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Confesiones de un gato

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Confesiones de un gato

Escribe Edgar Arandia *

El felino que no entiende a los humanos, a la huelga de médicos en Bolivia y a los enfrentamientos violentos

Soy un gato, me pusieron un nombre judío que ahora suena en los juegos electrónicos y mis dueños no saben su origen. El papá de ellos escucha música alegre y baila mientras cocina para mis dueños. Es feliz cocinando para ellos; siempre dice que el arte mayor del mundo es la gastronomía, porque hace felices a la mayoría de la gente. Dice que comer bien es alimentarse y ser feliz. Es enfermo crónico renal y su paleta de alimentos es restringida, pero le saca beneficio a los condimentos naturales y sobre todo a la alegría de vivir.

Como todo hombre solo, a veces se pone triste y escucha a Piazolla y comenta a sus hijos que el lugar más inmenso de la soledad es un estadio de fútbol, y les hace escuchar la pieza Gol del maestro argentino que culmina con un grito multitudinario de ¡Goool! Para él es solo un aullido que retumba hasta el cielo. Estas fechas lo vuelven así: filosofastro.

Como gato que soy, percibo la ausencia más que los humanos y me pongo cargoso pidiendo comida a cada rato, porque no sé cómo expresar que falta algo en esta casa donde vivo y comparto con esta familia. Recorro cada rincón buscando un perfume que me era familiar y que ahora no lo siento. Y cuando el padre de mis dueños percibe mi confusión, acerca su cabeza y nos acariciamos mutuamente, como consolándonos mutuamente.

A él le gusta el mar y una de sus costumbres de antaño, la de irse a ver el mar un par de días, ha vuelto a llamarlo. Está entusiasta como gato y prepara sus cosas: un libro, su cuaderno de dibujo, su plumafuente favorita y su cajita de acuarelas.

Mis dueños armaron el nacimiento de la Navidad sin mucho entusiasmo ni convicción. Está feo, todo puesto al desgaire, desprolijo. Prefiero subir a la terraza y echarme en mi maceta, adormilarme hasta que me de sed o hambre.

Me perdí dos veces. Una, por curioso, como todo gato joven, subí unas gradas que no conocía y unos canes furiosos me atacaron, hundieron sus colmillos en mi cuello pero pude zafarme, y gracias a la ayuda de un gato viejo del callejón me pude esconder entre los matorrales durante dos días. Cuando fui rescatado me alegré del olor de la mujer, es ese perfume que ahora extraño y lo busco sin resultados.

Me llevaron donde un veterinario de la calle Yungas y el doctor me atendió inmediatamente. Me sedaron y no sentí nada durante la operación. Estuve ebrio un buen rato y me sentí querido e importante. Ese doctor me acariciaba y me hablaba como si fuese humano. Creo que a los hombres no les va bien con ese tema, ahora los médicos de humanos están en huelga y los estudiantes de medicina salen a las calles. Lo que me asusta son los gritos que mis dueños escuchan por la televisión, sobre todo los insultos de las mujeres contra los policías y las autoridades. Pobres humanos, ¡cómo les cuesta entenderse! ¿Y cómo serán esos jóvenes cuando ejerzan su profesión? No quisiera que mis dueños caigan en sus manos.

Un médico amigo vino de visita a la casa y dijo, todo asombrado, que las muertes en los seguros públicos por la huelga ¡se han reducido! No los entiendo y prefiero ser gato. Aunque cuando cacé un pequeño pajarillo no la pasé muy bien, porque el padre de mis dueños lo tuvo entre sus manos largo rato mientras me miraba, no sé si furioso o tolerante. Luego lo puso sobre su mesa y lo dibujó. Después lo enterró en una maceta. Es mi naturaleza, no lo quise matar, solo jugar. Los humanos, en cambio, inventaron armas para matarse. No comprendo cómo se enfrentan quienes se supone deben salvar vidas con los otros que deben protegerla. ¿Estará en la naturaleza de los humanos el instinto de destrucción?

Es la hora de adormilarme otra vez y miro la ciudad desde mi ventana; las explosiones de los enfrentamientos entre los humanos me perturban. Espero que al año pueda sentir la dulce modorra de no hacer nada, ronronear contento y escuchar mi nombre para ser acariciado y comer: “Mordecayyyyy…”.

*Es artista y antropólogo. Escribe para La Razón de La Paz, Bolivia