Todos los gatos sabemos que tener un humano puede ser, a veces, de gran utilidad.
Saben cómo encender la calefacción, se les da bien hacer cómodas montañas de ropa limpia para que nos echemos la siesta, y tienen muy buen gusto a la hora de elegir los tejidos de sus sofás y cortinas para que los podamos arañar. Pero hay momentos en que nos ponen de los nervios…
Este es el top 4 de las formas que tienen los humanos de sacarnos de quicio a los gatos:
Olvidan que la cocina es sinónimo de comer… siempre
Me da igual si están en la cocina solo para prepararse un café o para buscar una bombilla de bajo consumo.
Cualquiera que se acerque lo más mínimo al armario de mi comida debería saber que me tiene que alimentar en ese preciso instante, no importa la hora del día ni lo mucho que haya comido. La única forma que tengo de recordárselo es enredarme entre sus pies y llorar tratando de dar pena. Ni con esas lo pillan… ¡No se enteran!
No saben apreciar los regalos
Cuando me siento especialmente generoso, o veo que mis humanos están comiendo, me gusta traerles un pequeño recuerdo de mis aventuras nocturnas. A veces, incluso me aseguro de que su regalo esté aún medio vivo, para que puedan disfrutar del placer de perseguirlo.
Sin embargo, nunca se les ve especialmente contentos. Lo he intentado de todas las maneras: desde ratones y pájaros, hasta una rana; está claro que son muy quisquillosos con los sabores… ¡en fin!
Cierran las puertas
Sé que me paso el 90% del día durmiendo, sin moverme del sitio, pero eso no significa que no me guste de vez en cuando dar un paseo por la casa y controlar mi reino.
Descubrir durante mi ronda una puerta cerrada, es como recibir una bofetada en la cara. No consigo entender qué puede haber ahí detrás que yo no pueda husmear.
Les aseguro que si están ensuciando, desordenando o rasgando papel en pequeños trocitos… ¡me encantaría ayudarlos!
Están demasiado necesitados
En ocasiones está bien demostrar algo de afecto (por algún motivo, me siento especialmente cariñoso cuando se acerca la hora de la cena…), pero mis humanos olvidan que soy yo quien decide cuándo acaban los mimos.
Puede parecer que me gusta que me acaricien la cabeza, pero no entiendo por qué se siguen sorprendiendo cuando de repente me canso de que me adoren, y tengo que clavarles las uñas para recordarles que soy un felino independiente.
Reconozcámoslo, si hubiesen querido a alguien que reparase en ellos, por lo menos una vez al día… ¡hubieran elegido un perro!
Fuente: Zooblog