Existe una importante documentación histórica acerca de las casas de tolerancia en nuestra Villa María, desde la reglamentación que dictó el Concejo Deliberante en 1889 hasta los pedidos de habilitación de las mismas, pasando por las constataciones de infracciones y los informes médicos acerca del estado de salud de las “pupilas”. Estamos refiriéndonos a la época en que primaba la visión reglamentarista acerca de esa actividad.
En especial hasta los años 20. De toda esa documentación, aquí pretendemos producir un rápido análisis de una nota donde puede advertirse el lugar al cual la sociedad condenaba a esas mujeres cuyos servicios eran requeridos por los caballeros de entonces.
Romper visiones estereotipadas
La trabajadora sexual italiana Carla Corso, cofundadora del “Comité a favor de los derechos civiles de las prostitutas”, y la antropóloga Sandra Landi en 1991 publicaron el libro “Retratos de intensos colores”. La obra es el relato de vida de Carla donde, tal cual sostiene el antropólogo social José Luis Solana Ruiz, se rompe con la “imagen unidimensional, parcial, estereotipada, estigmatizadora e, incluso, insultante de las prostitutas…”. En esa obra, Carla, que ejercía en la calle y sin depender de ningún patrón, describe las cosas desagradables que sufren quienes practican su trabajo, entre ellas el desprecio social con el cual se las trata, cuestión que les dificulta las relaciones sociales. Se trata de un señalamiento, etiquetamiento, que les complica la vinculación con otros miembros de la sociedad.
No pocas veces ese descrédito llega, mediante la interiorización del mismo, a convertirse en verdadero autodesprecio. No es el caso de Carla que, según sostiene Solana Ruiz en su artículo “Cuestionando estereotipos sobre las mujeres prostitutas”, “no se avergüenza de la actividad que ejerce”. Claro que la vida de esta mujer no abarca, ni por asomo, la de todas las mujeres que ofrecen servicios sexuales. Tampoco puede tenerse una visión romántica e ingenua de ese mundo que es mucho más amplio incluyendo realidades terribles y repudiables como la trata, la violencia, los asesinatos, los abusos de las autoridades, etcétera. Pero no son estos los temas que nos ocupan aquí, donde trataremos de ver el documento que mencionamos al principio de la nota, para advertir hasta qué punto llegaba la marginación y la necesidad de tutelaje de esas mujeres por parte de una sociedad machista y patriarcal.
Echarla de la ciudad
El documento en cuestión está fechado el 16 de diciembre del año 1917. Es una hoja que pareciera haberse retirado de algún expediente, pues le quedaron huellas de grampas. Se trata de un papel amarillado por el paso del tiempo. Contiene tres firmas, dos de hombres y una tercera de la mujer que, con un trazo inseguro, dejó plasmado su nombre. El documento, guardado en una caja del armario número cinco del Archivo Histórico Municipal de la ciudad, puede dividirse en dos parte. La primera es un certificado extendido por los dos vecinos firmantes. Por otra parte, en la mitad inferior de la página escrita está expresada una declaración de la mujer cuya firma textual dice: “María Rodrige” (sic).
Con las rúbricas de los vecinos Narciso Pedernera y Domingo Arcaná se certifica “a fin de llenar las formalidades del artículo 21 de la ordenanza sobre casas de tolerancia que la mujer María Rodríguez ha dejado de pertenecer a la casa de tolerancia retirándose de ella para hacer vida honesta”. Buscando datos acerca de los vecinos que certificaron ese cambio de vida, encontramos varias referencias a Domingo Arcaná, quien aparece repetidas veces en los libros copiadores de las notas despachadas desde la Intendencia municipal. Es así que, por ejemplo, en el libro copiador número 28, página 341, aparece como un empresario de la ciudad ya que es mencionado como propietario de un negocio de venta de carbón y pasto.
En relación a la declaración de María textualmente dice: “La que suscribe se compromete a hacer vida honesta y ordenada, autorizando a la Municipalidad en caso de queja para que pueda hacerme salir de la población sin que por ello pueda hacerle cargo alguno. En prueba de lo cual firma la presente”. La letra de la declaración es la misma de la certificación, por lo que se supone ha sido escrita por alguno de los hombres firmantes.
En el documento no sólo queda plasmada la visión machista, dado que son dos hombres que certifican el cambio de vida (por entonces no se le reconocían muchos derechos a las mujeres). De la declaración se desprende que haría una vida “honesta y ordenada” porque dejaba de ser pupila en una casa de tolerancia cuyos dueños eran reconocidos como empresarios y en esa calidad dirigían notas a la Intendencia municipal. En estos términos escribe notas Luis Quirós, propietario de casas de tolerancia en la ciudad. No es lo mismo cuando son mujeres las que se presentan como titulares de casas de ese mismo tipo, en esos casos no se habla de empresarias. Otro punto que deja claro el documento de 1917 es el papel del Estado municipal que, según firmó María Rodríguez, podría echarla de la ciudad si alguien se quejaba. Este punto no puede sino traducirse en un control social asfixiante, pues bastaría que la señalaran para que la obligaran a dejar de vivir en la Villa. A pesar de que María había dejado de participar de la vida de la casa de tolerancia no adquiere la misma categoría de las otras mujeres, pues el municipio podría echarla cuando otro ciudadano se quejara de ella. Es decir que el etiquetamiento, el señalamiento social, impuesto a María, a partir de su actividad, no cesaba ni abandonando la misma. No nos ha quedado registro, por lo cual no conocemos, de qué manera María asumió su actividad, pero sí perduró este documento que muestra cómo en esa sociedad patriarcal y machista se la discriminó a tal punto que continuaría portando el estigma luego de dejar una forma de vida considerada deshonesta y desordenada.