Escribe Diego Bengoa DE NUESTRA REDACCION
“En primer lugar, este es un problema de adultos, porque detrás de un pibe que se droga hay ausencia de adultos, de límites, de esperanza, de abrazos”, sostuvo el pastor
El sacerdote Gustavo Gatto remarcó que no hay que juzgar a la persona que se droga porque detrás de la misma “hay mucho sufrimiento” y sostuvo que “hay cierta hipocresía” social al hablar de lo ocurrido en la fiesta electrónica del sábado pasado en la que murieron cinco jóvenes.
El cura, quien está al frente de la recientemente conformada Pastoral de Drogadependencia de la Diócesis de Villa María, evaluó que “este hecho tan doloroso y trágico pone en debate un tema que en cierta manera lo hemos corrido de agenda”.
“Nos sorprendemos como si no pasara seguido, decimos: uy, los chicos se drogan; uy, la droga los mata; uy, los adultos no están; uy, los gobiernos no hacen nada. Como si fuera algo nuevo, cuando en realidad está puesto bajo la alfombra”, graficó.
Consideró que “no hay que sorprenderse de algo que es cotidiano, que existe entre nosotros y que forma parte de la cultura que vivimos. Existe y no nos hacemos cargo”.
Expresó su preocupación de que en pocos días el tema desaparezca de la agenda y dijo que si bien lo sucedido “no tiene nada de bueno, por lo menos nos está permitiendo hablar del asunto”.
Subrayó que “la droga mata, siempre, a veces más rápido, a veces más lento, pero siempre lo hace” y criticó los mensajes que relativizan los daños. “Uno escucha muchos mensajes que van por el lado de la reducción del daño. Me daba un poco de risa escuchar programas de televisión en que se discutía lo que costaba el agua en estas fiestas, como si lo delictivo fuera si salía 70 ó 100 pesos y no que se estaba dando esa droga a los chicos, hecha para matarlos”, expresó.
Luego destacó que la droga no sólo destruye los órganos, “sino las personas, las historias, los vínculos, los proyectos”.
El pastor, quien es el que más conoce del tema de todos los sacerdotes que componen la Diócesis, contó que “de mi poca experiencia de estos meses en Nazareth (la Casa Esperanza, el instituto de rehabilitación ubicado en inmediaciones de la Catedral) veo que detrás de cada pibe que se droga hay mucho dolor, mucho sufrimiento, muchas ausencias y un montón de cosas vividas que no se pueden terminar de digerir y que llevan a veces a la estación de la droga, que tiene algunas estaciones intermedias pero la terminal es la muerte”.
En este marco, apuntó que antes que la muerte física ocurre la muerte existencial. “No estamos haciendo un juicio del que se droga, porque detrás del que se droga hay mucho sufrimiento. Esa es una mirada que no hay que dejar de tener. No hay que juzgarlo”, aclaró.
También advirtió que “en primer lugar este es un problema de adultos, porque detrás de un pibe que se droga hay ausencia de adultos, de límites, de esperanza, de abrazos, y también de políticas claras y hay un comercio de la muerte”.
“Tengo la sensación de que una vez más volvemos a demostrar que somos hipócritas como sociedad. Nos sorprendemos de algo que ya está y tenemos un doble discurso: naturalizamos que en nuestro pueblo haya chicos que se drogan en las plazas, pero por otro lado no queremos juntarnos con ellos, los despreciamos, no nos acercamos”, comentó.
Expresó que lo que ocurre nos tiene que hacer pensar “qué estamos ofreciendo, no sólo para prevenir, porque hay un montón que están muy mal y hay que intentar una salida y en eso lamentablemente la oferta es muy poquita y la demanda muchísima”.
“No es un tema biológico, de la sustancia, sino existencial, de proyecto de vida. La rehabilitación tiene que ver con volver a tener razones para vivir”, apreció el entrevistado.
Dijo sentir que “la cultura de muchas maneras y con mensajes ambiguos promueve más la muerte que la vida” y declaró que si bien no tiene estadísticas, “es evidente que acá hay responsabilidad de los dirigentes, porque estamos hablando de un negocio, de gente que lucra con esto”.
“Como actor de la sociedad y alguien involucrado en el caminar cotidiano me doy cuenta de que algo pasó, tengo 35 años y siendo adolescente no conviví con la droga, pero hoy hay en todos lados, ha invadido todo”, ilustró ante una pregunta de EL DIARIO.
Estimó crucial para revertir el cuadro “la tarea que hacemos los que estamos en la base” desde distintos órdenes. “Estas cosas sacuden un poco a los chicos, los hacen pensar, los adultos tenemos que transmitir oportunidades, demostrar que más allá de todos los sufrimientos que podemos tener la vida me va a demostrar que es buena si yo me abro, si busco espacios. La droga me promete una salida, pero es una salida falsa”, recalcó. “Hay que contagiar a través de las iglesias, del deporte, educación, cultura, de la misma familia, el valor de que para ser feliz y para resolver los problemas no te hace falta una pastilla ni una sustancia. Es tener proyecto de vida o una vida con proyectos”, añadió.
Cuando se le preguntó qué se realiza desde la flamante Comisión de Drogadependencia de la Pastoral, recordó que “hace más de 15 años está Nazareth y la idea es darle un marco más diocesano, trabajar también con una casa de rehabilitación de Río Tercero, con César Tapia como director, y ahora habrá un curso para preventores de mayo a octubre (los segundos martes de cada mes) con seis propuestas para que en las instituciones se forme gente que pueda detectar estos problemas y ayudar”. Y contó que desde el municipio se los invitó a participar del Consejo de Prevención de Adicciones, que se está armando.
No es un tema biológico, sino existencial, de proyecto de vida”.