La arquitectura crea el espacio y la luz lo define. Una no tiene sentido sin la otra. La iluminación es el «cuarto elemento», la materia fugaz que modela el espacio tridimensional en contacto con sus formas y texturas. La distribución luminosa y el nivel de iluminación tienen una influencia decisiva en la percepción de la arquitectura. Mediante la luz se pueden realzar las distintas zonas funcionales en el espacio, como, por ejemplo, áreas de tránsito, zonas de estar y superficies de exposición.
Una baja iluminación general forma el punto de partida para marcar acentos o crear atmósferas. La clave es combinar distintos tipos de iluminación en cada ambiente, porque una sola luz general tiende a representar el espacio como demasiado plano y sin matices. El desarrollo de los led ha aportado más riqueza al proyecto de iluminación, ya que su diminuto tamaño facilita su integración en las superficies, consiguiendo el objetivo de resaltar la volumetría y delimitar zonas sin recargar el ambiente con luminarias.
El tono de blanco de la luz es clave para los estados de ánimo y la percepción del entorno; esa información la proporciona la temperatura del color. El blanco cálido produce una luz levemente anaranjada, como la del sol de la tarde, la de las bombillas incandescentes y las halógenas. Es un tono de luz que tranquiliza y es el que se identifica con ambientes hogareños. El blanco neutro o luz de día es una luz sin color aparente, como la del sol en la mañana, que levanta el ánimo, mejora la productividad y realza los colores de los objetos. Se utiliza en cocinas, baños y zonas de estudio.
Una misma luz generará diferentes efectos al reflejarse sobre la madera o sobre una superficie lisa y blanca. Las paredes y los techos blancos reflejan el 60% de la luz que reciben; los suelos y las paredes oscuros no reflejan más que un 15% y en el caso de superficies negras o mates se reduce hasta un 6%. En una habitación de paredes y techo blancas y muebles de madera claros, con lámparas ricas en radiaciones rojas del espectro, observaríamos un aumento de coloración hacia marrones de los muebles y un tono amarillento en las paredes, consiguiendo así un aspecto acogedor, por ejemplo, para un dormitorio.
Controlar el espectro visible de luz que emite una fuente es fácil, pero determinar lo que ocurre cuando los materiales que configuran un espacio entran en juego con los brillos, rebotes y matices que aquella produce resulta más complicado y, a la vez, lo más interesante para diseñar un ambiente de iluminación. Los efectos luminosos logrados mediante luz tenue enfatizan la textura de la superficie y, a la inversa, la reflectancia y el color de esta influyen en los primeros. Una fuente luminosa próxima a un paño de pared u oculta tras un volumen es sinónimo de relieves, juegos de sombras y contrastes. Cuando se quiera resaltar un acabado concreto, nada mejor que un baño de luz paralelo al soporte principal para atraer la atención del observador. Del mismo modo, una fuente de luz oculta destacará el volumen tras el que se esconde.
La regulación de intensidad ofrece la doble ventaja del ahorro energético y la posibilidad de recrear varios ambientes de iluminación a partir de una sola luminaria. A diferencia de las luces incandescentes, que se podían regular en cualquier caso, los led y los fluorescentes compactos tienen que estar diseñados específicamente para esa función.