Ante cerca de 450 espectadores, la banda de metal clásico regresó a la ciudad luego de dos años para recrear una performance de rock and roll de alto voltaje a cargo de Walter Giardino y Adrián Barilari
Presenciar un show de Rata Blanca, irremediablemente, insta al espectador a situarse en una máquina del tiempo que lo propulse hasta aquella escena musical donde el metal clásico y el llamado “hair metal” (por sus orgullosas melenas al viento) predominaban la cresta de la ola.
A pesar de haber arribado nuevamente a nuestra ciudad para respaldar su flamante álbum de estudio “Tormenta eléctrica” (editado luego de casi ocho años de obviar las salas de grabación), Rata recrea con demostrada eficacia una estirpe de rock and roll de alto voltaje, con solos incendiarios y baladas munidas de simbología onírica y redentora.
El sábado pasado, ante unas 450 personas (adultos, jóvenes y también niños hijos de fans) que asistieron al Teatro Verdi, la banda liderada por el gigantesco Walter Giardino -tanto en proporciones físicas como en su excesivo derroche de virtuosismo sobre las cuerdas- y el vocalista Adrián Barilari plasmó un recital confeccionado especialmente para sus acérrimos fanáticos. Como en toda congregación autocelebratoria, entusiasma a propios y puede desplazar al margen de simpatía a ajenos. Aunque un show de tanta festividad sonora, va de suyo, nunca puede derivar al espectador a la indiferencia y la apatía.
Una combustión arrolladora
En rigor, la performance activó los sentidos, en primer lugar, en dirección a la puesta escénica que, aunque no contara con la parafernalia de otros tiempos (y que se acota obviamente a presentaciones en teatros), mostró el poderío sonoro, por ejemplo, en la batería de dos bombos conducida por Fernando Scarcella o una símil “pared” de parlantes Marshall que serviría de telón de fondo para la “master class” de Giardino.
Es sabido que en materia de liderazgos y egolatrías, tanto el violero como el cantante actúan en tándem como una criatura bifronte donde ambos deben mantener el protagonismo en todo momento. Incluso, la voz de Barilari a veces se escucha -o se mimetiza- al mismo nivel que la sobrecarga instrumental.
La performance inició con “toda la carne al asador”, pregonando una combustión arrolladora con piezas como “Señora furia” de “El camino del fuego” (2002), hasta descender en parte hacia pasajes baladísticos como “Tan lejos de aquel sueño” de la última placa, “Un día más o un día menos” de “El reino olvidado” (de 2008) o la inmortal “Angel”.
Mientras el guitarrista deleitaba con sus solos a un grupo de fanáticos, amuchados con celulares al filo del escenario, otros, ataviados con remeras negras identificatorias, gritaban desde lejos “¡Gracias, Walter!” o “¡Grande, Barilari!”. Hasta un seguidor a ultranza le recordó su procedencia a Giardino: “¡Soy de Flores!”. “Calle y dirección”, le consultó jocoso el guitarrista. Más tarde llegarían más joyas de su arcón de éxitos como “Mujer amante” y “La leyenda del hada y el mago”. La noche, para los más devotos, ya estaba hecha.
Juan Ramón Seia