Alguna vez pensaste o escuchaste «esta casa ya no es para mí»? Las personas maduramos con el paso de los años y nuestras necesidades domésticas hacen lo propio. Por eso, plantear una casa capaz de madurar con nosotros es un ejercicio de pura lógica.
Nuestra primera casa suele ser un departamento de soltero, al cual exigiremos poco más que un techo bajo el que descansar de vez en cuando. Cuando nuestra pareja se muda con nosotros, o viceversa, las necesidades cambian: ahora precisaremos de un espacio para el desarrollo individual y de la pareja.
Llega el primer hijo y todo se vuelve del revés: de repente necesitamos más espacio en el dormitorio, más almacenamiento, una cocina más equipada, etcétera. En muchos casos hemos de renunciar temporalmente a nuestro espacio de desarrollo personal para cederlo a la familia. De repente llega la adolescencia y somos personas no gratas en determinadas zonas de la casa. Pero un día los hijos se marchan a estudiar o a su propio departamento de soltero y llega el momento de recuperar el espacio. Un embrollo que sin embargo una vivienda flexible sabrá resolver sin necesidad de embarcarse periódicamente en grandes obras.
Para hacer frente a todos estos cambios de necesidades contamos con numerosos recursos puramente espaciales. Distribuir a partir de una modulación nos permitirá sumar o restar metros cuadrados a los espacios de una forma muy natural. Crearemos zonas de paso amplias capaces de acoger actividades como la lectura o como sala de juegos y favoreceremos los dobles recorridos; de este modo dejarán de ser solo áreas de circulación y pasarán a sumar a la flexibilidad de la vivienda.
Las diferentes estancias las diseñaremos de medidas similares, para que puedan intercambiar sus funciones, y con sistemas que permitan su adición o segregación; así podremos incrementar o reducir el número de piezas y su dimensión a voluntad. La lógica inercia nos lleva a especializar más y más los espacios, pero cuanto más especializados, menos flexibles son; así, por ejemplo, un dormitorio con medidas súper ajustadas para ese uso se convertirá en un espacio difícil de reconvertir cuando ya no se requiera esa función.
La especialización de la cocina es ineludible, pero podemos diseñarla de forma que una zona sea más camaleónica y relacionada con la sala.
En el ámbito de los materiales evitaremos moquetas que limitan los usos de los espacios o los pisos muy especializados, como aquellos con motivos infantiles para las habitaciones de los más pequeños, o en un futuro nos arrepentiremos. Por último, un apunte sobre el equipamiento: que todo se mueva no implica mayor flexibilidad; hay que reflexionar antes de elegir.
Como norma general dispondremos el mobiliario más voluminoso en el perímetro de los espacios y más ligero en el centro; así podremos adaptarlo ágilmente a las necesidades. Cuando hablamos de muebles ligeros nos referimos a pufs, sillas y mesas de estructura de aluminio, plástico o madera aglomerada que faciliten su desplazamiento a voluntad con muy poco esfuerzo. Continuamente observamos cómo la industria del mueble desborda creatividad creando piezas transformables que facilitan la flexibilidad en los espacios: mesitas de apoyo junto al sofá que se unen para hacer una mesa de centro o muebles bajos con cojines que pueden convertirse en sofás improvisados en un espontáneo encuentro en casa son algunos ejemplos.
El diseño de la iluminación también puede incorporar criterios de flexibilidad, desde los más básicos -pero no por ello menos prácticos-, como instalar lámparas de pie que pueden desplazarse o puntos de luz en el techo con múltiples posiciones fáciles de intercambiar mediante cáncamos, hasta los más tecnológicos, como utilizar potenciómetros para variar la intensidad de la luz según las necesidades de uso o, si el espacio así lo permite por dimensiones y geometría, diseñar circuitos con doble encendido diferenciando entre luz funcional y luz ambiental o entre luz cálida y luz fría.
Hay que evitar especializar los espacios a través de los revestimientos: es mejor optar por materiales homogéneos y de tonalidades preferentemente claras. La idea es que los espacios son contenedores de actividades y para ello lo mejor es vestirlos con materiales resistentes y de connotación neutra, combinados con elementos textiles (alfombras) para aumentar el confort. Estas mismas alfombras nos permitirán delimitar áreas de actividad independiente dentro de espacios más amplios. La relación con el exterior hoy también ofrece múltiples recursos para una mayor flexibilidad. Los cerramientos de puertas balconeras retráctiles admiten diferentes grados de unión y las celosías motorizadas permiten modificar el acceso de luz exterior en función de la atmósfera que se requiera.