Invitado por el Museo Bonfiglioli, el especialista habló de la importancia de su actividad para el patrimonio cultural y su difusión
Los números de José Luis Lorenzo son realmente abrumadores. En 23 años de coleccionismo ha reunido más de 700 obras de arte entre pinturas, fotografías de autor y esculturas.
Pero también 200 piezas textiles santiagueñas de más de un siglo de antigüedad, 150 mates de plata del país y el Alto Perú, 120 máscaras de varias culturas, monedas, estampillas, publicaciones referidas al Mundial 78 y una buena cantidad de etcéteras.
La feliz paradoja es que, en las paredes atiborradas de su casa (un verdadero museo sin un solo centímetro cuadrado en blanco) se dan cita los artistas clásicos y modernos sin ningún reparo. Y así, un paisaje de Emilio Caraffa puede ser vecino de un vestido hecho con bolsas plásticas de vino, como el que le compró a la artista villamariense Celeste Martínez. O un “tejido artístico”, de Pablo Peisino puede mirarse de frente con una foto de Nicola Costantino y una escultura de Fernando Piñero saludar cada mañana a una foto de Carlos Anselmo.
¿Cuándo y cómo nace la “locura” de Lorenzo por adquirir obras de arte? Esa fue, precisamente la pregunta que abrió su ponencia en el auditorio de la Medioteca el pasado lunes, para más de 50 personas. “Entré al coleccionismo de pura casualidad, porque al cumplir los 30 años mi hermana me regaló una obra de su esposo, Fernando Allievi.
Era una caja con el torso de una chica desnuda y yo no sabía qué hacer. Como Fernando se dio cuenta de lo que me pasaba, me propuso acompañarme a galerías y espacio de artistas para ver si me entusiasmaba. Y lo consiguió. Porque automáticamente empecé a comprar obras pequeñas y en cuotas. Lo que me permitía y aún me permite mi trabajo de arquitecto. De este modo, me empecé a interesar por el arte contemporáneo y luego por el clásico y otros rubros”.
Respecto al dinero que se necesita para ser coleccionista de arte, Lorenzo derribó un mito. “No se necesita ser rico para ser coleccionista. Sólo el deseo y la pasión estética. Hay tantas colecciones como coleccionistas posibles. Y se pueden comprar obras de veinte mil dólares o de dos mil pesos. Una colección no se mide sólo por el aspecto económico sino por la inteligencia con la que uno compra, por el registro que uno está haciendo. Si acá en Villa María alguien empezara a juntar lo producido en la ciudad y la zona, tendría una colección valiosísima, hecha de cuadros que de momento no cotizan demasiado en otros circuitos”.
Cuando una casa se vuelve museo abierto
En cuanto a la difusión de las colecciones privadas, Lorenzo explicó que “no concibo una colección de arte de puertas cerradas. A esta la hemos presentado en el Museo de Arte Contemporáneo de Salta y en el Palacio Ferreyra de Córdoba, pero todos los días tengo gente en mi casa que viene a ver pinturas. De hecho, ya no concibo mi casa sin la compañía de todas estas piezas. Pero como mi espacio no alcanzaba, compré un departamento en avenida Colón para exhibir algunas colecciones y lo inauguramos en julio con una muestra de fotos. Se llama “Espacio Colón” y está abierto al público con cita”.
Sobre el espacio que coordina junto a sus coequipers Blanca, Gabriel y Fernando, el arquitecto cordobés indicó que “desde 2009 hasta la fecha llevamos realizados 35 encuentros de arte contemporáneo. Son charlas para todo público en donde vienen coleccionistas, curadores, artistas, directores de museos y galeristas que nos hablan de su especialidad. Son eventos abiertos en donde sólo se cobra un arancel. Eso nos llevó a formar una masa crítica de futuros coleccionistas en Córdoba. De esos encuentros salió, por ejemplo, Gustavo Vidal, que es de Villa María y que hoy tiene una de las mejores colecciones de fotografía argentina. La idea es que la gente deje de ver el arte como un mero acompañamiento de las paredes y tenga pequeñas colecciones propias. Que se vuelvan degustadores de arte”.
Para finalizar, Lorenzo habló sobre la importancia del coleccionista a la hora de preservar el patrimonio de una ciudad y un país. “Tanto los coleccionistas como las instituciones públicas somos los mayores responsables de esa preservación. Este patrimonio que hoy tengo en mi colección, lleva implícita la obligación de conservarlo. Si el día de mañana alguien hace un recorte sobre el arte argentino y cordobés, lo que yo tengo puede serle de mucha utilidad. Y por eso tengo la obligación de mantenerlo en condiciones. Cuando uno compra una obra de arte, compra también un compromiso de preservación con el artista y con la sociedad”.