María Cecilia Bonangelino se decidió a hablar luego de que la Justicia declarara inimputable a su hijo Joaquín Alves tras degollar a su padrastro en marzo de este año. En su testimonio, la mujer da cuenta, entre otras cosas, de cómo viven los internos en el Centro Psicoasistencial de Córdoba
María Cecilia Bonangelino, madre de Joaquín Alves, el joven que fuera declarado inimputable y, por tanto, sobreseído, rompió el silencio.
La mujer se explayó sobre diversos temas, haciendo especial hincapié en que quería dar a conocer las condiciones en las que están alojados los jóvenes en el Centro Psicoasistencial (CPA) de la ciudad de Córdoba, que es el espacio adonde se interna a pacientes varones judicializados, con custodia, para la contención en crisis, para ser sometidos a tratamiento psicofarmacológico y psicoterapéutico por períodos breves. El CPA pertenece a la Dirección de Jurisdicción de Salud Mental, dependiente del Ministerio de Salud de la Provincia.
Al mismo tiempo, Bonangelino habló sobre la enfermedad de su hijo y algunos otros detalles que tocaron la causa, en diálogo con Uniteve.
Esquizofrenia persecutiva
“Joaquín era estudiante de arquitectura, pasaba a quinto año. En visitas que le hicimos su padre y yo al departamento donde vivía en Córdoba advertíamos cosas que no eran normales. Primero, empezó diciendo que querían entrar al departamento y cambió la cerradura. Decía que intentaban envenenarlo. Después de cambiar la cerradura, puso una camarita para vigilar si alguien entraba mientras él no estaba. Después, le puso candado a la heladera, donde guardaba todos sus alimentos cuando salía del departamento. Y cuando salía, le agregaba talco sobre el candado para ver si alguien lo tocaba. En la filmación que pudimos ver después de todo esto, cuando salía apoyaba una escoba en la puerta, de manera tal que si alguien entraba, la escoba se caía”.
“Esos fueron los indicios que hicieron que lo lleváramos a un psicólogo, primero, y a un psiquiatra, después, que nos recomendó una terapia urgente. Lo hicimos, pero él se negaba a tomar los medicamentos. Es normal que se nieguen, ellos creen que están sanos. Esto se desencadenó hace un año”.
“Su padre vivía en Río Gallegos y no tenía conocimiento de lo que a Joaquín le pasaba. Y yo tampoco, en realidad, porque él vivía solo. Cuando venía a Villa María se comportaba de manera normal. Solo me llamó la atención una vez que me dijo que tenía miedo de que me envenenaran a mí”.
“No sé por qué lo hizo. Tenía alucinaciones auditivas, él sentía que le hablaban voces, que lo obligaban a hacer cosas. Todo esto no me lo dijo él, me lo dijeron después los psiquiatras. Llevaba como un diablo o un dios adentro suyo y mis perros, que son sus perros, y Dios le dijeron que hiciera lo que hizo”.
Gente que sí, gente que no
En otro párrafo de la entrevista, Bonangelino se refirió al apoyo recibido de parte de muchas personas y a los diversos comentarios que circularon acerca del caso.
“Es muchísima la gente que me está apoyando en esto, a mí y a mi exmarido, que es el papá de Joaquín. Y a mi hijo Leandro, que es incondicional y me ha mantenido todo este tiempo en pie. Y mucha gente ha hablado mal, ellos sabrán. Esto es una enfermedad, nadie está exento; nadie está exento de nada. A mí me tocó tener un hijo esquizofrénico, a otros un hijo con cáncer, a otros un hijo drogadicto. En este caso, a mí me tocó esta enfermedad. Se dijo también, como si fuera millonaria, que le pagué al fiscal para que mi hijo fuese sobreseído. ¡Eso es una cosa de locos! Mi hijo estuvo todo el tiempo bajo pericias semanales y se hizo una pericia oficial antes de que fuera sobreseído. Acá no hay dinero de por medio. Yo carezco de dinero, si no mi hijo estaría internado en una clínica privada. Pero está en Oliva.
Malas condiciones
En cuanto al centro donde Joaquín estuvo internado en Córdoba, Bonangelino manifestó que “se vive de una manera totalmente aislada: los chicos están encerrados 20 horas por día, totalmente sedados, al punto que no pueden ni comer porque la comida se les cae de la boca; babean, se tambalean. En ese lugar hay chicos con todas las patologías psiquiátricas, ya sean adicciones, alcoholismo o enfermedades como la de mi hijo, que es esquizofrenia persecutiva”.
“Estoy (dando testimonio) por los chicos que quedaron encerrados; algunos no tienen medios. Yo no tenía muchos medios tampoco, pero tuve la suerte de que el caso fuera trasladado a Córdoba y ahí se activó más rápido, entonces lo derivaron a Oliva porque es el domicilio más cerca de la familia. Creo que no merece nadie, bajo ningún punto de vista, vivir en esas condiciones. Defecan y orinan dentro de la misma habitación porque de noche no les abren las puertas. Durante el día solo salen para comer: 20 minutos para desayunar, 20 minutos para almorzar, 20 minutos para la merienda y 20 minutos para la cena. Y luego los encierran en esas habitaciones de 4×4, a cinco o seis personas, depende. Si bien el trato de los médicos es excelente, no tienen recursos para poder mejorar a los chicos ahí adentro. Ni los médicos ni la Policía. Yo no me puedo quejar de ellos, yo me quejo del sistema porque no deberían llevar a un lugar así a chicos que están enfermos”.