vuelven populares y a la gente le gusta. Pero luego quieren seguir avanzando y lo hacen más difícil y complejo. Es ahí cuando las personas pierden el interés.
A veces escucho tangos simples, como los que tocan las orquestas de otros países, y la gente baila, se divierte y está todo muy bien. Los músicos están sueltos y distendidos porque lo hacen a gusto.
Nunca pretendimos ganar mucho dinero con las orquestas. Lo hacíamos porque nos gustaba y queríamos mantener el tango. Pero los gastos son un aspecto que no se puede dejar de lado y más en conjuntos como el nuestro que tenía a músicos de Río Cuarto, Ucacha, Laborde y Monte Maíz. Todos ellos tienen que viajar, consumir, hospedarse o lo que fuere. Todo conlleva costos y si no se tiene el respaldo de, por ejemplo, la Municipalidad, no se puede llevar adelante.
Creo que no hay más nada de tango en Villa María. Se perdió por completo. Me parece que sería interesante hacer algo más pequeño. Un trío es suficiente porque tiene lo necesario para un acompañar a un cantor. Sería hermoso poder llevarlo adelante y sumarle, por ejemplo, una buena pareja de baile.
No me refiero a animar un baile al que concurran dos o tres mil personas como lo hacíamos en su momento porque, ahora, la gente no baila más. Hoy tenemos que, por ejemplo, ir a un espacio donde solamente te escuchen. Y no podemos tocar más de siete temas. Antes, en ocasiones, tocábamos más de treinta canciones. Eso ya no sucede.
No sé por qué se dejó de bailar el tango. En la provincia de Córdoba la gente está muy prendida con la música de cuarteto. Les gusta ir, divertirse, bailar, saltar y cantar. El tango es otra cosa, es sentimiento. Hay una letra muy profunda y es necesario escucharla. Es por ello que el tango se debe tocar en un espacio adecuado como un teatro. Además no es tan popular. Pero, a la vez, si no se baila, a la gente no le interesa.
Hay jóvenes a los que les gusta aprender a bailar. Es fundamental que se creen espacios para ellos. Es necesario que se comience a tocar, nuevamente, con conjuntos en vivo porque es muy interesante. Basta un trío, un cuarteto o un quinteto. Luego, con el tiempo, la misma orquesta pedirá ampliarse.
El bandoneón
Si no hay bandoneón en una orquesta, deja de ser tanguera. Es decir, se puede hacer. He visto conjuntos pequeños que con violines y un piano hacen tangos muy lindos y muy bien. Sin embargo, antes, como el tango era para bailarlo se necesitaba un ritmo más o menos fuerte y eso lo proporcionaba el bandoneón junto con el contrabajo y el piano. La gente se contagiaba con eso.
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Un bandoneón. Esa fracción de viento que maniobra con picardía es lo único que necesita para sentir que el tango, todavía, sobrevive.