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El cine es mío, el cine es mío…

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El cine es mío, el cine es mío…
En la parada obligada en el centro del pueblo, así lucía el edificio del antiguo Cine Luxor al lado y arriba del actual Bar de Molinari

Así se mostraba la semana pasada, uno de los más emblemáticos edificios playosenses desde que el propietario de la vivienda contigua decidiera comprar ese espacio

En la parada obligada en el centro del pueblo, así lucía el edificio del antiguo Cine Luxor al lado y arriba del actual Bar de Molinari

Ahora sí el cine nuestro de cada día que recordamos en cada infancia, ya es historia.

La ineludible demolición del deteriorado edificio que cobijó a miles de sueños infantiles, ya es un hecho y a todos los playosenses que les tocó pasar al frente o ver las imágenes por fotos, nos hizo escapar un lagrimón…

Nació como un emprendimiento comercial familiar y tuvo su fin de ciclo como todos los cines del país. Hoy, ese gigante resquebrajado, mostró su íntimo esqueleto por última vez ante el avance irreparable del progreso. El otro emprendimiento familiar, el gastronómico, el bar más central de los bares del pueblo coequiper de aquel que hoy ya deja su lugar, sigue inalterable por siempre. En los altos de su confitería también fue centro de cuanta reunión familiar sucediera o actividad social en el pueblo, también confitería y aquella memorable academia de dibujo y pintura de la recordada Kity.

Cuando el auge del videocasette dijo acá estoy y lo remplazó al cine, también en ese espacio se daba cita.

En los intervalos de cada película, la escapada para comprar un helado o una golosina en el Bar de Molinari, al lado, era obligación.

En sus añosas instalaciones también funcionaron salas de juegos y la promoción del Instituto Secundario Pedro Goyena lo reinauguró como boliche bailable: primero fue “Scatola” para luego llamarse “Red Chumber” y por último “Kecsia” tal como se observa en los graffitis que quedaron estampados en sus oscuras paredes por la Promo 2003

Cuando la ocasión lo permitía, fue también salón de baile y más acá en el tiempo reflotado como una confitería bailable.

Según cuenta la historia del lugar, el cinematógrafo fue puesto en marcha alrededor del año 1928 y el bar que tiene su emprendimiento familiar actual contiguo a la exsala, hace 59 años.

Otra vez suena y esta vez más fuerte que nunca, la abanderada de las melodías de música de películas: Ennio Morricone toca otra vez más en nuestros oídos el inconfundible acorde de “Lo bueno, lo malo y lo feo”… en las de “conboy” en el western spaghetti, esta vez los balazos de Clint Eastwood pican más cerca.

Los efectos de un 3D en la década del 60 eran tan reales en una de Drácula, como los murciélagos que se colaban por la ventana y rozaban nuestras cabezas para darle más realismo al chupasangre…

La piel de la Coca Sarli todavía huele a esa arena quemante donde se desnudaba para nosotros y sólo para nosotros, donde perduraba inolvidable por noches enteras…

Eramos chicos y con los sueños intactos donde el Humberto Fazzio, el dueño del cine, era uno de los héroes del mismo celuloide, el que pasaba las cintas allá arriba en ese atalaya de magia y lo imáginabamos tan amigo de Alfredo Alcón como de Steve Mc Queen, de Sophía Loren como de Tita Merello…

Todo concluye al fin.

Cinema Paradiso cada vez más vigente: el cine es mío, el cine es mío…

Raúl Olcelli