Nacida en el año 1643, la Estancia Jesuítica de Alta Gracia es una de las cinco en su tipo que habitan el suelo cordobés (seis si se cuenta a la Manzana Jesuítica de Córdoba) y, según una buena porción de viajeros, la más linda de todas
Está ubicada en pleno centro de la cabecera del Valle de Paravachasca, a 160 kilómetros de Villa María. Desde allí, convida con la belleza de la arquitectura barroca y la historia, que respiran prósperas entre sus gruesos y nobles muros.
Rodeada de urbanidad y del aura de las sierras, cuyas faldas inmaculadas pueden verse en determinados puntos, la obra es autoría de la Compañía de Jesús. Ese grupo de religiosos que llegaron a Córdoba prácticamente al mismo tiempo que los conquistadores y que en territorio mediterráneo se dedicaron a predicar la palabra de Dios. Para ellos formaron establecimientos rurales productivos de notable éxito.
Dos espacios elementales
En ese sentido, la Estancia Alta Gracia jugó un rol fundamental, por su asiento estratégico y por lo loado de su repertorio. Una joya que se divide en dos espacios elementales: la iglesia y la residencia.
La primera se ubica en el ala oeste y en la fachada sobresale con su impronta italianizante e inmaculada, de tonos blancos, detalles en rosados, curvas seductoras y una cúpula majestuosa, que completa los techos con tejas y gusto a siglos perdidos. El interior no hace más que potenciar la idea del afuera. Destacan el altar mayor (con establo rococó tallado en madera), los altares laterales (formados por brazos semicirculares, de diseño muy distinto al común de la arquitectura colonial cordobesa) y la misma cúpula (decoradas con pinturas celestiales e iluminada por ventanas ovaladas).
La residencia, en tanto, es el alma del conjunto. Tiene una planta en “L” en la que se distribuyen los distintos salones, en pasillos con arcos típicos del estilo impuesto por los españoles en Latinoamérica. El acceso se realiza a través del Patio de Honor, de aljibe y escalinatas que sirven al ingreso.
En sus salas, ayer hogar de los jesuitas, funciona en la actualidad el Museo Nacional Estancia Jesuítica de Alta Gracia – Casa del Virrey Liniers, que incluye biblioteca y salas de actos. Un bien estructurado emprendimiento donde se pueden contemplar objetos pertenecientes a sus antiguos moradores y otros elementos de los siglos XVII, XVIII y XIX. Además de descubrir y sorprenderse con los modos de vida de entonces, el viajero tiene la posibilidad de visitar exposiciones temporarias (de pintura, escultura, fotografía, etcétera).
Parte de la otrora vivienda son los sectores del patio posterior, con el obraje, el taller y las ruinas del horno y del molino, donde los nativos dirigidos por la Compañía trabajaban a destajo para que la estructura religiosa pudiera mantenerse en pie.
También realizaban labores en las áreas de quintas y corrales, hoy desaparecidas. Y en el célebre Tajamar, enmarcado por el dique artificial y la torre reloj, que si bien respira fuera de la Estancia en sí, es considerado parte de su virtud y esencia.