HUMOR VIAJERO
Por el Peregrino Impertinente
La Ruta de la Seda fue un sistema de caminos que desde finales del siglo III a.C y hasta aproximadamente mediados del siglo XVI comunicó a China con Europa occidental y viceversa, atravesando en ese devenir Rusia, buena parte del Asia Central, el subcontinente indio, Medio Oriente e incluso el este y norte de Africa. Quienes realizaban el durísimo periplo transportando todo tipo de mercancías, ni chistaban: “Todo sea por ganarse el pan dignamente”, decía un viajante de entonces, mientras intercambiaba una bolsa de azafrán por media docena de niños ciegos.
Los hombres y mujeres que la protagonizaron durante cientos de años pueden jactarse de haber sido viajeros de verdad, enfrentando a lo largo de su aventura toda suerte de peligros y dificultades que los hacían sentir realmente vivos. O realmente muertos, dependiendo de que tan buena puntería tenían esos peligros y dificultades.
La Ruta no solo se llevaba a cabo a pie, en caballo o en carreta, sino también en barcos y hasta a lomos de camello o elefante. Además de mercaderes, la realizaron reyes, diplomáticos, esclavos, soldados, artistas, prostitutas y médicos. Estos últimos solo avanzaban medio día dos veces por semana, porque el resto del tiempo tenían golf.
También sabemos que completar la célebre ruta podía demandar años de andares. Hambre, sed y otras angustias aparecían durante la travesía, despertando las quejas de la tripulación. “Tranquilos, tranquilos, que el segundo semestre llegamos”, mentía entonces el jefe de la expedición, que era tremendo garca.